DOMINGO 27° DURANTE EL AÑO



 

 


 

Lectura de la profecía de Habacuc

1, 2-3; 2, 2-4

 

¿Hasta cuándo, Señor, pediré auxilio

sin que Tú escuches,

clamaré hacia ti: «¡Violencia»,

sin que Tú salves?

¿Por qué me haces ver la iniquidad

y te quedas mirando la opresión?

No veo más que saqueo y violencia,

hay contiendas y aumenta la discordia.

 

El Señor me respondió y dijo:

Escribe la visión,

grábala sobre unas tablas

para que se la pueda leer de corrido.

Porque la visión aguarda el momento fijado,

ansía llegar a término y no fallará;

si parece que se demora, espérala,

porque vendrá seguramente, y no tardará.

El que no tiene el alma recta, sucumbirá,

pero el justo vivirá por su fidelidad.

 

Palabra de Dios.


Estas preguntas, que atormentan desde siempre el corazón del hombre, resuenan fuertes y claras en labios de un profeta que vivió, hacia finales del siglo VII a. de C. La palabra del profeta se dirige segura a Dios, gritándole el escándalo de esa paradójica indiferencia. El Señor sale de su silencio e invita al profeta a escribir la visión que le ofrece, para que todos puedan conocerla. Es preciso esperar a que la Palabra de Dios, se cumpla. Se cumplirá, ciertamente. Si se hace esperar, es preciso seguir aguardando. «El que no tiene el alma recta, sucumbirá, pero el justo vivirá por su fidelidad». Esta sentencia divina, clara, lapidaria, eficacísima, resume la teología de la alianza.


 

 

SALMO RESPONSORIAL                                                    94, 1-2. 6-9

 

R.    ¡Ojalá hoy escuchen la voz del Señor!

 

¡Vengan, cantemos con júbilo al Señor,

aclamemos a la Roca que nos salva!

¡Lleguemos hasta Él dándole gracias,

aclamemos con música al Señor!  R.

 

¡Entren, inclinémonos para adorarlo!

¡Doblemos la rodilla ante el Señor que nos creó!

Porque Él es nuestro Dios,

y nosotros, el pueblo que Él apacienta,

      las ovejas conducidas por su mano.  R.

 

Ojalá hoy escuchen la voz del Señor:

«No endurezcan su corazón como en Meribá,

      como en el día de Masá, en el desierto,

cuando sus padres me tentaron y provocaron,

aunque habían visto mis obras».  R.

 

 



Lectura de la segunda carta del Apóstol san Pablo

a Timoteo

1, 6-8. 13-14

 

Querido hijo:

Te recomiendo que reavives el don de Dios que has recibido por la imposición de mis manos. Porque el Espíritu que Dios nos ha dado no es un espíritu de temor, sino de fortaleza, de amor y de sobriedad.

No te avergüences del testimonio de nuestro Señor, ni tampoco de mí, que soy su prisionero. Al contrario, comparte conmigo los sufrimientos que es necesario padecer por el Evangelio, animado con la fortaleza de Dios.

Toma como norma las saludables lecciones de fe y de amor a Cristo Jesús que has escuchado de mí. Conserva lo que se te ha confiado, con la ayuda del Espíritu Santo que habita en nosotros.

 

Palabra de Dios.

 


Si tuvieras fe

 

   Evangelio de nuestro Señor Jesucristo

según san Lucas

17, 3b-10

 

Dijo el Señor a sus discípulos: «Si tu hermano peca, repréndelo, y si se arrepiente, perdónalo. Y si peca siete veces al día contra ti, y otras tantas vuelve a ti, diciendo: "Me arrepiento", perdónalo».

Los Apóstoles dijeron al Señor: «Auméntanos la fe». Él respondió: «Si ustedes tuvieran fe del tamaño de un grano de mostaza, y dijeran a esa morera que está ahí: "Arráncate de raíz y plántate en el mar", ella les obedecería.

Supongamos que uno de ustedes tiene un servidor para arar o cuidar el ganado. Cuando éste regresa del campo, ¿acaso le dirá: "Ven pronto y siéntate a la mesa"? ¿No le dirá más bien: "Prepárame la cena y recógete la túnica para servirme hasta que yo haya comido y bebido, y tú comerás y beberás después"? ¿Deberá mostrarse agradecido con el servidor porque hizo lo que se le mandó?

Así también ustedes, cuando hayan hecho todo lo que se les mande, digan: "Somos simples servidores, no hemos hecho más que cumplir con nuestro deber"».

 

Palabra del Señor.

 



Creer en Dios, es, antes que nada,


 confiar en el amor que nos tiene. 



La fe puede debilitarse en nosotros sin que nunca nos haya asaltado una duda. Si no la cuidamos, puede irse diluyendo poco a poco en nuestro interior para quedar reducida sencillamente a una costumbre que no nos atrevemos a abandonar por si acaso. Distraídos por mil cosas, ya no acertamos a comunicarnos con Dios. Vivimos prácticamente sin él. ¿Qué podemos hacer? En realidad, no se necesitan grandes cosas. Es inútil que nos hagamos propósitos extraordinarios pues seguramente no los vamos a cumplir. Lo primero es rezar como aquel desconocido que un día se acercó a Jesús y le dijo: “Creo, Señor, pero ven en ayuda de mi incredulidad”. Es bueno repetirlas con corazón sencillo. Dios nos entiende. El despertará nuestra fe. No hemos de hablar con Dios como si estuviera fuera de nosotros. Está dentro. Lo mejor es cerrar los ojos y quedarnos en silencio para sentir y acoger su Presencia. Tampoco nos hemos de entretener en pensar en él, como si estuviera solo en nuestra cabeza. Está en lo íntimo de nuestro ser. Lo hemos de buscar en nuestro corazón. Lo importante es insistir hasta tener una primera experiencia, aunque sea pobre, aunque solo dure unos instantes. Si un día percibimos que no estamos solos en la vida, si captamos que somos amados por Dios sin merecerlo, todo cambiará. No importa que hayamos vivido olvidados de él. Creer en Dios, es, antes que nada, confiar en el amor que nos tiene. 


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