Liturgia - Lecturas del día

 



 


Lectura del libro del Apocalipsis

10, 8-11

 

Yo, Juan, oí la voz que me habló nuevamente desde el cielo, diciéndome: «Ve a tomar el pequeño libro que tiene abierto en la mano el Ángel que está de pie sobre el mar y sobre la tierra».

Yo corrí hacia el Ángel y le rogué que me diera el pequeño libro, y él me respondió: «Toma y cómelo; será amargo para tu estómago, pero en tu boca será dulce como la miel».

Yo tomé el pequeño libro de la mano del Ángel y lo comí: en mi boca era dulce como la miel, pero cuando terminé de comerlo, se volvió amargo en mi estómago.

Entonces se me dijo: «Es necesario que profetices nuevamente acerca de una multitud de pueblos, de naciones, de lenguas y de reyes».

 

Palabra de Dios.



Un gesto simbólico: el vidente tiene que comer el libro, antes de transmitir su contenido. Gesto muy expresivo, que ya encontramos en Ezequiel. El que habla de parte de Dios, primero tiene que comer lo que anunciará después. El libro -la Palabra de Dios- es en parte dulce y en parte amargo. Los cristianos, y sobre todo los que transmiten a otros la Palabra de Dios -sacerdotes, educadores, catequistas, padres- deberíamos primero asimilarla. Comerla -interiorizarla, personalizarla- y luego comunicarla. Entonces será creíble nuestro testimonio y nuestra palabra. Para no caer en el reproche de Jesús a los fariseos, "que dicen pero no hacen". También nosotros experimentamos que la Palabra de Dios es agridulce. Muchas veces es consoladora. Otras, exigente. Ni para nosotros ni para los demás debemos caer en la tentación de hacer selección a nuestra medida, eligiendo sólo lo que nos gusta.



 

 

SALMO RESPONSORIAL                        118, 14. 24. 72. 103. 111. 131

 

R.    ¡Dulce es tu palabra para mi boca, Señor!

 

Me alegro de cumplir tus prescripciones,

más que de todas las riquezas.

Porque tus prescripciones son todo mi deleite,

y tus precepto, mis consejeros. R.

 

Para mí vale más la ley de tus labios

que todo el oro y la plata.

¡Qué dulce es tu palabra para mi boca,

es más dulce que la miel! R.

 

Tus prescripciones son mi herencia para siempre,

porque alegran mi corazón.

Abro mi boca y aspiro hondamente,

porque anhelo tus mandamientos. R.

 

 

 


 

    Evangelio de nuestro Señor Jesucristo

según san Lucas

19, 45-48

 

Jesús, al entrar al Templo, se puso a echar a los vendedores, diciéndoles: «Está escrito: "Mi casa será una casa de oración, pero ustedes la han convertido en una cueva de ladrones"».

Y diariamente enseñaba en el Templo. Los sumos sacerdotes, los escribas y los más importantes del pueblo buscaban la forma de matarlo. Pero no sabían cómo hacerlo, porque todo el pueblo lo escuchaba y estaba pendiente de sus palabras.

 

Palabra del Señor.

 

Reflexión


Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)

Cada instante de esta vida es un don. Hoy tengo éste entre las manos. Quiero vivirlo con todo mi ser. Gracias por este regalo, Señor.


Medita lo que Dios te dice en el Evangelio

La casa del Señor era casa de oración. Mi casa, ¿es casa de oración también? Podría examinar, ¿con qué actitud se vive en mi casa?, ¿con qué actitud vivo yo?, ¿con una actitud de búsqueda de Dios?, ¿con una actitud de vivir en la verdad?, ¿con una actitud de honestidad?, ¿qué valores transmito en mi casa?, ¿qué transmite mi persona?, ¿qué dirección lleva mi vida?, ¿cuáles son las intenciones de mi corazón?

Orar es vivir en unión con Dios. Él es la verdad, la caridad, la bondad, la belleza. Uno puede unirse a Dios por medio de las palabras, de los pensamientos, de las acciones. Sin embargo, la oración más completa, la unión más completa, es la que se hace con toda la vida, con todo mi ser. Y mi ser comienza por manifestarse a través de mis intenciones. Toda verdadera intención madura en una acción.

Te pido la gracia, Señor, de tener un corazón lleno de buenas y verdaderas intenciones, con intenciones grandes, con intenciones altas, con intenciones que vayan siempre buscándote a ti. Y así comenzará mi casa a ser también una casa de oración.

«Los jefes del templo, los jefes de los sacerdotes y los escribas habían cambiado un poco las cosas. Habían entrado en un proceso de degradación y habían convertido en impuro al templo, habían ensuciado el templo. Esto tiene algo que decir también a los cristianos de hoy, porque el templo es un icono de la Iglesia. La Iglesia siempre —¡siempre!— experimentará la tentación de la mundanidad y la tentación de un poder que no es el poder que Jesucristo quiere para ella. Jesús no dice: “No, esto no se hace, hacedlo fuera”; sino “vosotros habéis hecho aquí una cueva de ladrones”. Cuando la Iglesia entra en este proceso de degradación el final es muy feo. ¡Muy feo!».
(Homilía de S.S. Francisco, 20 de noviembre de 2015, en santa Marta).

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