Liturgia - Lecturas del día




Lectura del libro de Isaías
6, 1-8

El año de la muerte del rey Ozías, yo vi al Señor sentado en un trono elevado y excelso, y las orlas de su manto llenaban el Templo. Unos serafines estaban de pie por encima de Él. Cada uno tenía seis alas: con dos se cubrían el rostro, y con dos se cubrían los pies, y con dos volaban. Y uno gritaba hacia el otro:
«¡Santo, santo, santo es el Señor de los ejércitos!
Toda la tierra está llena de su gloria».
Los fundamentos de los umbrales temblaron al clamor de su voz, y la Casa se llenó de humo. Yo dije:
«¡Ay de mí, estoy perdido!
Porque soy un hombre de labios impuros,
y habito en medio de un pueblo de labios impuros;
¡y mis ojos han visto al Rey, el Señor de los ejércitos!»
Uno de los serafines voló hacia mí, llevando en su mano una brasa que había tomado con unas tenazas de encima del altar. Él le hizo tocar mi boca, y dijo:
«Mira: esto ha tocado tus labios;
tu culpa ha sido borrada
y tu pecado ha sido expiado».
Yo oí la voz del Señor que decía: «¿A quién enviaré y quién irá por nosotros?». Yo respondí: «¡Aquí estoy: envíame!»

Palabra de Señor.


Isaías profetiza en el Reino del Sur, en la misma Jerusalén. Asiste al derrumbe de Samaria, corroída por la idolatría y la injusticia y se atormenta porque ve que lo mismo pasará con su pueblo. Hoy asistimos a su vocación. En medio de una especie de éxtasis místico “encuentra a Dios” y se transformará en el profeta de la santidad de Dios. La irrupción del Señor en una vida. El “encuentro” del Dios vivo. Así sucedió con San Benito.  ¿Y yo? ¿He hecho la experiencia de Dios? ¿Dios es Alguien para mí? El “Santo” de cada Misa ¿se ha convertido  para mí en un monótono murmullo o expresa la trascendencia divina, la intensa proximidad de Dios?



SALMO RESPONSORIAL                                           92, 1-2. 5

R.    ¡Reina el Señor, revestido de majestad!

¡Reina el Señor, revestido de majestad!
El Señor se ha revestido, se ha ceñido de poder.
El mundo está firmemente establecido:
¡no se moverá jamás! R.

Tu trono está firme desde siempre,
Tú existes desde la eternidad.
Tus testimonios, Señor, son dignos de fe,
la santidad embellece tu Casa a lo largo de los tiempos. R.






    Evangelio de nuestro Señor Jesucristo
según san Mateo
10, 24-33

Jesús dijo a sus apóstoles:
El discípulo no es más que el maestro ni el servidor más que su dueño. Al discípulo le basta ser como su maestro y al servidor como su dueño. Si al dueño de casa lo llamaron Belzebul, ¡cuánto más a los de su casa! No los teman. No hay nada oculto que no deba ser revelado, y nada secreto que no deba ser conocido. Lo que Yo les digo en la oscuridad, repítanlo en pleno día; y lo que escuchen al oído, proclámenlo desde lo alto de las casas.
No teman a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma. Teman más bien a aquél que puede arrojar el alma y el cuerpo al infierno.
¿Acaso no se vende un par de pájaros por unas monedas? Sin embargo, ni uno solo de ellos cae en tierra, sin el consentimiento del Padre de ustedes. También ustedes tienen contados todos sus cabellos. No teman entonces, porque valen más que muchos pájaros.
Al que me reconozca abiertamente ante los hombres, Yo lo reconoceré ante mi Padre que está en el cielo. Pero Yo renegaré ante mi Padre que está en el cielo de aquél que reniegue de mí ante los hombres.

Palabra del Señor.


Reflexión

El que anuncia el Evangelio está en manos de Dios. Esta realidad jamás debe olvidarse para evitar el temor ante las persecuciones y amenazas de muerte.
El Evangelio siempre será confrontado por quienes se sienten profundamente cuestionados por él, pero no quieren dejar sus caminos equivocados. Por eso el enviado a anunciar el Evangelio siempre se verá perseguido, insultado, humillado e incluso podrá llegar a ser condenado a muerte, igual que Jesús, el Enviado del Padre.
Así, el destino del discípulo es el mismo que el de su Maestro.
Pero no pensemos sólo en la persecución y la muerte; pensemos en la glorificación de Cristo junto al Padre Dios, aun cuando para llegar a esa Gloria tuvo que pasar por la muerte.
La Glorificación de Cristo es el destino de quien ha sido enviado a proclamar la Buena Nueva de salvación, y permanece fiel en la Misión recibida, sin dejarse amedrentar por las amenazas, ni comprar por los poderosos de este mundo.
Sólo Dios, que nos ha tenido confianza para encomendarnos su Evangelio, es quien al final, por nuestra falta de fidelidad a Él podría dejarnos fuera del Reino celestial; eso sí es lo que hemos de temer. Mas no por el temor a la condenación queramos cumplir con nuestra misión, sino que es el amor el que nos ha de mover a hacer nuestro el Evangelio y a proclamarlo para que todos conozcan y amen a Aquel que, amándonos, se entregó por nosotros para que vivamos con Él eternamente.

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