DOMINGO XV DEL TIEMPO ORDINARIO






Lectura del libro del Deuteronomio

30, 9-14

Moisés habló al pueblo, diciendo:
El Señor, tu Dios, te dará abundante prosperidad en todas tus empresas, en el fruto de tus entrañas, en las crías de tu ganado y en los productos de tu suelo. Porque el Señor volverá a complacerse en tu prosperidad, como antes se había complacido en la prosperidad de tus padres.
Todo esto te sucederá porque habrás escuchado la voz del Señor, tu Dios, y observado sus mandamientos y sus leyes, que están escritas en este libro de la Ley, después de haberte convertido al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma.
Este mandamiento que hoy te prescribo no es superior a tus fuerzas ni está fuera de tu alcance. No está en el cielo, para que digas: «¿Quién subirá por nosotros al cielo y lo traerá hasta aquí, de manera que podamos escucharlo y ponerlo en práctica?» Ni tampoco está más allá del mar, para que digas: «¿Quién cruzará por nosotros a la otra orilla y lo traerá hasta aquí, de manera que podamos escucharlo y ponerlo en práctica?» No, la palabra está muy cerca de ti, en tu boca y en tu corazón, para que la practiques.

Palabra de Dios.


Todo buen judío sabía el decálogo de memoria y le guardaba en su corazón. Otra cosa es que lo cumplieran en su vida. Les pasaba algo parecido a los que nos consideramos y nos llamamos cristianos practicantes. Conocemos y valoramos, unos un poco más y otros un poco menos, el evangelio de Jesús. Pero, ¿lo cumplimos? Desde luego, a nivel social, político y de calle, no; individualmente cada uno sabrá hasta dónde llega. Si todos los cristianos, además de conocer el evangelio y valorarlo, lo cumpliéramos, el mundo, nuestro mundo, sería muy distinto al que, de hecho, es. Si de verdad todos los que nos llamamos cristianos practicantes viviéramos convertidos al evangelio, nos comportaríamos de una manera distinta a la que nos comportamos en muchas cosas, referidas directamente al dinero, a la política, a las relaciones personales con los demás, preferentemente con las personas más necesitadas. Hagamos hoy el propósito de intentarlo, de convertirnos de verdad al evangelio, de tenerlo en nuestro corazón y en nuestra boca, de cumplirlo.


SALMO RESPONSORIAL                                        68, 14.17. 30-31. 36-37

R.    Busquen al Señor, y vivirán.

Mi oración sube hasta ti, Señor,
en el momento favorable:
respóndeme, Dios mío, por tu gran amor,
sálvame, por tu fidelidad. R.

Respóndeme, Señor, por tu bondad y tu amor,
por tu gran compasión vuélvete a mí;
Yo soy un pobre desdichado, Dios mío,
que tu ayuda me proteja:
así alabaré con cantos el nombre de Dios,
y proclamaré su grandeza dando gracias. R.

Porque el Señor salvará a Sión
y volverá a edificar las ciudades de Judá:
el linaje de sus servidores la tendrá como herencia,
y los que aman su Nombre morarán en ella. R.





Lectura de la carta del Apóstol san Pablo
a los cristianos de Colosas
1, 15-20

Cristo Jesús es la Imagen del Dios invisible,
el Primogénito de toda la creación,
porque en Él fueron creadas todas las cosas,
tanto en el cielo como en la tierra,
los seres visibles los invisibles,
Tronos, Dominaciones, Principados Potestades:
todo fue creado por medio de Él para Él.

Él existe antes que todas las cosas
todo subsiste en Él.
Él es también la Cabeza del Cuerpo,
es decir, de la Iglesia.

Él es el Principio,
el Primero que resucitó de entre los muertos,
a fin de que Él tuviera la primacía en todo,
porque Dios quiso que en Él residiera toda la Plenitud.

Por Él quiso reconciliar consigo
todo lo que existe en la tierra en el cielo,
restableciendo la paz por la sangre de su cruz.

Palabra de Dios.


"La palabra de Dios, como nos dice san Pablo, es viva y eficaz, y nos da vida si la cumplimos, si dejamos de verdad que esa palabra llegue hasta nuestro corazón, hasta lo más profundo de nuestro ser. Y lo que Dios nos pide es bien sencillo: amar a Dios con todo el corazón, con todas las fuerzas y con todo el ser, y amar al prójimo como a uno mismo. Ambos preceptos son uno sólo. No se puede amar a Dios si no amamos de verdad al prójimo, y no podemos amar de verdad al prójimo, tal como Dios quiere, si no es desde el mismo amor de Dios. Por lo tanto, lo que Dios nos pide es tan sencillo y hermoso como esto: amar. Amar con el mismo amor de Dios, que nos ama hasta el extremo de dar la vida por nosotros."




    Evangelio de nuestro Señor Jesucristo
según san Lucas
10, 25-37

Un doctor de la Ley se levantó y le preguntó a Jesús para ponerlo a prueba: «Maestro, ¿qué tengo que hacer para heredar la Vida eterna?»
Jesús le preguntó a su vez: «¿Qué está escrito en la Ley? ¿Qué lees en ella?»
Él le respondió: «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con todo tu espíritu, y a tu prójimo como a ti mismo».
«Has respondido exactamente, -le dijo Jesús-; obra así y alcanzarás la vida».
Pero el doctor de la Ley, para justificar su intervención, le hizo esta pregunta: «¿Y quién es mi prójimo?»
Jesús volvió a tomar la palabra y le respondió: «Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó y cayó en manos de unos ladrones, que lo despojaron de todo, lo hirieron y se fueron, dejándolo medio muerto. Casualmente bajaba por el mismo camino un sacerdote: lo vio y siguió de largo. También pasó por allí un levita: lo vio y siguió su camino. Pero un samaritano que viajaba por allí, al pasar junto a él, lo vio y se conmovió. Entonces se acercó y vendó sus heridas, cubriéndolas con aceite y vino; después lo puso sobre su propia montura, lo condujo a un albergue y se encargó de cuidarlo. Al día siguiente, sacó dos denarios y se los dio al dueño del albergue, diciéndole: "Cuídalo, y lo que gastes de más, te lo pagaré al volver".
¿Cuál de los tres te parece que se portó como prójimo del hombre asaltado por los ladrones?»
«El que tuvo compasión de él», le respondió el doctor. y Jesús le dijo: «Ve, y procede tú de la misma manera».

Palabra del Señor. 


¿Qué me quieres decir, Señor? ¿Cómo puedo hacer realidad este evangelio en mi vida? 

Para rezar con este evangelio, proponemos que vayas contemplando cada uno de los personajes  y te identifiques con cada uno de ellos:

1. Ladrones. Es duro sentirse ladrón, pero lo cierto es que a veces con lo que decimos o callamos, con lo que hacemos u omitimos, dejamos a la gente herida. Pedimos perdón.

2. Levita y sacerdote. Nos damos cuenta de la situación del que está tirado, pero nunca es buen momento para ayudarle. Tenemos prisa, miedo... Pedimos perdón y fuerza para convertirnos.

3. Samaritano. Sin embargo, tenemos que reconocer que en ocasiones somos capaces de cambiar nuestro plan y ofrecer al hermano tiempo, cariño, dinero... Damos gracias a Dios. Él nos ha dado todo lo que tenemos y la generosidad necesaria para compartirlo.

4. Malherido. A veces también nos sentimos así: en la cuneta, olvidados, solos, heridos... Se nos rompe el corazón cuando los demás pasan de largo. Y nos alegramos cuando se aproxima un samaritano. En cada samaritano, Jesús mismo se acerca para cuidarnos, para curarnos. Damos gracias a Dios por todos los samaritanos que Dios ha puesto en nuestro camino.

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