DOMINGO 31° DEL TIEMPO ORDINARIO







Lectura del libro del Deuteronomio

6, 1-6

Moisés habló al pueblo diciendo:
Éste es el mandamiento, y éstos son los preceptos y las leyes que el Señor, su Dios, ordemó que les enseñara a practicar en el país del que van a tomar posesión, a fin de que temas al Señor, tu Dios, observando constantemente todos los preceptos y mandamientos que yo te prescribo, y así tengas una larga vida, lo mismo que tu hijo y tu nieto.
Por eso, escucha, Israel, y empéñate en cumplirlos. Así gozarás de bienestar y llegarás a ser muy numeroso en la tierra que mana leche y miel, como el Señor, tu Dios, te lo ha prometido.
Escucha, Israel: el Señor, nuestro Dios, es el único Señor. Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas.
Graba en tu corazón estas palabras que yo te dicto hoy.

Palabra de Dios.


Por boca de Moisés hablando al pueblo de Israel, se nos invita a una cosa muy simple “ESCUCHA ISRAEL”: “El Señor nuestro Dios es el único Señor. Amarás al Señor tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas”. Palabras que quedarán grabas en la memoria de generación en generación. Pero, para ello hemos de ponernos en su presencia, conocerlo, profundizarlo, y personalmente, hacerlo en mi interior para calibrar en qué medida esta verdad de fe de la antigua alianza, ha traspasado las fronteras del tiempo y las generaciones, y he dejado impregnarme por ella, para escucharla, contemplarla, y aceptarla; pero no como un deber, no como un mandamiento, no como una obligación que me impongo o me imponen, sino como un talante, como una actitud permanente y constante, algo que sea incapaz de caducar en mi interior. Pero, ¿logramos amar si sólo nos quedamos en contemplar este texto? Me temo que no, y el Evangelio nos ayudará a comprenderlo.



SALMO RESPONSORIAL                                 17, 2-4. 47. 51ab

R.    ¡Yo te amo, Señor, mi fortaleza!

Yo te amo, Señor, mi fuerza,
Señor, mi Roca, mi fortaleza y mi libertador. R.

Eres mi Dios, el peñasco en que me refugio,
mi escudo, mi fuerza salvadora, mi baluarte.
Invoqué al Señor, que es digno de alabanza
y quedé a salvo de mis enemigos. R.

¡Viva el Señor! ¡Bendita sea mi Roca!
¡Glorificado sea el Dios de mi salvación!
Él concede grandes victorias a su rey
y trata con fidelidad a su Ungido. R.





Lectura de la carta a los Hebreos

7, 23-28

Hermanos:
En la antigua Alianza los sacerdotes tuvieron que ser muchos, porque la muerte les impedía permanecer; pero Jesús, como permanece para siempre, posee un sacerdocio inmutable.
De ahí que Él puede salvar en forma definitiva a los que se acercan a Dios por su intermedio, ya que vive eternamente para interceder por ellos.
Él es el Sumo Sacerdote que necesitábamos: santo, inocente, sin mancha, separado de los pecadores y elevado por encima del cielo. Él no tiene necesidad, como los otros sumos sacerdotes, de ofrecer sacrificios cada día, primero por sus pecados, y después por los del pueblo. Esto lo hizo de una vez para siempre, ofreciéndose a sí mismo. La Ley, en efecto, establece como sumos sacerdotes a hombres débiles; en cambio, la palabra del juramento que es posterior a la Ley establece a un Hijo que llegó a ser perfecto para siempre.

Palabra de Dios.


Jesús hace una obra completa y definitiva. No hay nada en su vida que no haya sido pura entrega de amor. Ese amor restablece los vínculos entre el Padre y la humanidad. Ya no hay lugar para el pecado ni hace falta multiplicar los sacrificios, porque los efectos de la vida, muerte y resurrección de Jesús permanecen para siempre.





    Evangelio de nuestro Señor Jesucristo
según san Marcos

12, 28b-34

Un escriba se acercó a Jesús y le preguntó: «¿Cuál es el primero de los mandamientos?»
Jesús respondió: «El primero es: "Escucha, Israel: el Señor nuestro Dios es el único. Señor; y tú amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma, con todo tu espíritu y con todas tus fuerzas". El segundo es: "Amarás a tu prójimo como a ti mismo". No hay otro mandamiento más grande que éstos».
El escriba le dijo: «Muy bien, Maestro, tienes razón al decir que hay un solo Dios y no hay otro más que Él, y que amarlo con todo el corazón, con toda la inteligencia y con todas las fuerzas, y amar al prójimo como a sí mismo, vale más que todos los holocaustos y todos los sacrificios».
Jesús, al ver que había respondido tan acertadamente, le dijo: «Tú no estás lejos del Reino de Dios».
Y nadie se atrevió a hacerle más preguntas.

Palabra del Señor.



¿Qué me quieres decir, Señor? ¿Cómo puedo hacer realidad este evangelio en mi vida? 

Los judíos habían acumulado a lo largo de su prolongada historia un sin fin de normas y mandamientos. Ni los mismos escribas, estudiosos de la ley, se orientaban en este bosque de preceptos. Uno de ellos se acercó Jesús y le preguntó. ¿Qué mandamiento es el primero de todos? Jesús contestó sin vacilar. Se fue en primer lugar al libro del Deuteronomio, capítulo 6, y dijo: amarás al Señor tu Dios, con todo tu corazón, con toda el alma, con toda tu mente, con todo tu ser”. Después tomo las palabras del levítico, capítulo 19: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”.

Para Jesús el amor es el mandamiento principal, porque si no hay amor no puede haber felicidad. Para Jesús amar a Dios, amar al prójimo y amarse a uno mismo no es incompatible. Todo lo contrario. El amor es indivisible: cuando amamos a Dios sobre todas las cosas, amamos mejor a los hermanos y a nosotros mismos. Y, por supuesto, cuando amamos a los hermanos, crece nuestra capacidad de amar a Dios.


Si me olvido del amor y de la justicia,
me separo de Ti, Dios mío,
y todo lo que haga, aunque te lo ofrezca,
no puede agradarte.
Mi culto es paja e idolatría

Si me olvido de tu mandato,
de amarte con todo mi ser y fuerzas
y de amar al prójimo de igual manera,
¿de qué me sirven mis saberes,
títulos y creencias?

Si me olvido de tus tiernas preferencias,
¿de qué me sirve lo demás?,
¿dónde pongo mi centro, eje y meta?
Me pierdo sin remedio.
Soy persona hueca y vacía.

Aunque me haga a holocaustos y sacrificios,
penitencias, rezos y obediencias,
no estaré mas cerca de tu casa solariega.
Sólo tu mandato de amarte y amarnos
es senda clara y segura.

Para creer en Ti
necesito creer en el amor y la justicia,
en tus tiernas preferencias.
Y vale mucho más creer en estas cosas
que pronunciar o adorar tu nombre con osadía.

Fuera del amor y de la justicia,
de tus tiernas preferencias,
es imposible que yo, con mi historia,
aunque te llame Padre y me considere hijo,
pueda llegar a tu casa solariega..

¡Llévame por tus sendas y caminos
aunque me haga el torpe,
me despiste
o resista!!

Florentino Ulibarri

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