Atentos como María

 



En este tiempo de Adviento, en el que vamos viendo –de manera velada– la figura de María; de pronto, aparece resplandeciente como una gran luz –en medio de él– con el título de Inmaculada Concepción, quedando así demostrado que, ella es la figura protagonista de este tiempo fuerte que nos ofrece la liturgia.

Pero lo más sorprendente es percibir que, la protagonista de un evento de esta categoría esté callada. No pronuncia grandes discursos, ni cruza la alfombra roja, ni sale en los principales canales de televisión… y esto se debe a que, aunque nos sorprenda, María sabe bien que las cosas de Dios siempre se realizan en el silencio; en lo oculto del corazón; en la sencillez de la vida. ¡Cuánto nos falta que aprender a nosotros; personas “cultas e instruidas” del siglo XXI!

De ahí que, junto a ella, le digamos al Señor:

 Quisiera callarme, Señor. 
 Callarme y esperarte, como lo hizo María.
 Esperar tu llegada que siempre sorprende. 
 Quisiera callarme… para poder comprender 
 lo que sucede en tu mundo. 
 Quisiera callarme, para estar en este Adviento,
 junto a todos mis hermanos
 junto a las cosas, los desafíos… 
 y, desde ellos, oír tu voz. 
 Quisiera callarme, Señor,
 quisiera callarme para reconocer tu voz 
 entre tantas como nos aturden, incitándonos a consumir.

Hemos pasado ya unos días de Adviento; pero no sé si hemos sido capaces de pararnos, de sosegarnos, de silenciarnos… de sentir el ritmo de Dios. No sé si hemos logrado aparcar el cumplimiento de objetivos por obligación; dejar de correr para no llegar a ninguna parte; soltar miedos, fatigas, compromisos que abruman… y, tampoco sé si, –lo mismo que los pies y las manos de los bebés crecen sin que podamos percibirlo–, nosotros hemos sido capaces de dejar que nuestra vida haya ido creciendo al compás que les marcaba Dios.

Pero todavía estamos a tiempo. Todavía nos quedan dos semanas más para intentarlo. Por eso, vamos a plantearnos escuchar, esa palabra nueva que necesitamos oír y que todavía nadie ha pronunciado sobre nosotros. Esa palabra que necesita toda nuestra atención para que, cuando sea Dios el que la pronuncie, no nos pase desapercibida. Porque,

¿Qué hubiera pasado si María no hubiese estado atenta y no hubiese escuchado, ese encargo –de parte de Dios que le traía el Ángel?

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