Liturgia - Lecturas del día

 



Lectura del primer libro de los Reyes

17, 1-6

 

Elías, de Tisbé en Galaad, dijo a Ajab: «¡Por la vida del Señor, el Dios de Israel, a quien yo sirvo, no habrá estos años rocío ni lluvia, a menos que yo lo diga!»

La palabra del Señor le llegó en estos términos: «Vete de aquí; encamínate hacia el Oriente y escóndete junto al torrente Querit, que está al este del Jordán. Beberás del torrente, y Yo he mandado a los cuervos que te provean allí de alimento».

Él partió y obró según la palabra del Señor: fue a establecerse junto al torrente Querit, que está al este del Jordán. Los cuervos le traían pan por la mañana y carne por la tarde, y él bebía del torrente.

 

Palabra de Dios.



La mano del Dios de Israel obra también en tierra pagana y guía a Elias hacia una localidad costera del Líbano, donde tendrá asegurado el alimento. El prodigio que realiza es el signo que da autenticidad a su misión. No es, por tanto, Jezabel y sus falsos dioses, sino una viuda inerme quien puede dar testimonio de la intervención de YHWH en favor de los que en él confían. Y, puesto que se trata de una extranjera, el episodio abre una perspectiva universalista que tomará cuerpo con el Nuevo Testamento: la viuda de Sarepta se convierte en el tipo de los paganos llamados a la mesa del Reino.

 

 

SALMO RESPONSORIAL                                120, 1-8

 

R.    ¡Nuestra ayuda nos viene del Señor!

 

Levanto mis ojos a las montañas:

¿de dónde me vendrá la ayuda?

La ayuda me viene del Señor,

que hizo el cielo y la tierra. R.

 

Él no dejará que resbale tu pie:

¡tu guardián no duerme!

No, no duerme ni dormita el guardián de Israel. R.

 

El Señor es tu guardián,

es la sombra protectora a tu derecha:

de día, no te dañará el sol,

ni la luna de noche. R.

 

El Señor te protegerá de todo mal

y cuidará tu vida.

Él te protegerá en la partida y el regreso,

ahora y para siempre. R.

 

 

 


 

  Evangelio de nuestro Señor Jesucristo

según san Mateo

4, 25--5, 12

 

Seguían a Jesús grandes multitudes que llegaban de Galilea, de la Decápolis, de Jerusalén, de Judea y de la Transjordania.

Al ver la multitud, Jesús subió a la montaña, se sentó, y sus discípulos se acercaron a Él. Entonces tomó la palabra y comenzó a enseñarles, diciendo:

«Felices los que tienen alma de pobres, porque a ellos les pertenece el Reino de los Cielos.

Felices los afligidos, porque serán consolados.

Felices los pacientes, porque recibirán la tierra en herencia.

Felices los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados.

Felices los misericordiosos, porque obtendrán misericordia.

Felices los que tienen el corazón puro, porque verán a Dios.

Felices los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios.

Felices los que son perseguidos por practicar la justicia, porque a ellos les pertenece el Reino de los Cielos.

Felices ustedes, cuando sean insultados y perseguidos, y cuando se los calumnie en toda forma a causa de mí.

Alégrense y regocíjense entonces, porque ustedes tendrán una gran recompensa en el cielo; de la misma manera persiguieron a los profetas que los precedieron».

 

Palabra del Señor.

 

"Alégrense y regocíjense entonces, porque ustedes tendrán una gran recompensa en el cielo..."



La felicidad evangélica se hace identidad profunda en nuestra condición de pobres de espíritu, afligidos, pacientes, hambrientos y sedientos de justicia, misericordiosos, pacíficos, puros, perseguidos… una identidad que en definitiva nos hace semejantes a Jesús mismo, quién encarnó y nos mostró la vida bienaventurada de hijos de Dios.

 

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