DOMINGO 27° DEL TIEMPO ORDINARIO





Lectura del libro del Génesis
2, 4b. 7a. 18-24


Cuando el Señor Dios hizo el cielo y la tierra, modeló al hombre con arcilla del suelo, y dijo: «No conviene que el hombre esté solo. Voy a hacerle una ayuda adecuada».
Entonces el Señor Dios modeló con arcilla del suelo a todos los animales del campo y a todos los pájaros del cielo, y los presentó al hombre para ver qué nombre les pondría. Porque cada ser viviente debía tener el nombre que le pusiera el hombre.
El hombre puso un nombre a todos los animales domésticos, a todas las aves del cielo y a todos los animales del campo; pero entre ellos no encontró la ayuda adecuada.
Entonces el Señor Dios hizo caer sobre el hombre un profundo sueño, y cuando éste se durmió, tomó una de sus costillas y cerró con carne el lugar vacío. Luego, con la costilla que había sacado del hombre, el Señor Dios formó una mujer y se la presentó al hombre.
El hombre exclamó:
«¡Ésta sí que es hueso de mis huesos
y carne de mi carne!
Se llamará Mujer,
porque ha sido sacada del hombre».
Por eso el hombre deja a su padre y a su madre y se une a su mujer, y los dos llegan a ser una sola carne.

Palabra de Dios.


Muy interesante la frase: “Por eso el hombre deja a su padre y a su madre y se une a su mujer, y los dos llegan a ser una sola carne” que se nos repite en el evangelio. El matrimonio es un lugar sagrado, la pareja es un lugar íntimo que exige el abandono de la casa de los progenitores y el abandono de uno mismo. El matrimonio puede y debe escuchar todos los consejos de sus padres, hermanos y amigos, pero siempre tiene que tener presente que su unión es sagrada y que nadie tiene derecho a interferir en ella. Si el matrimonio está llamado a ser imagen del amor de Jesús a su Iglesia ¿quién osará inmiscuirse en dicho relación de amor? Jesús hace partir a los esposos de las mismas condiciones de renuncia, porque todo camino de seguimiento implica esa renuncia. Es curioso ver que palabras semejantes escuchábamos ya hace ya algunos domingos cuando el Mesías afirmaba que para seguirle hay que abandonar padre, madre y hermanos. Caminar es renunciar para obtener un bien mayor. Así el matrimonio no es sólo un estado de vida sino un camino en el cual, como en Emaús, se hace presente Jesús.





SALMO RESPONSORIAL                                     127, 1-6

R.    Que el Señor nos bendiga todos los días de nuestra vida.

¡Feliz el que teme al Señor
y sigue sus caminos!
Comerás del fruto de tu trabajo,
serás feliz y todo te irá bien. R.

Tu esposa será como una vid fecunda
en el seno de tu hogar;
tus hijos, como retoños de olivo
alrededor de tu mesa. R.

¡Así será bendecido el hombre que teme al Señor!
¡Que el Señor te bendiga desde Sión
todos los días de tu vida:
que contemples la paz de Jerusalén! R.

¡Y veas a los hijos de tus hijos!
¡Paz a Israel! R.





Lectura de la carta a los Hebreos
2, 9-11

Hermanos:
A Aquél que fue puesto por poco tiempo debajo de los ángeles, a Jesús, ahora lo vemos coronado de gloria y esplendor, a causa de la muerte que padeció. Así, por la gracia de Dios, Él experimentó la muerte en favor de todos.
Convenía, en efecto, que Aquél por quien y para quien existen todas las cosas, a fin de llevar a la gloria a un gran número de hijos, perfeccionara, por medio del sufrimiento, al jefe que los conduciría a la salvación. Porque el que santifica y los que son santificados, tienen todos un mismo origen. Por eso, Él no se avergüenza de llamarlos hermanos.

Palabra de Dios.


Jesús, el Hijo de Dios, al que la carta a los Hebreos presenta como el santificador mediante su sufrimiento y su muerte, es quien ha elevado a la dignidad de sacramento el matrimonio. Cristo, como leemos en la segunda lectura de este domingo, nos salva a través del sufrimiento y de la muerte en cruz. El autor de la carta a los Hebreos responde a la pregunta de por qué Jesús nos salva por medio del sufrimiento y de la muerte: Dios lo había juzgado conveniente. Así, se presenta a Jesús como el Siervo de Yahvé, como el justo que es capaz de dar la vida por nosotros. Cristo Jesús ama tanto a su Iglesia que por ella padece y entrega la vida hasta la muerte. El amor de Dios es un amor generoso, de entrega, de oblación. Este mismo amor es el que pide Jesús en el matrimonio, pues el hombre y la mujer se entregan mutuamente, el uno al otro, de igual modo. Cuando ese amor matrimonial entre un hombre y una mujer es así, auténtico, como el de Dios, ya no cabe la posibilidad de romperlo, pues no pasa nunca el amor que es auténtico. Sin embargo, cuando el amor en el matrimonio es un amor egoísta, interesado, que sólo busca al otro como un bien para mí y no como alguien a quien entrego toda mi vida, no podemos entender la verdad del matrimonio tal como Dios lo quiere, y por eso no se entiende el matrimonio como algo que no se puede romper. Cuando la unión entre un hombre y una mujer están fundamentadas en la roca firme del amor de Dios vivido y entregado mutuamente, esta unión es tan fuerte que nada la puede romper.





   Evangelio de nuestro Señor Jesucristo
según san Marcos
10, 2-16

Se acercaron a Jesús algunos fariseos y, para ponerlo a prueba, le plantearon esta cuestión: «¿Es lícito al hombre divorciarse de su mujer?»
Él les respondió: «¿Qué es lo que Moisés les ha ordenado?»
Ellos dijeron: «Moisés permitió redactar una declaración de divorcio y separarse de ella».
Entonces Jesús les respondió: «Si Moisés les dio esta prescripción fue debido a la dureza del corazón de ustedes. Pero desde el principio de la creación, "Dios los hizo varón y mujer". "Por eso, el hombre dejará a su padre y a su madre, y los dos no serán sino una sola carne". De manera que ya no son dos, "sino una sola carne". Que el hombre no separe lo que Dios ha unido».
Cuando regresaron a la casa, los discípulos le volvieron a preguntar sobre esto.
El les dijo: «El que se divorcia de su mujer y se casa con otra, comete adulterio contra aquélla; y si una mujer se divorcia de su marido y se casa con otro, también comete adulterio».

Le trajeron entonces a unos niños para que los tocara, pero los discípulos los reprendieron. Al ver esto, Jesús se enojó y les dijo: «Dejen que los niños se acerquen a mí y no se lo impidan, porque el Reino de Dios pertenece a los que son como ellos. Les aseguro que el que no recibe el Reino de Dios como un niño, no entrará en él». Después los abrazó y los bendijo, imponiéndoles las manos.

Palabra del Señor.


¿Qué me quieres decir, Señor? ¿Cómo puedo hacer realidad este evangelio en mi vida? 

Leyendo el Evangelio nos damos cuenta de que a veces Jesús se muestra más condescendiente que la ley de Moisés. De hecho, Jesús y sus discípulos son acusados de incumplir la ley que prohíbe trabajar el sábado o la ley del ayuno. Sin embargo, Jesús es más exigente que la ley en otros asuntos, por ejemplo en todo lo que se refiere al matrimonio. Jesús, en el evangelio de hoy, rechaza la posibilidad de divorcio que admitió Moisés, por la terquedad del pueblo.

¿Por qué “endurece” Jesús en este aspecto la ley de Moisés? El Evangelio no nos lo dice, pero podemos comprender cómo Jesús busca el bien de las personas: el bien del esposo y el de la esposa, el bien de los hijos y de la sociedad.

Además, Jesús quiere acabar con la discriminación que sufría la mujer. Sólo el hombre podía divorciarse de la mujer. No viceversa.

Oramos por las familias:

Haz de nuestras familias comunidades de vida y amor.
Que no haya sospechas, porque Tú nos das comprensión.
Que no haya amargura, porque Tú nos das alegría.
Que no haya egoísmo, porque Tú nos das fuerza para servir.
Que no haya rencor, porque Tú nos das el perdón.
Que no haya abandono, porque Tú estás con nosotros.
Que sepamos marchar hacia Ti en nuestro diario vivir.

Que cada mañana amanezca un día más de entrega y sacrificio.
Que cada noche nos encuentre con más unión.
Que cada día sepamos aprender unos de otros
Que sepamos tener la puerta abierta a cuantos nos necesiten.
Que nos esforcemos en el consuelo mutuo.
Que hagamos del amor un motivo para amarte más.
Que demos lo mejor de nosotros para ser felices en el hogar.
Que cuando amanezca el gran día de ir a tu encuentro
nos concedas hallarnos unidos para siempre en Ti.

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