¡Feliz Pascua! ¡Ha resucitado!


¡Nadie nos robe el horizonte de nuestro existir!

Cesan las luces del sol, también las de la vida,
pero el fulgor de CRISTO
cuando, hoy se enciende,
es para nunca apagarse
y prender nuestro futuro  para siempre.

Que, esta noche, fue testigo del triunfo sobre la muerte.
Que la tiniebla, que todo lo escondía,
es disipada por el aire resucitador.
Que la oscuridad, que todo lo confundía,
es iluminado por el poder de nuestro Dios.
Se fundirán también, las luces ficticias del mundo,
y –será entonces– cuando también nosotros
caigamos en la cuenta del valor de esta Pascua,
del rescate que, Dios (mano tendida al hombre),
pagó en un alto precio de por nuestra redención.

¿Redención? ¿De qué? ¿Para qué?
Redención de nuestra caducidad:
para ser un día eternos.
Redención de nuestros pecados:
para vivir en un blanco destellante junto a Dios.
Redención de nuestro frágil cuerpo:
para disfrutar en piel celeste junto al Creador.

Desaparecerá nuestro orgullo y nuestra soberbia,
se desvanecerán en la historia
nuestros nombres y apellidos,
nuestras obras y nuestras conquistas,
nuestros celos y nuestras envidias,
nuestras luchas y nuestras fatigas.
Más, lo que nunca pasará,
será el eco de esta noche santa y divina:

¡Cristo ha resucitado!
¡Cristo ha salido  victorioso!
¡Cristo ha resuelto el  enigma de la muerte!
¡Cristo nos da horizontes de  eternidad!

Dejemos, hoy más que nunca,
que corra por nuestras venas
la sangre de un Cristo victorioso:
humano, pero divino,
humilde, pero hoy triunfante
en el cielo, pero al servicio de la tierra,
de Dios, pero metido en nuestra piel sufriente.
¡Gloria en la Noche Santa de la Navidad a Dios!
¡Gloria en esta Noche de la Pascua al Cristo Redentor!

P. Javier Leoz

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