SÉPTIMO DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO
Evangelio según san Lucas 6, 27-38
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: “A ustedes los que me escuchan les digo: amen a sus enemigos, hagan el bien a los que los odian, bendigan a los que los maldicen, oren por los que los calumnian. Al que te pegue en una mejilla, preséntale la otra; al que te quite la capa, no le impidas que tome también la túnica. A quien te pide, dale; al que se lleve lo tuyo, no se lo reclames. Traten a los demás como quieren que ellos los traten. Pues, si aman a los que los aman, ¿qué merito tienen? También los pecadores aman a los que los aman. Y si hacen bien solo a los que les hacen bien, ¿qué mérito tienen? También los pecadores hacen lo mismo. Y si prestan a aquellos de los que esperan cobrar, ¿qué mérito tienen? También los pecadores prestan a otros pecadores, con intención de cobrárselo.
Por el contrario, amen a sus enemigos, hagan el bien y presten sin esperar nada; será grande su recompensa y serán hijos del Altísimo, porque él es bueno con los malvados y desagradecidos. Sean misericordiosos como su Padre es misericordioso; no juzguen, y no serán juzgados; no condenen, y no serán condenados; perdonen, y serán perdonados; den, y se les dará: les verterán una medida generosa, colmada, remecida, rebosante, pues con la medida con que midieran se les medirá a ustedes”.
Palabra del Señor.
"Amen a sus enemigos"
¡Jesús nos invita al grado supremo del amor. Hay un principio muy simple y muy cierto: el que puede lo más, puede lo menos. Si alguien sube el Everest, tranquilamente puede subir una montañita. Si alguien cruza a nado el ancho del Río de la Plata puede hacer varias piletas olímpicas. Si alguien corre una maratón de 35 kilómetros, puede hacer una maratón ciudadana. Si alguien estudia ciencias capaces de ayudar a la humanidad a vivir mejor, puede resolver pequeños problemas hogareños. Esto mismo pasa con el amor. Si se puede amar al enemigo, que produce daños irreparables, se puede amar a las personas que están al lado de uno y que sin querer producen heridas insignificantes.
El desafío del discípulo y de la comunidad de Jesús es lo más, no lo menos. Cuanto más alto se ascienda en la escala del amor, mejor perspectiva se tiene de las cosas que producen dolor.
No todos pueden hacer grandes logros ‘visibles’ a los ojos de los demás, pero si todos pueden hacer la experiencia de una amor que vaya más allá de todo lo pensable. Jesús deja a los suyos unos principios muy sabios y estos principios fueron recogidos no sólo por los que alcanzaron el grado de santidad en la Iglesia, sino también por otros hermanos y hermanas no creyentes, basta como ejemplo la figura emblemática de Mahatma Gandhi.
Estos principios evangélicos son los que tienen que regir la vida de la Iglesia, si estos principios evangélicos no son considerados y por tanto practicados, la Iglesia y cada cristiano corre la suerte de desaparecer como cualquier imperio humano que se mueve con el principio de aniquilar el enemigo.
Fuente: Don Bosco Argentina
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