Lecturas del día



Lectura del libro de Isaías
48, 17-19

Así habla el Señor, tu redentor, el Santo de Israel:
Yo soy el Señor, tu Dios,
el que te instruye para tu provecho,
el que te guía por el camino que debes seguir.
¡Si tú hubieras atendido a mis mandamientos,
tu prosperidad sería como un río,
y tu justicia, como las olas del mar!
Como la arena sería tu descendencia,
como los granos de arena, el fruto de tus entrañas;
tu nombre no habría sido extirpado
ni borrado de mi presencia.

Palabra de Dios.

Isaías se lamenta de que el pueblo era rebelde y no había querido obedecer a Dios. No eligió el camino del bien, sino su propio capricho. Así somos que muchas veces queremos andar por nuestros propios caminos sin tener en cuenta a Dios. Y sin embargo Dios nos enseña para nuestro bien y nos guía por el camino de sus mandatos. Pero muchas veces no hacemos caso  y nos desviamos del buen camino, pero así nos va la vida cuando nos apartamos de Dios, no tiene nuestra vida paz y vivimos sin ilusión, sin alegría. Los que están unidos a Dios, serán como un árbol plantado al borde de la acequia: da fruto en su sazón, y cuanto emprende tiene buen fin. Ayer nos decía, «gusano de Jacob, lombriz de Israel, yo vengo en tu ayuda» Si Dios mismo nos auxilia como podemos apartarnos de sus mandatos, que es el mismo amor gratuito.



SALMO RESPONSORIAL                                              1, 1-4. 6

R.    ¡El que te sigue, Señor, tendrá la luz de la Vida!

¡Feliz el hombre que no sigue el consejo de los malvados,
ni se detiene en el camino de los pecadores,
ni se sienta en la reunión de los impíos,
sino que se complace en la ley del Señor
y la medita de día y de noche! R.

Él es como un árbol plantado al borde de las aguas,
que produce fruto a su debido tiempo,
y cuyas hojas nunca se marchitan:
todo lo que haga le saldrá bien. R.

No sucede así con los malvados:
ellos son como paja que se lleva el viento.
Porque el Señor cuida el camino de los justos,
pero el camino de los malvados termina mal. R.





   Evangelio de nuestro Señor Jesucristo
según san Mateo
11, 16-19

Jesús dijo a la multitud:
¿Con quién puedo comparar a esta generación? Se parece a esos muchachos que, sentados en la plaza, gritan a los otros: «¡Les tocamos la flauta, y ustedes no bailaron! ¡Entonamos cantos fúnebres, y no lloraron!»
Porque llegó Juan el Bautista, que no come ni bebe, y ustedes dicen: «¡Está endemoniado!» Llegó el Hijo del hombre, que come y bebe, y dicen: «Es un glotón y un borracho, amigo de publicanos y pecadores». Pero la Sabiduría ha quedado justificada por sus obras.

Palabra del Señor.


Como que se nos vienen a la mente aquellas palabras de Esteban a los sanedritas: Ustedes, hombres testarudos, tercos y sordos, siempre han resistido al Espíritu Santo. Eso hicieron sus antepasados, y lo mismo hacen ustedes.
Cuando uno tapona sus oídos para no escuchar a Dios ni dejarse transformar por Él, por más que quiera Dios hacer algo por esa persona será imposible pues esa cerrazón podría considerarse tanto como haber cometido un pecado contra el Espíritu Santo donde ya no hay remedio.
¿Qué más pudo hacer Dios por nosotros que no haya hecho, si lo único que faltaba era enviarnos a su propio Hijo? ¡Y lo hizo!

A Él ya no le importa nuestra vida pasada, por muy malvados que hayamos sido. Él sólo nos contempla con amor de Padre, lleno de compasión y de misericordia hacia nosotros.
Él contempla a su propio Hijo en el momento supremo en que entrega su vida por nosotros, y es glorificado por su filial obediencia, en este Memorial de nuestra fe.
Ante esta manifestación del amor de Dios hacia nosotros, Él espera nuestra respuesta de fidelidad y no sólo las alabanzas de nuestros labios. Él quiere que lo honremos también con el corazón, que se abra para recibirlo como salvación nuestra.
Ojalá y escuchemos hoy su voz y no endurezcamos ante Él nuestro corazón.

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