Liturgia - Lecturas del día

 



 

Lectura del primer libro de Samuel

1, 19b-20. 24-28

 

Elcaná se unió a su esposa Ana, y el Señor se acordó de ella. Ana concibió, y a su debido tiempo dio a luz un hijo, al que puso el nombre de Samuel, diciendo: «Se lo he pedido al Señor».

Cuando el niño dejó de mamar, lo subió con ella, llevando además un novillo de tres años, una medida de harina y un odre de vino, y lo condujo a la Casa del Señor en Silo. El niño era aún muy pequeño. Y después de inmolar el novillo, se lo llevaron a Elí.

Ella dijo: «Perdón, señor mío; ¡por tu vida, señor!, yo soy aquella mujer que estuvo aquí junto a ti, para orar al Señor. Era este niño lo que yo suplicaba al Señor, y Él me concedió lo que le pedía. Ahora yo, a mi vez, se lo cedo a Él: para toda su vida queda cedido al Señor».

Después se postraron delante del Señor.

 

Palabra de Dios.



Los dones más preciosos no se conquistan, sino que se esperan. Es el caso de la madre de Samuel, Ana, que acude al santuario en Silo para agradecer al Señor el don de la maternidad después de su insistente súplica. Lleva dones de la tierra, pero sobre todo el don de su hijo Samuel, que ofrece a Dios. Ofrece primero un novillo, como sacrificio de acción de gracias y alabanza; a continuación presenta a su hijo al sacerdote Eli, al que le cuenta su historia, y cómo Dios había escuchado. Ana, está en la casa de Dios para intercambiar el don. La narración es el anuncio extraordinario de lo que Dios realizará en plenitud con María. Lo mismo que con Isaac, Sansón y Juan Bautista, el nacimiento de un hijo por obra de Dios, de una mujer estéril, fue el signo de una vocación particular, también lo fue para Samuel. Hay que seguir la trayectoria marcada por Dios en la historia de la salvación de cada uno.



 

 

SALMO RESPONSORIAL                                    1 Sam 2, 1. 4-8abcd

 

R.    Mi corazón se regocija en el Señor, mi Salvador

 

Mi corazón se regocija en el Señor,

tengo la frente erguida gracias a mi Dios.

Mi boca se ríe de mis enemigos,

porque tu salvación me ha llenado de alegría. R.

 

El arco de los valientes se ha quebrado,

y los vacilantes se ciñen de vigor;

los satisfechos se contratan por un pedazo de pan,

y los hambrientos dejan de fatigarse;

la mujer estéril da a luz siete veces,

y la madre de muchos hijos se marchita. R.

 

El Señor da la muerte y la vida,

hunde en el Abismo y levanta de él.

El Señor da la pobreza y la riqueza,

humilla y también enaltece. R.

 

Él levanta del polvo al desvalido

y alza al pobre de la miseria,

para hacerlos sentar con los príncipes

y darles en herencia un trono de gloria. R.

 

 

 




    Evangelio de nuestro Señor Jesucristo

según san Lucas

1, 46-55

 

María dijo:

Mi alma canta la grandeza del Señor,

y mi espíritu se estremece de gozo en Dios, mi Salvador,

porque él miró con bondad la pequeñez de su servidora.

 

En adelante todas las generaciones me llamarán feliz,

porque el Todopoderoso ha hecho en mí grandes cosas:

¡su Nombre es santo!

Su misericordia se extiende de generación en generación

sobre aquéllos que lo temen.

 

Desplegó la fuerza de su brazo,

dispersó a los soberbios de corazón.

Derribó a los poderosos de sus tronos,

y elevó a los humildes.

Colmó de bienes a los hambrientos

y despidió a los ricos con las manos vacías.

 

Socorrió a Israel, su servidor,

acordándose de su misericordia,

como lo había prometido a nuestros padres,

en favor de Abraham y de su descendencia para siempre.

 

Palabra del Señor.

 

Reflexión


Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)

María, madre mía, te pido que me ayudes a elevar un canto de acción de gracias a Dios. Ensancha mi corazón para que pueda descubrir el gran amor que Dios me ha tenido y para que pueda expresarle el gran amor que siento al contemplar su mano en mi vida. Yo también quiero decir «Mi alma glorifica al Señor».



Medita lo que Dios te dice en el Evangelio

A unos días de la Navidad, podemos contemplar este Evangelio con gran estupor. Jesús está a punto de venir a nuestras almas. Como hace dos mil años, el 24 en la noche, entrará a la pobre cueva de nuestro corazón, a la pobre cueva del corazón humano. ¡Qué es el hombre para que el mismo Dios venga a habitar a su casa! O como María dice «porque puso los ojos en la humildad de su esclava».

Y esta llegada del Señor nos ha de llenar de alegría. ¡Dios viene a mi alma! «mi espíritu se llena de júbilo». Pensemos en los pastores que llegaron a la cueva de Belén, a ellos también los escogió el Señor, no eran los más ilustres de Israel, ni los más poderosos. Pero el Señor los llamó, los miró y ellos se llenaron de alegría. No tenían mucho, pero pusieron a los pies de Jesús todo lo que tenían. Unos, leche, otros, queso, otros, pan, otros, miel… Cada uno dio lo que tenía, con alegría y con amor.

Y al llegar al final del adviento y a las puertas de la Navidad, podemos comenzar a preocuparnos y a pensar que no estamos preparados. Seguramente pensamos que no hemos trabajado lo suficiente en las semanas del adviento y quisiéramos darle un poco más al Niño Jesús. Pero el Señor nos mira y quiere entrar a nuestro corazón. Él sabe que no estamos preparados y conoce nuestra pobreza. Y lo único que nos pide es que le demos todo, nuestra misma pobreza.

Por eso las Navidades son un periodo de alegría y de gratitud. Jesús viene a nuestros pobres corazones para estar con nosotros. Abrámosle las puertas del corazón y llenémonos de gozo.

«En la vida de María admiramos esa pequeñez amada por Dios, que “ha mirado la sencillez de su esclava” y “enaltece a los humildes”. Él se complació tanto de María, que se dejó tejer la carne por ella, de modo que la Virgen se convirtió en Madre de Dios, como proclama un himno muy antiguo, que cantáis desde hace siglos. Que ella os siga indicando la vía a vosotros, que de modo ininterrumpido os dirigís a ella, viniendo a esta capital espiritual del país, y os ayude a tejer en la vida la trama humilde y sencilla del Evangelio».
(Homilía de S.S. Francisco, 28 de julio de 2016).

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