Lecturas del día
Lectura de la profecía de Oseas
11, 1-4. 8c-9
Así habla el Señor:
Cuando Israel era niño, Yo lo amé,
y de Egipto llamé a mi hijo.
Pero cuanto más los llamaba,
más se alejaban de mí;
ofrecían sacrificios a los Baales
y quemaban incienso a los ídolos.
¡Y Yo había enseñado a caminar a Efraím,
lo tomaba por los brazos!
Pero ellos no reconocieron que Yo los cuidaba.
Yo los atraía con lazos humanos,
con ataduras de amor;
era para ellos como los que alzan
a una criatura contra sus mejillas,
me inclinaba hacia él y le daba de comer.
Mi corazón se subleva contra mí
y se enciende toda mi ternura:
no daré libre curso al ardor de mi ira,
no destruiré otra vez a Efraím.
Porque Yo soy Dios, no un hombre:
soy el Santo en medio de ti,
y no vendré con furor.
Palabra de Dios.
Ni en el mismo evangelio se encuentran acentos tan concretos para revelar la paternidad de Dios. El profeta encuentra en su propia experiencia de padre, unas imágenes inolvidables. Así es Dios con nosotros. Que conmovedor es el dolor de ese padre que tanto ha hecho por sus hijos y que los ve alejarse de él. Cuantos padres reviven hoy, ese drama de Dios en las preocupaciones por sus hijos adolescentes. También yo puedo “hacer sufrir” a Dios por mis infidelidades. Las palabras finales nos recuerdan las palabras de Jesús (Jn 3,17) Dios no envió a su Hijo al mundo para condenarlo, sino para salvarlo. El hombre tiene tendencia a dejarse llevar por la venganza, por la ira; Dios es misericordioso.
SALMO RESPONSORIAL 79, 2ac. 3b. 15-16
R. ¡Señor, ven a salvarnos!
Escucha, Pastor de Israel,
Tú que tienes el trono sobre los querubines,
reafirma tu poder
y ven a salvamos. R.
Vuélvete, Señor de los ejércitos,
observa desde el cielo y mira:
ven a visitar tu vid, la cepa que plantó tu mano,
el retoño que Tú hiciste vigoroso. R.
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo
según san Mateo
10, 7-15
Jesús envió a sus doce apóstoles, diciéndoles:
Por el camino, proclamen que el Reino de los Cielos está cerca. Sanen a los enfermos, resuciten a los muertos, purifiquen a los leprosos, expulsen a los demonios. Ustedes han recibido gratuitamente, den también gratuitamente. No lleven encima oro ni plata, ni monedas, ni provisiones para el camino, ni dos túnicas, ni calzado, ni bastón; porque el que trabaja merece su sustento.
Cuando entren en una ciudad o en un pueblo, busquen a alguna persona respetable y permanezcan en su casa hasta el momento de partir. Al entrar en la casa, salúdenla invocando la paz sobre ella. Si esa casa lo merece, que la paz descienda sobre ella; pero si es indigna, que esa paz vuelva a ustedes.
Y si no los reciben ni quieren escuchar sus palabras, al irse de esa casa o de esa ciudad, sacudan hasta el polvo de sus pies. Les aseguro que, en el día del Juicio, Sodoma y Gomorra serán tratadas menos rigurosamente que esa ciudad.
Palabra del Señor.
¿Qué me quieres decir, Señor? ¿Cómo puedo hacer realidad este evangelio en mi vida?
El Señor nos envía a buscar y a salvar todo lo que se había perdido. Nos pide que no cerremos los ojos ante la maldad que se ha adueñado de muchos corazones, por lo que nuestro primer llamado será en orden a la conversión, pues el Reino de Dios está cerca.
Además Cristo no se contenta con entregar a sus enviados un mensaje para que lo transmitan a los demás, sino que quiere que el estilo de vida de sus enviados sea la reproducción viviente de la Palabra que proclaman. Por eso deben confiarse totalmente en Dios y en su providencia, desprotegidos de cualquier seguridad temporal, sea económica o de poder humano, manifestando así que el Evangelio ha sido eficaz en primer lugar en quienes lo transmiten a los demás.
Proclamemos el Nombre del Señor no sólo con las palabras, sino con nuestras obras y con nuestra vida misma.
Cristo sale a nuestro encuentro por medio de su Iglesia, convertida en su presencia sacramental de salvación en el mundo y su historia.
De un modo especial Él se hace presente entre nosotros mediante la celebración del Memorial de su Misterio Pascual que actualizamos entre nosotros en la Eucaristía.
Su Palabra llega a nosotros con toda su fuerza salvadora, haciéndonos, en primer lugar, un fuerte llamado a la conversión.
A pesar de nuestros pecados Dios nos sigue amando y sigue saliendo a buscarnos hasta encontrarnos, por medio de su Iglesia, para llevarnos de retorno a la comunión de vida con los demás miembros de la Comunidad de fe en Cristo Jesús.
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