EL INMACULADO CORAZÓN DE MARÍA



Lectura del libro de Isaías
61, 9-11

Su descendencia será conocida entre las naciones,
y sus vástagos, en medio de los pueblos:
todos los que los vean, reconocerán
que son la estirpe bendecida por el Señor.

Yo desbordo de alegría en el Señor,
mi alma se regocija en mi Dios.
Porque Él me vistió con las vestiduras de la salvación
y me envolvió con el manto de la justicia,
como un esposo que se ajusta la diadema
y como una esposa que se adorna con sus joyas.

Porque así como la tierra da sus brotes
y un jardín hace germinar lo sembrado,
así el Señor hará germinar la justicia y la alabanza
ante todas las naciones.

Palabra de Dios.


La Iglesia celebra hoy la fiesta del Inmaculado Corazón  y aplica este texto de Isaías como para descubrirnos los sentimientos que inundaban el corazón de la Virgen. Sentimientos  de alegría y gratitud en el Señor, por todo lo que Él había hecho, sentimientos que Maria expresara en el Magníficat y que probablemente se apoyaron es estas profecías que muchas veces habra recitado y meditado. Este corazón de María, meditativo, atento, abierto a Dios y a los demás, se convierte en modelo para nosotros, los seguidores de Jesús. Busquemos en este día tener los mismos sentimientos de nuestra Madre y encontremos refugio en su Corazón Inmaculado.



SALMO RESPONSORIAL                                1 Sam 2, 1. 4-8

R.    ¡Mi corazón se regocija en el Señor!

Mi corazón se regocija en el Señor,
tengo la frente erguida gracias a mi Dios.
Mi boca se ríe de mis enemigos,
porque tu salvación me ha llenado de alegría. R.

El arco de los valientes se ha quebrado,
y los vacilantes se ciñen de vigor;
los satisfechos se contratan por un pedazo de pan,
y los hambrientos dejan de fatigarse;
la mujer estéril da a luz siete veces,
y la madre de muchos hijos se marchita. R.

El Señor da la muerte y la vida,
hunde en el Abismo y levanta de él.
El Señor da la pobreza y la riqueza,
humilla y también enaltece. R.

Él levanta del polvo al desvalido
y alza al pobre de la miseria,
para hacerlos sentar con los príncipes
y darles en herencia un trono de gloria. R.





    Evangelio de nuestro Señor Jesucristo
según san Lucas
2, 41-51

Los padres de Jesús iban todos los años a Jerusalén en la fiesta de la Pascua. Cuando el niño cumplió doce años, subieron como de costumbre, y acabada la fiesta, María y José regresaron, pero Jesús permaneció en Jerusalén sin que ellos se dieran cuenta. Creyendo que estaba en la caravana, caminaron todo un día y después comenzaron a buscarlo entre los parientes y conocidos. Como no lo encontraron, volvieron a Jerusalén en busca de Él.
Al tercer día, lo hallaron en el Templo en medio de los doctores de la Ley, escuchándolos y haciéndoles preguntas. Y todos los que lo oían estaban asombrados de su inteligencia y sus respuestas.
Al verlo, sus padres quedaron maravillados y su madre le dijo: «Hijo mío, ¿por qué nos has hecho esto? Piensa que tu padre y yo te buscábamos angustiados».
Jesús les respondió: «¿Por qué me buscaban? ¿No sabían que Yo debo ocuparme de los asuntos de mi Padre?» Ellos no entendieron lo que les decía.
Él regresó con sus padres a Nazaret y vivía sujeto a ellos. Su madre conservaba estas cosas en su corazón.

Palabra del Señor.

Reflexión

Jesús, de quien después de su presentación en el templo se dijo que crecía y se fortalecía, llenándose de sabiduría; y la gracia de Dios estaba sobre él, ahora se presenta llevando consigo toda la educación en la fe que, como hombre, recibió en casa. Su fidelidad a la voluntad divina está reflejando, humanamente, aquel hágase en mí según tu palabra, pronunciado por María.
Jesús no sólo es el fruto del vientre de María, también, como hombre, es el fruto de la fe de María. Y hoy la celebramos llenos de alegría y gratitud, pues que en verdad el Señor hizo grandes obras, por medio de ella, en favor nuestro.
Ella, la mujer que escuchaba la Palabra de Dios con gran amor; la mujer del compromiso no nacido de la emoción, sino de la meditación, de la reflexión consciente para vivir un sí de modo definitivo, y no como un vaivén de hojas sacudidas por cualquier viento, es para nosotros el ejemplo de cómo la Iglesia, que somos nosotros, hemos de vivir nuestro compromiso de fe ante el Señor, ocupándonos siempre y constantemente de las cosas de nuestro Padre Dios.
En esta fiesta del Inmaculado Corazón de María, nuestra Madre,, roguémosle a nuestro Dios y Padre que por intercesión de ella nos conceda ser testigos auténticos de su amor para todos. Que el amor con que hemos sido amados apremie nuestra vida a ser auténticos en nuestra fe, en nuestra esperanza y en nuestro amor. Que siendo portadores veraces del Evangelio podamos ser reconocidos, al final, como los hijos amados del Padre, unidos a su Hijo único en quien Él tiene puestas sus complacencias. Amén.

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