DOMINGO 6º DURANTE EL AÑO



 


 

Lectura del libro del Levítico

13, 1-12. 44-46

 

El Señor dijo a Moisés y a Aarón:

Cuando aparezca en la piel de una persona una hinchazón, una erupción o una mancha lustrosa, que hacen previsible un caso de lepra, la persona será llevada al sacerdote Aarón o a uno de sus hijos, los sacerdotes.

La persona afectada de lepra llevará la ropa desgarrada y los cabellos sueltos; se cubrirá hasta la boca e irá gritando: «¡Impuro, impuro!». Será impuro mientras dure su afección. Por ser impuro, vivrá apartado y su morada estará fuera del campamento.


Palabra de Dios.




Para los judíos, el que era golpeado por este mal contagioso tenía que ser apartado, porque la lepra era sinónimo de separación, de impureza religiosa y de castigo de Dios; era una situación sin esperanza humana, llaga reservada a los pecadores, como lo fue con los egipcios (Ex 9). El leproso, marcado con esa señal, era considerado impuro, segregado de la comunidad y «excomulgado», a fin de preservar la santidad del pueblo de Dios. Además, el hecho de que, en caso de sanación, el que se curaba de la lepra tuviera que hacer un sacrificio de expiación (14,33ss) para ser readmitido en la sociedad pone de manifiesto el estrecho vínculo que había entre la lepra y el pecado.



 

 

SALMO RESPONSORIAL                                             31, 1-2. 5. 11

 

R.    ¡Me alegras con tu salvación, Señor!

 

¡Feliz el que ha sido absuelto de su pecado

Y liberado de su falta!

¡Feliz el hombre a quien el Señor

no le tiene en cuenta las culpas,

y en cuyo espíritu no hay doblez!  R.

 

Pero yo reconocí mi pecado,

no te escondí mi culpa,

pensando: «Confesaré mis faltas al Señor».

¡Y Tú perdonaste mi culpa y mi pecado!  R.

 

¡Alégrense en el Señor,

regocíjense los justos!

¡Cante jubilosos

los rectos de corazón!  R.

 

 



 

Lectura de la primera carta del Apóstol

san Pablo a los cristianos de Corinto

10, 31—11,1

 

Hermanos:

Sea que ustedes coman, sea que beban, o cualquier cosa que hagan, háganlo todo para la gloria de Dios.

No sean motivo de escándalo ni para los judíos ni para los paganos ni tampoco para la Iglesia de Dios.

Hagan como yo, que me esfuerzo por complacer a todos en todas las cosas, no buscando mi interés personal, sino el del mayor número, para que puedan salvarse.

Sigan mi ejemplo, así como yo sigo el ejemplo de Cristo.

 

Palabra de Dios.



San Pablo se refiere concretamente a los cristianos que comían o bebían alimentos impuros, porque eran alimentos que habían sido sacrificados previamente a los ídolos. Algunos cristianos, que venían del paganismo, seguían esta costumbre y no la creían contraria al cristianismo. San Pablo les dice a todos que toda comida es, en sí misma, pura y que lo importante es que hagan todo para gloria de Dios, no apartando a nadie, por esta causa, de la salvación. Así lo hace, de hecho él mismo. Quedémonos nosotros con esta frase: “hagamos todo para gloria de Dios”. Lo importante, en la comida y en todo lo demás, es ayudar a los demás a amar a Dios y al prójimo, esto es hacer todo para gloria de Dios. También san Ignacio de Loyola tenía esto muy claro cuando mandaba a sus frailes que hicieran todo “a la mayor gloria de Dios”.

 

 

 


 

   Evangelio de nuestro Señor Jesucristo

según san Marcos

1, 40-45

 

Se le acercó un leproso a Jesús para pedirle ayuda y, cayendo de rodillas, le dijo: «Si quieres, puedes purificarme». Jesús, conmovido, extendió la mano y lo tocó diciendo: «Lo quiero, quda purificado». Enseguida la lepra desapareció y quedó purificado.

Jesús los despidió, advirtiéndole severamente: «No le digas nada a nadie, pero ve a presentarte al sacerdote y entrega por tu purificación la ofrenda que ordenó Moisés, para que les sirva de testimonio».

Sin embargo, apenas se fue, empezó a proclamarlo a todo el mundo, divulgando lo sucedido, de tal manera que Jesús ya no podía entrar públicamente en ninguna ciudad, sino que debía quedarse afuera, en lugares desiertos. Y acudían a Él de todas partes.

 

Palabra del Señor.

 

Reflexión


Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)

Señor, mírame. Me encuentro aquí una vez más. Verdaderamente Tú haces nuevas todas las cosas. No importa cuántas veces me encuentre otra vez delante de ti. Tú renuevas el encuentro siempre.




Medita lo que Dios te dice en el Evangelio

Señor, te doy gracias por escucharme cuando te hablo. A veces te siento tan ausente, pero otras veces esa ausencia adquiere un significado. Quiero acercarme a ti como el leproso y pedirte «cúrame Señor», cúrame de todo tipo de desconfianza, de todo tipo de pensamiento que me aleje de ti, que me aleje de la entrega, que me aleje de la caridad.

Somos débiles, todos los seres humanos somos débiles. Pero también tenemos una gran riqueza. Esa riqueza es la capacidad de optar. Una y otra vez podemos decir: quiero. Quiero confiar. Quiero seguir. Quiero volver a caminar, volver a agradecer y volver a construir.

Hoy quiero pedirte la gracia de la confianza en ti. De una confianza que me ponga en movimiento, que me impulse a salir de mí mismo, de la soledad interior, para encontrar a otras personas que también necesitan tu amor.

«Que ninguno responda pero sí se responda en el corazón: ¿habéis sentido vergüenza frente al Señor por vuestros pecados? ¿Habéis pedido la gracia de la vergüenza, la gracia de avergonzaros frente a ti, Señor, que te he hecho esto? Porque yo soy malo: cúrame, Señor. Y que el Señor nos cure a todos porque la vergüenza abre la puerta a la curación del Señor».
(Homilía de S.S. Francisco, 6 de octubre de 2017, en santa Marta).

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