Evangelio diario / Orando con la Palabra




  Evangelio según san Lucas 19, 41-44

En aquel tiempo, al acercarse Jesús a Jerusalén y ver la ciudad, lloró por ella, mientras decía: “¡Si reconocieras tú también en este día lo que conduce a la paz! Pero ahora está escondido a tus ojos. Pues vendrán días sobre ti en que tus enemigos te rodearán de trincheras, te sitiarán, apretarán el cerco de todos lados, te arrasarán con tus hijos dentro, y no dejarán piedra sobre piedra. Porque no reconociste el tiempo de tu visita”.

Palabra del Señor.



Este Evangelio nos muestra uno de los momentos más conmovedores de la vida de Jesús: Él llora por Jerusalén.
No llora por sí mismo, sino por un pueblo que no reconoce el amor de Dios que lo visita. Es el llanto de un corazón que ama profundamente, pero que ve cómo quienes deberían abrirse a la paz eligen otros caminos.

Jesús contempla la ciudad y pronuncia palabras que no son de condena, sino de dolor:
“Si comprendieras en este día lo que conduce a la paz…”
Es como si dijera: “Tenías delante la oportunidad de encontrar la verdadera vida… y no la viste.”

Las lágrimas de Jesús revelan tres verdades importantes:

1. Dios no es indiferente a nuestra vida.

Jesús no mira la historia desde lejos. Le duelen nuestras decisiones, nuestras heridas, nuestra violencia, nuestras resistencias.
Su llanto es un gesto de amor, no de castigo.

2. Podemos tener a Dios muy cerca… y no reconocerlo.

Jerusalén era la ciudad santa, la ciudad del templo, la ciudad de las promesas.
Y sin embargo, no reconoció la visita del Señor.
También a nosotros nos puede pasar: Dios se acerca en personas, palabras, signos, oportunidades… y no lo vemos.

3. La verdadera paz viene solo de Dios.

No es la paz de las estrategias humanas, ni la paz de evitar problemas, sino la paz que nace de abrir el corazón al Señor.
Jesús no impone la paz: la ofrece. Depende de nosotros acogerla.

Este pasaje nos invita a mirar nuestra propia vida y preguntarnos:

  • ¿Cuántas veces Jesús ha pasado por mi historia y no lo reconocí?

  • ¿Qué oportunidades de paz, reconciliación o cambio dejé pasar?

  • ¿Qué lugares de mi corazón necesitan ser visitados por su misericordia?

Las lágrimas de Jesús no son para asustarnos, sino para despertarnos.
Son la expresión de un Dios que no se cansa de buscar al ser humano y que sueña con una vida plena para cada uno.

Que hoy podamos abrirle la puerta a esa paz que solo Él puede dar, y que no dejemos pasar su visita.

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