Lecturas del día



Lectura de la carta del Apóstol san Pablo
a los cristianos de Filipos                                                                             2, 6-11


Jesucristo, que era de condición divina,
no consideró esta igualdad con Dios
como algo que debía guardar celosamente:
al contrario, se anonadó a sí mismo,
tomando la condición de servidor
y haciéndose semejante a los hombres.
Y presentándose con aspecto humano,
se humilló hasta aceptar por obediencia la muerte
y muerte de cruz.

Por eso, Dios lo exaltó
y le dio el Nombre que está sobre todo nombre,
para que al nombre de Jesús,
se doble toda rodilla
en el cielo, en la tierra y en los abismos,
y toda lengua proclame para gloria de Dios Padre:
«Jesucristo es el Señor».

Palabra de Dios.


Se nos narra un acontecimiento de salvación del pueblo israelita durante su éxodo por el desierto. Si el peregrinaje es ya de por sí duro y sacrificado, ahora son atacados por una plaga de serpientes. El pueblo lo considera un castigo por sus pecados, por su increencia y falta de confianza en Dios. Por eso recurren a Moisés, para que ruegue por ellos al Señor y perdone sus pecados. Y Dios les escucha. Manda a Moisés construir una serpiente de bronce, colocarla como un estandarte, y será como un talismán de salvación para todo el que sea mordido y vuelva su vista hacia el. Reaparece el simbolismo de la serpiente, con su carga de peligro y maldad. La serpiente se entremete entre Dios y su pueblo. Pero Dios puede sobre la maldad y la muerte. Dios protege al pueblo arrepentido y cuida de su salvación. Este estandarte de Moisés perdurará largo tiempo en los rituales israelitas, hasta su destrucción en tiempos de Ezequías (2 Re 18, 4), y sobre todo, quedará siempre en la memoria del Pueblo la protección de Dios ante el maligno, y su potestad cuando el pueblo acude arrepentido a su presencia para implorar su auxilio.



SALMO RESPONSORIAL                                       77, 1-2. 34-38

R.    No olviden las proezas del Señor

Pueblo mío, escucha mi enseñanza,
presta atención a las palabras de mi boca:
yo voy a recitar un poema,
a revelar enigmas del pasado. R.

Cuando los hacía morir, lo buscaban
y se volvían a Él ansiosamente:
recordaban que Dios era su Roca,
y el Altísimo, su libertador. R.

Pero lo elogiaban de labios para afuera
y mentían con sus lenguas;
su corazón no era sincero con Él
y no eran fieles a su alianza. R.

El Señor, que es compasivo,
los perdonaba en lugar de exterminarlos;
una y otra vez reprimió su enojo
y no dio rienda suelta a su furor. R.





    Evangelio de nuestro Señor Jesucristo
según san Juan
3, 13-17

Jesús dijo:
«Nadie ha subido al cielo,
sino el que descendió del cielo,
el Hijo del hombre que está en el cielo.
De la misma manera, que Moisés
levantó en alto la serpiente en el desierto,
también es necesario
que el Hijo del hombre sea levantado en alto,
para que todos los que creen en Él
tengan Vida eterna.
Sí, Dios amó tanto al mundo,
que entregó a su Hijo único
para que todo el que cree en Él no muera,
sino que tenga Vida eterna.
Porque Dios no envió a su Hijo
para juzgar al mundo,
sino para que el mundo se salve por Él».

Palabra del Señor.



¿Qué me quieres decir, Señor? ¿Cómo puedo hacer realidad este evangelio en mi vida? 


Los cristianos cuando contemplamos la cruz de Jesucristo no vemos principalmente un instrumento de tortura, para nosotros la cruz es el signo más claro del amor más profundo, del amor de Dios, manifestado en la entrega de su Hijo Jesucristo. Muere en la cruz, para darnos vida, vida eterna. ¡Qué paradoja! Desde la muerte, Jesús da vida.

Contemplamos la cruz de Cristo y damos gracias a Dios porque su amor a la humanidad, a cada uno de nosotros no tiene medida.

Dios sigue amando al mundo, sigue compadeciéndose de todos, especialmente de los que más sufren, y sigue enviando al mundo a sus hijos, a ti y a mí, para salvarlo de la desesperanza, de la injusticia, de la soledad. 
¿Estás dispuesto a ser enviado? ¿Asumes el riesgo de la cruz? ¿Qué te dice Dios? ¿Qué le dices?
No me mueve, mi Dios, para quererte
el cielo que me tienes prometido,
ni me mueve el infierno tan temido
para dejar por eso de ofenderte.

Tú me mueves, Señor, muéveme el verte
clavado en una cruz y escarnecido,
muéveme ver tu cuerpo tan herido,
muévenme tus afrentas y tu muerte.

Muéveme, en fin, tu amor, y en tal manera,
que aunque no hubiera cielo, yo te amara,
y aunque no hubiera infierno, te temiera.

No me tienes que dar porque te quiera,
pues aunque lo que espero no esperara,
lo mismo que te quiero te quisiera.

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