Evangelio diario / Orando con la Palabra
Evangelio según san Lucas 8, 16-18
En aquel tiempo, dijo Jesús al gentío: “Nadie que ha encendido una lámpara, la tapa con una vasija o la mete debajo de la cama, sino que la pone en el candelero para que los que entren vean la luz. Pues nada hay oculto que no llegue a descubrirse ni nada secreto que no llegue a saberse y hacerse público. Miren, pues, cómo oyen, pues al que tiene se le dará y al que no tiene se le quitará hasta lo que cree tener”.
Palabra del Señor.
Jesús nos invita a reflexionar sobre nuestra fe con una imagen muy clara: la lámpara encendida.
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La fe es luz para compartir
La Palabra de Dios no es un tesoro para esconder, sino una luz para iluminar la vida de los demás. Quien recibe la luz de Cristo no puede guardársela solo para sí, debe dejar que se vea en sus palabras, sus gestos y sus decisiones. -
Nada queda oculto
Jesús nos recuerda que, tarde o temprano, lo que llevamos en el corazón se manifestará. La fe auténtica no se puede disimular: se nota en la vida. Y también los egoísmos o incoherencias tarde o temprano salen a la luz. -
Cuidar la manera de escuchar
“Miren cómo escuchan”, dice Jesús. No basta con oír su Palabra; hay que acogerla de verdad y dejar que transforme la vida. El que escucha con atención y perseverancia recibe más; el que descuida su fe, corre el riesgo de perder incluso lo poco que cree tener.
Para nuestra vida
Este Evangelio nos anima a:
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Ser luz: vivir la fe de manera visible, con sencillez, sin miedo ni vergüenza.
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Cuidar el corazón: que nuestra vida sea coherente con lo que creemos.
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Escuchar bien: abrir de verdad los oídos y el corazón a la Palabra de Dios, porque quien la acoge, recibe en abundancia.
La luz de Cristo no está hecha para esconderse, sino para brillar y guiar.
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