Liturgia - Lecturas del día

 



Lectura de la primera carta del Apóstol san Pablo

a los cristianos de Tesalónica

4, 1-8

 

Hermanos:

Les rogamos y les exhortamos en el Señor Jesús, que vivan conforme a lo que han aprendido de nosotros sobre la manera de comportarse para agradar a Dios. De hecho, ustedes ya viven así: hagan mayores progresos todavía. Ya conocen las instrucciones que les he dado en nombre del Señor Jesús.

La voluntad de Dios es que sean santos, que se abstengan del pecado carnal, que cada uno sepa usar de su cuerpo con santidad y respeto, sin dejarse arrastrar por los malos deseos, como hacen los paganos que no conocen a Dios. Que nadie se atreva a perjudicar ni a dañar en esto a su hermano, porque el Señor hará justicia por todas estas cosas, como ya se lo hemos dicho y atestiguado. Dios, en efecto, no nos llamó a la impureza, sino a la santidad. Por eso, el que desprecia estas normas, no desprecia a un hombre, sino a Dios, a ese Dios que les ha dado su Espíritu Santo.

 

Palabra de Dios.




Tras haber recordado el pasado, agradeciendo a Dios todo lo que ha tenido a bien obrar en la comunidad, Pablo mira ahora hacia el futuro. Recurre sobre todo al lenguaje de la exhortación. La «santificación» de la que se habla consiste precisamente en el proceso que tiene como resultado final la «santificación» auténtica. Nos encontramos en la definición de una actividad que todavía está en pleno desarrollo, en la que concurren, por un lado, el compromiso y la libre adhesión del creyente y, por otro, la obra del Espíritu Santo, que interviene configurando a la criatura a imagen de Dios. Todo esto tiene lugar en el «cuerpo» del hombre, está inscrito en su carne y habla el lenguaje que le corresponde desde la creación.

 


 

SALMO RESPONSORIAL                          96, 1. 2b. 5-6. 10. 12

 

R.    ¡Alégrense, justos, en el Señor!

 

¡EI Señor reina!

Alégrese la tierra,

regocíjense las islas incontables.

La Justicia y el Derecho son la base de su trono. R.

 

Las montañas se derriten como cera

delante del Señor, que es el dueño de toda la tierra.

Los cielos proclaman su justicia

y todos los pueblos contemplan su gloria. R.

 

Tú amas, Señor,

a los que odian el mal,

proteges la vida de tus fieles

y los libras del poder de los malvados. R.

 

Nace la luz para el justo,

y la alegría para los rectos de corazón.

Alégrense, justos, en el Señor

y alaben su santo Nombre. R.

 

 

 


 Evangelio de nuestro Señor Jesucristo

según san Mateo

25, 1-13

 

Jesús dijo a sus discípulos esta parábola:

El Reino de los Cielos será semejante a diez jóvenes que fueron con sus lámparas al encuentro del esposo. Cinco de ellas eran necias y cinco, prudentes.

Las necias tomaron sus lámparas, pero sin proveerse de aceite, mientras que las prudentes tomaron sus lámparas y también llenaron de aceite sus frascos.

Como el esposo se hacía esperar, les entró sueño a todas y se quedaron dormidas. Pero a medianoche se oyó un grito: «Ya viene el esposo, salgan a su encuentro».

Entonces las jóvenes se despertaron y prepararon sus lámparas. Las necias dijeron a las prudentes: «¿Podrían damos un poco de aceite, porque nuestras lámparas se apagan?» Pero éstas les respondieron: «No va a alcanzar para todas. Es mejor que vayan a comprarlo al mercado».

Mientras tanto, llegó el esposo: las que estaban preparadas entraron con él en la sala nupcial y se cerró la puerta.

Después llegaron las otras jóvenes y dijeron: «Señor, señor, ábrenos», pero él respondió: «Les aseguro que no las conozco».

Estén prevenidos, porque no saben el día ni la hora.

 

Palabra del Señor.


 


Petición
Señor, dame la gracia de tener un corazón alerta y vigilante, para obrar siempre el bien.

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio.

 La lámpara que tenemos, es la mejor.

Cuántas veces uno se despista y vive en la oscuridad. Y a veces unos se quieren poner a la luz del otro, como estas jóvenes que buscaron poner en sus lámparas el aceite de las otras. Pero cada uno tiene su luz. En cada uno Dios ha dejado una luz particular, una luz que le hace ser él mismo. Por eso, en el Reino de los cielos cada uno tiene que ser él mismo.

Unas luces son más fuerte, otras más débiles, otras cambian constantemente… Y así podemos encontrar un sinfín de luces como personas. Y cada uno tiene que cuidar  y dar cuentas de esa luz que recibió. Porque esa lámpara que Dios nos ha dado la tenemos que poner en el candelabro. Y puede que a veces no me guste mi lámpara, no me guste mi luz o gaste mi aceite. Puede que a veces utilice mis cualidades para presumir o a veces quiera ocultar esa luz, esas virtudes o defectos. Incluso a veces no quiero mi lámpara.



Pero esa lámpara puede ser fea, puede tener una luz muy tenue, puede que vea más la oscuridad que la luz. Pero es la luz que no me ha regalado Dios; es la luz que me acompañará a lo largo de mi vida. Por lo tanto tengo que aceptarla. Y tengo que cuidarla. Y me puede pasar que piense que no me va bien esta lámpara. Quisiera otra más o menos luminosa. Y siempre estoy queriendo la vela o el aceite de los otros. Pero, en realidad, la lámpara que tengo es la mejor, ¡porque es mi lámpara! Es un regalo de Dios. Lo importante es ver mi vida y mi historia desde los ojos de Dios y no desde una mirada humana. He de elevar la mirada; contemplar la maravillosa obra de Dios en mi vida y darle las gracias.

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