Lecturas de hoy / Tiempo de Navidad




 Lectura de la primera carta de san Juan

1, 52, 2

 

Queridos hermanos:

La noticia que hemos oído de Dios

y que nosotros les anunciamos, es ésta:

Dios es luz, y en Él no hay tinieblas.

Si decimos que estamos en comunión con Él

y caminamos en las tinieblas,

mentimos y no procedemos conforme a la verdad.

Pero si caminamos en la luz,

como Él mismo está en la luz,

estamos en comunión unos con otros,

y la sangre de su Hijo Jesús

nos purifica de todo pecado.

 

Si decimos que no tenemos pecado,

nos engañamos a nosotros mismos

y la verdad no está en nosotros.

Si confesamos nuestros pecados,

Él es fiel y Justo

para perdonamos

y purificamos de toda maldad.

Si decimos que no hemos pecado,

lo hacemos pasar por mentiroso,

y su palabra no está en nosotros.

 

Hijos míos,

les he escrito estas cosas para que no pequen.

Pero si alguno peca,

tenemos un defensor ante el Padre:

Jesucristo, el Justo.

Él es la Víctima propiciatoria por nuestros pecados,

y no sólo por los nuestros, sino también por los del mundo entero.

 

Palabra de Dios.



Al hablar de la figura y de la misión del Salvador, San Juan pone de realce un «título» que mucho nos reconforta: Él es nuestro gran «intercesor» ante el Padre y, por su sangre, nos ha liberado de nuestras esclavitudes y pecados. Los inocentes niños de Belén –sacrificados por orden del veleidoso rey Herodes– pasaron del regazo de sus madres al abrazo de Dios y evocan a los hijos primogénitos sacrificados por el faraón en Egipto. Ellos, aun sin saberlo, forman parte ya del simbólico cortejo del «Cordero sin mancha» del que se nos habla en el Apocalipsis.



 

 

SALMO RESPONSORIAL                                        123, 2-5. 7b-8

 

R.    Nuestra ayuda está en el Nombre del Señor.

 

Si el Señor no hubiera estado de nuestra parte,

cuando los hombres se alzaron contra nosotros,

nos habrían devorado vivos

cuando ardió su furor contra nosotros. R.

 

Las aguas nos habrían inundado,

un torrente nos habría sumergido,

nos habrían sumergido

las aguas turbulentas. R.

 

La trampa se rompió

y nosotros escapamos.

Nuestra ayuda está en el Nombre del Señor,

que hizo el cielo y la tierra. R.

 

 

 


 

   Evangelio de nuestro Señor Jesucristo

según san Mateo

2, 13-18

 

Después de la partida de los magos, el Ángel del Señor se apareció en sueños a José y le dijo: «Levántate, toma al niño y a su madre, huye a Egipto y permanece allí hasta que yo te avise, porque Herodes va a buscar al niño para matarlo».

José se levantó, tomó de noche al niño y a su madre, y se fue a Egipto.

Allí permaneció hasta la muerte de Herodes, para que se cumpliera lo que el Señor había anunciado por medio del Profeta:

«Desde Egipto llamé a mi hijo».

Al verse engañado por los magos, Herodes se enfureció y mandó matar, en Belén y sus alrededores, a todos los niños menores de dos años, de acuerdo con la fecha que los magos le habían indicado. Así se cumplió lo que había sido anunciado por el profeta Jeremías:

 

«En Ramá se oyó una voz,

hubo lágrimas y gemidos:

es Raquel, que llora a sus hijos

y no quiere que la consuelen,

porque ya no existen».

 

Palabra del Señor.





Un grito se oye en Ramá, llanto y lamentos grandes


...Siguiendo con la historia que nos narra Mateo, el mismo ángel que se le apareció en sueños a José para aclarar la situación del niño que María llevaba en su seno, vuelve a presentarse en sueños con un nuevo mandato. Ya se nos había dicho en Mt 1, 19, que José era un hombre justo, es decir, que cumplía la voluntad de Dios. Al igual que a otros personajes del Antiguo Testamento, Dios va a manifestarles lo que quiere de ellos a través de los sueños (Gn 28,10-22, Gn31,24).

En esta segunda ocasión, el ángel le pide a José una nueva acción: Levantarse, ponerse en camino y marchar a Egipto con todo lo que supone para un judío. Egipto es el lugar donde saciar el hambre en tiempos de otro José (Gn 50,22); pero también el lugar de la opresión, la esclavitud, la vulnerabilidad. Egipto es la memoria recordada del desierto, de la aridez, para llegar a la liberación. Estar allí, significa un tiempo de espera, el niño que es la luz no puede ser vencido por las tinieblas del mundo; representada por Herodes que, en su afán de matarlo, es capaz de sembrar de lágrimas la tierra de Belén.

Dos profecías iluminan el texto, la primera hace referencia a Israel como “hijo”, figura del Mesías que llegará (Ex 4,22). La segunda, del profeta Jeremías, habla del llanto de Raquel por sus “hijos” (las tribus de Efraín, Manasés y Benjamín) muertos o deportados por los Asirios cuando arrasaron el reino del Norte.  El dolor, el llanto y la muerte no tienen la última palabra, aunque así lo parezca en tiempos de Jesús y en nuestro mundo actual.

Estamos viviendo una nueva Navidad en la que celebramos que la salvación ha llegado a nuestra casa, al corazón de cada ser humano que se deja trasformar por el nacimiento de un niño pequeño, vulnerable y frágil. Acoger al “inocente”, a todo ser que necesita ser cuidado y sanado es acercarnos un poco más a Belén. Jesús es la Luz que ilumina a un mundo necesitado de claridad y verdad. Él es el salvador que nos libera de todo y a todos. 

CarmenHna. Carmen Román Martínez 

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