Mi alma se agita, Señor



Cuando llega la hora de la verdad,
y siento que no tengo tantas fuerzas
para defender tú Reino.
Porque me cuesta renunciar a  mi “YO”
y decirte que soy todo tuyo, Señor.

Mi  alma se agita, Señor.
Porque, lejos de ser trigo que muere,
pretendo ser flor que nunca se marchita,
que no quiere perder ninguno de sus pétalos,
que lejos de renunciar a su hermosura,
la quiere salvar a toda costa.

Mi  alma está agitada, Señor.
Porque para dar fruto,
me dices que, primero, hay que desaparecer.
Porque para darte gloria,
me recuerdas que he de sucumbir.
Porque para, ser de los tuyos,
he de alejarme de muchos de los míos.

Mi  alma está agitada, Señor.
¿Qué te diré? ¿A quién clamaré?
¿A dónde iré? ¿Merece la pena, Señor?
Como Tú, Señor, también yo digo:
Líbrame de aquellas horas
que me producen pena y llanto.
Evítame las cruces excesivamente pesadas.
Condúceme por los caminos
no inhumanamente estrechos.
Pero, eso sí, Señor;
No se haga mi voluntad.
Porque, sé mi Señor,
que todo lo que me pides y me das,
que todo lo que pones bajo mis pies,
es porque, previamente, Señor,
sabes que lo puedo soportar
y por Ti entregar.

Mi  alma está agitada, Señor.
Pero sé que, hoy siempre,
la esperanza que tengo en Ti
no me defraudará.
Amén.

P. Javier Leoz

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