Liturgia - Lecturas del día



Lectura del libro de Rut
1, 1-2a. 3-6. 7-8. 14b-16. 22

Durante el tiempo de los Jueces hubo una gran sequía en el país, y un hombre de Belén de Judá emigró a los campos de Moab, con su mujer y sus dos hijos.
El hombre se llamaba Elimélec; su esposa, Noemí; y sus dos hijos, Majlón y Quilión.
Al morir Elimélec, el esposo de Noemí, ella se quedó con sus hijos. Estos se casaron con mujeres moabitas, una se llamaba Orpá y la otra Rut, y así vivieron unos diez años. Pero también murieron Majlón y Quilión, y Noemí se quedó sola, sin hijos y sin esposo.
Entonces se decidió a volver junto con sus nueras, abandonando los campos de Moab, porque se enteró de que el Señor había visitado a su pueblo y le había proporcionado alimento.
Mientras regresaban al país de Judá, Noemí dijo a sus nueras: «Váyanse, vuelvan cada una a la casa de su madre. ¡Qué el Señor tenga misericordia de ustedes, como ustedes la tuvieron con mis hijos muertos y conmigo!»
Orpá despidió a su suegra con un beso, mientras que Rut se quedó a su lado. Noemí le dijo: «Mira, tu cuñada regresa a su pueblo y a sus dioses; regresa tú también con ella». Pero Rut le respondió: «No insistas en que te abandone y me vuelva, porque yo iré donde tú vayas y viviré donde tú vivas. Tu pueblo será mi pueblo y tu Dios será mi Dios».
Así regresó Noemí con su nuera, la moabita Rut, la que había venido de los campos de Moab. Cuando llegaron a Belén, comenzaba la cosecha de la cebada.

Palabra de Dios.


Noemí, la única superviviente de la familia, tras haber experimentado la desgracia, pues ha pasado de ser rica y noble a ser una prófuga, viuda, extranjera y pobre, decide volver a la tierra del Señor y salir de la tierra pagana. Pero no lo hará sola, la acompañarán sus dos nueras moabitas. En la libertad de los hijos de Dios una volverá de nuevo a sus dioses y la otra, Rut, acompañará a Noemí tras una preciosa confesión de fe: “Tu pueblo será mi pueblo y tu Dios será mi Dios”. Noemí después de esta confesión de fe comprendió que todo lo que Dios había permitido en su vida, todo el sufrimiento que había experimentado: la carestía, la fuga, la pobreza, la muerte de su marido e hijos, era una preparación para este momento. Comprende que ella fue un instrumento para introducir a Rut en su pueblo, que luego llegará a estar en la descendencia del Mesías. Hay momentos en que llega la luz de Dios y todo adquiere sentido. De pronto comprendemos que todo es gracia y misericordia. Como decía San Agustín: “Dios no permitiría ningún mal si no supiera que de él sacaría un bien”.


SALMO RESPONSORIAL                                 145, 5-10

R.    ¡Alaba, alma mía, al Señor!

Feliz el que se apoya en el Dios de Jacob
y pone su esperanza en el Señor, su Dios:
Él hizo el cielo y la tierra,
el mar y todo lo que hay en ellos. R.

Él mantiene su fidelidad para siempre.
Hace justicia a los oprimidos
y da pan a los hambrientos.
El Señor libera a los cautivos. R.

Abre los ojos de los ciegos
y endereza a los que están encorvados,
el Señor ama a los justos
y protege a los extranjeros. R.

Sustenta al huérfano y a la viuda;
y entorpece el camino de los malvados.
El Señor reina eternamente, reina tu Dios, Sión,
a lo largo de las generaciones. R.




    Evangelio de nuestro Señor Jesucristo
según san Mateo
22, 34-40

Cuando los fariseos se enteraron de que Jesús había hecho callar a los saduceos, se reunieron con Él, y uno de ellos, que era doctor de la Ley, le preguntó para ponerlo a prueba: «Maestro, ¿cuál es el mandamiento más grande de la Ley?»
Jesús le respondió: «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todo tu espíritu. Éste es el más grande y el primer mandamiento. El segundo es semejante al primero: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos dependen toda la Ley y los Profetas».

Palabra del Señor.


¿Qué me quieres decir, Señor? ¿Cómo puedo hacer realidad este evangelio en mi vida? 

Para responder a la pregunta de aquél fariseo, Jesús une dos textos perdidos en el mar de leyes del Antiguo Testamento. Toma primero unas palabras del capítulo 6 del Deuteronomio: “Amarás a Dios tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser”. Y a continuación une un fragmento de Levítico 19,17: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”.

Para Jesús amar a Dios, amar al prójimo y amarse a uno mismo no es incompatible. Todo lo contrario. El amor es indivisible: cuando amamos a Dios sobre todas las cosas, amamos mejor a los hermanos y a nosotros mismos. Y, por supuesto, cuando amamos a los hermanos, crece nuestra capacidad de amar a Dios.

¿Qué te dice Dios? ¿Qué le dices?

Señor, dame un corazón abierto que sepa acoger tu amor,
el amor gratuito e incondicional que sostiene mi vida. 


Señor, dame un corazón humilde que sepa dejarse amar
por las personas que me ayudan a crecen en humanidad.


Señor, dame un corazón generoso que sepa amarte,
amarte en todo lo que haga y por encima de todo y de todos.


Señor, dame un corazón comprometido que sepa servir,
servir a todos, comenzando por los últimos, por los pobres.


Señor, dame un corazón agradecido que sepa valorarme,
amarme y alegrarme con los dones que he recibido de Ti.


Señor, dame un corazón sabio, para comprender
que sólo tu amor puede llenar del todo mi corazón,
que sólo el que ama con grandeza puede recibir amor,
que sólo el que se deja amar con humildad puede amar,
que sólo el que ama y se dejar amar puede ser feliz.


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