Lectura del libro de Jeremías 11, 18-20



Señor, Tú me has hecho ver las intrigas de este pueblo.
Y yo era como un manso cordero, llevado al matadero, sin saber que ellos urdían contra mí sus maquinaciones: «¡Destruyamos el árbol mientras tiene savia, arranquémoslo de la tierra de los vivientes, y que nadie se acuerde más de su nombre!»
Señor de los ejércitos,
que juzgas con justicia,
que sondeas las entrañas y los corazones,
que yo vea tu venganza contra ellos,
porque a ti he confiado mi causa!

Palabra de Dios.


En Jeremías hay textos que se les conoce como “Confesiones”. En ellos aflora su cansancio, sus quejas, lamentos y sufrimiento, sus perplejidades y dudas…, pero sobre todo aparece como el gran “seducido” por Dios y al que desea obedecer. Estamos ante la 1ª Confesión. Un diálogo entre Dios y su profeta con un lenguaje jurídico explícito. De alguna forma Yahvé le ha dado a entender una amenaza que pesa sobre él y que le era desconocida. Él entendió el mensaje, pero en estos momentos no siente la presencia reconfortante que el Señor le había prometido. Su vocación entra en crisis, se vuelve hacia Dios y su corazón expresa un desahogo e indignación, que se nos hace comprensible. Reclama a Dios que parece no cumplir su promesa. Este Dios que juzga con justicia, que defiende al inocente, tiene que intervenir a su favor. Y he aquí, que casi sin percatarse, Jeremías asume una actitud revanchista paralela al odio de sus opositores. Pide mucho más que justicia, pide que Dios actúe casi como nosotros. En estos momentos le ve como juez todopoderoso, no como el Dios de la ternura y misericordia. ¿Y nosotros, con qué imagen de Dios caminamos?

P. Juan R. Celeiro

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