DOMINGO 2° DE PASCUA DOMINGO DE LA DIVINA MISERICORDIA

 


Lectura de los Hechos de los Apóstoles

5, 12-16

 

Los Apóstoles hacían muchos signos y prodigios en el pueblo. Todos solían congregarse unidos en un mismo espíritu, bajo el pórtico de Salomón, pero ningún otro se atrevía a unirse al grupo de los Apóstoles, aunque el pueblo hablaba muy bien de ellos.

Aumentaba cada vez más el número de los que creían en el Señor, tanto hombres como mujeres. Y hasta sacaban a los enfermos a las calles, poniéndolos en catres y camillas, para que cuando Pedro pasara, por lo menos su sombra cubriera a alguno de ellos. La multitud acudía también de las ciudades vecinas a Jerusalén, trayendo enfermos o poseídos por espíritus impuros, y todos quedaban sanados.

 

Palabra de Dios.



Aparece la presencia y la acción de los apóstoles, en particular la de Pedro. Éstos realizan signos y prodigios que atestiguan el poder del Resucitado. El pueblo los exalta; aumenta el número de los creyentes; aumenta también la fe suscitada por el poder de curación de los apóstoles, incluso por la sombra de Pedro. Se perfilan aquí los rasgos de la Iglesia, que, mientras se va formando, agrega siempre, por el poder del Espíritu, nuevos miembros, sobre todo mediante la actividad de los apóstoles.

 

 

SALMO RESPONSORIAL                                 117, 2-4. 16-18. 22-24

 

R.    ¡Den gracias al Señor, porque es bueno,

porque es eterno su amor!

 

Que lo diga el pueblo de Israel:

¡es eterno su amor!

Que lo diga la familia de Aarón:

¡es eterno su amor!

Que lo digan los que temen al Señor:

¡es eterno su amor! R.

 

«La mano del Señor es sublime,

la mano del Señor hace proezas».

No, no moriré:

viviré para publicar lo que hizo el Señor.

El Señor me castigó duramente

pero no me entregó a la muerte. R.

 

La piedra que desecharon los constructores

es ahora la piedra angular.

Esto ha sido hecho por el Señor

y es admirable a nuestros ojos.

Éste es el día que hizo el Señor:

alegrémonos y regocijémonos en él. R.

 

 

 

 


Lectura del libro del Apocalipsis

1, 9-11a. 12-13. 17-19

 

Yo, Juan, hermano de ustedes, con quienes comparto las tribulaciones, el Reino y la espera perseverante en Jesús, estaba en la isla de Patmos, a causa de la Palabra de Dios y del testimonio de Jesús. El Día del Señor fui arrebatado por el Espíritu y oí detrás de mí una voz fuerte como una trompeta, que decía: «Escribe en un libro lo que ahora vas a ver, y mándalo a las siete iglesias que están en Asia».

Me di vuelta para ver de quién era esa voz que me hablaba, y vi siete candelabros de oro, y en medio de ellos, a alguien semejante a un Hijo de hombre, revestido de una larga túnica que estaba ceñida a su pecho con una faja de oro.

Al ver esto, caí a sus pies, como muerto, pero él, tocándome con su mano derecha, me dijo: «No temas: Yo soy el Primero y el Último, el Viviente. Estuve muerto, pero ahora vivo para siempre y tengo la llave de la Muerte y del Abismo. Escribe lo que has visto, lo que sucede ahora y lo que sucederá en el futuro».

 

Palabra de Dios.

 

 

 


  Evangelio de nuestro Señor Jesucristo

según san Juan

20, 19-31

 

Al atardecer del primer día de la semana, los discípulos se encontraban con las puertas cerradas por temor a los judíos. Entonces llegó Jesús y poniéndose en medio de ellos, les dijo: «¡La paz esté con ustedes!»

Mientras decía esto, les mostró sus manos y su costado. Los discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor.

Jesús les dijo de nuevo:

«¡La paz esté con ustedes!

Como el Padre me envió a mí,

Yo también los envío a ustedes».

 

Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió:

«Reciban el Espíritu Santo.

Los pecados serán perdonados

a los que ustedes se los perdonen,

y serán retenidos

a los que ustedes se los retengan».

 

Tomás, uno de los Doce, de sobrenombre el Mellizo, no estaba con ellos cuando llegó Jesús. Los otros discípulos le dijeron: «¡Hemos visto al Señor!»

Él les respondió: «Si no veo la marca de los clavos en sus manos, si no pongo el dedo en el lugar de los clavos y la mano en su costado, no lo creeré».

Ocho días más tarde, estaban de nuevo los discípulos reunidos en la casa, y estaba con ellos Tomás. Entonces apareció Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio de ellos y les dijo: «¡La paz esté con ustedes!»

Luego dijo a Tomás: «Trae aquí tu dedo: aquí están mis manos. Acerca tu mano: métela en mi costado. En adelante no seas incrédulo, sino hombre de fe».

Tomás respondió:

«¡Señor mío y Dios mío!»

Jesús le dijo:

«Ahora crees, porque me has visto.

¡Felices los que creen sin haber visto!»

 

Jesús realizó además muchos otros signos en presencia de sus discípulos, que no se encuentran relatados en este Libro. Estos han sido escritos para que ustedes crean que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y creyendo, tengan Vida en su Nombre.

 

Palabra del Señor.



¡Señor Mío Y Dios Mío!



Hoy recordamos a uno de los 12, de las primeras piedras que Jesús puso para construir este edificio vivo que es la comunidad de los cristianos: recordamos a Tomás; uno de los 12, que le costó creer… La celebración de hoy nos recuerda que quienes nos han precedido en la fe son humanos, y han tenido que hacer su camino, como nosotros. Incluso aquella primera generación, los que vivieron con Jesús tuvieron que poner su parte en el camino de fe. Y la fe siempre es un salto, que no todos están dispuestos a dar. La incredulidad de Tomás da lugar a que Jesús formule una bienaventuranza que llega hasta nosotros, veintiún siglos después: “¡Felices los que creen sin haber visto!”. Nuestra fe se funda en el testimonio que la Iglesia conserva y transmite desde el tiempo de los Apóstoles. Todos aquellos discípulos y discípulas que anunciaron a Jesús vivo, han hecho posible que la Buena Noticia de la Resurrección se siga anunciando hoy.
¿Cómo estoy viviendo mi camino de fe? ¿Le creo hoy al Señor?

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