Evangelio del día / Domingo 20 del Tiempo Ordinario



 Evangelio según Lucas 12, 49-53

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: "He venido a traer fuego a la tierra, ¡y cuanto desearía que ya estuviera ardiendo! Tengo que recibir un bautismo, ¡y cómo me angustio mientras llega! ¿Piensan acaso que he venido a traer paz a la tierra? De ningún modo. No he venido a traer la paz, sino la división. De aquí en adelante, de cinco que haya en una familia, estarán divididos tres contra dos y dos contra tres. Estará dividido el padre contra el hijo, el hijo contra el padre, la madre contra la hija y la hija contra la madre, la suegra contra la nuera y la nuera contra la suegra".

                                                                                                                     Palabra del Señor.


El Fuego del Espíritu y la Verdad

El "fuego" del que habla Jesús no es un fuego de destrucción, sino el fuego del Espíritu Santo. Es el fuego purificador que viene a encender una nueva fe en los corazones de los creyentes. Este fuego representa la pasión, la urgencia de la misión y la necesidad de una transformación radical en la vida de quienes lo siguen. Es un llamado a la acción, a no conformarse con una fe tibia, sino a vivir con la entrega total que implica el seguimiento de Cristo.

La División como Consecuencia de la Fe

La "división" que Jesús predice no es su objetivo, sino una consecuencia inevitable de la verdad que él trae. La fe en Cristo exige una elección radical que puede chocar con las costumbres y los lazos familiares. Cuando una persona abraza la verdad del Evangelio, sus prioridades y valores cambian, y esto puede crear una fractura con aquellos que no comparten esa misma convicción.

Jesús no celebra la división, sino que la reconoce como un doloroso resultado de la elección entre el Reino de Dios y los lazos mundanos. El mensaje de este pasaje es que la lealtad a Cristo debe ser la más alta, incluso si eso significa conflictos con las personas más cercanas a nosotros. La fe cristiana, en su esencia, no es un simple añadido a nuestra vida, sino que exige una reorientación completa que puede poner a prueba nuestras relaciones más profundas.

Reflexión Final

Este pasaje nos invita a una profunda introspección. Nos obliga a preguntarnos si nuestra fe es un fuego vivo que nos impulsa a la acción o si es una mera convención social. Jesús nos advierte que su mensaje no es para mantenernos cómodos, sino para confrontar nuestras realidades y exigir una decisión. La verdadera paz de Cristo no es la ausencia de conflicto, sino la convicción interna que nos permite permanecer firmes en la verdad, incluso cuando el mundo a nuestro alrededor, y las personas más cercanas, se dividen. La división es el doloroso costo de la fidelidad a la llamada radical de Dios.

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