Liturgia - Lecturas del día



Lectura de la carta a los Hebreos
11, 32-40

Hermanos:
Me faltaría tiempo para hablar de los Jueces y de los Profetas que Dios envió a su pueblo.
Ellos, gracias a la fe, conquistaron reinos, administraron justicia, alcanzaron el cumplimiento de las promesas, cerraron las fauces de los leones, extinguieron la violencia del fuego, escaparon del filo de la espada. Su debilidad se convirtió en vigor: fueron fuertes en la lucha y rechazaron los ataques de los extranjeros.
Hubo mujeres que recobraron con vida a sus muertos. Unos se dejaron torturar, renunciando a ser liberados, para obtener una mejor resurrección.
Otros sufrieron injurias y golpes, cadenas y cárceles. Fueron apedreados, destrozados, muertos por la espada. Anduvieron errantes, cubiertos con pieles de ovejas y de cabras, desprovistos de todo, oprimidos y maltratados. Ya que el mundo no era digno de ellos, tuvieron que vagar por desiertos y montañas, refugiándose en cuevas y cavernas.
Pero, aunque su fe los hizo merecedores de un testimonio tan valioso, ninguno de ellos entró en posesión de la promesa.
Porque Dios nos tenía reservado algo mejor, y no quiso que ellos llegaran a la perfección sin nosotros.

Palabra de Dios.


El autor, recuerda las maravillas que Dios realizó, con su pueblo Israel por medio de la fe de distintas personas; conociendo un poco el AT, es fácil poner los nombres de quienes realizaron tan grandes acciones. Los hebreos las conocen y el se ahorra el nombrarlos, lo que importa es la fe con la que actuaron: la fe de Abraham, de Moisés, de los jueces, de David, etc., por su fe lograron las hazañas que nos narra la Escritura. También hubo muchos que, por su fe, tuvieron que padecer persecuciones, vivieron escondidos y errantes y hasta sufrieron el martirio, no obstante, a pesar de la grandeza de su fe, no consiguieron ver lo que Dios tenía preparado a la humanidad; ellos no llegaron a conocer a Cristo. A pesar de tantos méritos, de tanta fe, tuvieron que esperar para alcanzar las promesas de Dios cumplidas en Cristo, la nueva Criatura, Dios hecho hombre, único salvador que con su muerte y resurrección nos abrió el camino que conduce al Padre. Nosotros, si tenemos la dicha de poder conocerlo, desde el inicio de nuestra vida cristiana. Demos gracias a Dios por tan gran bondad, vivamos acuerdo con lo que creemos


SALMO RESPONSORIAL                                      30, 20-24

R.    ¡Sean fuertes los que esperan en el Señor!

¡Qué grande es tu bondad, Señor!
Tú reservas para tus fieles,
y la brindas a los que se refugian en ti,
en la presencia de todos. R.

Tú los ocultas al amparo de tu rostro
de las intrigas de los hombres;
y los escondes en tu Tienda de campaña,
lejos de las lenguas pendencieras. R.

¡Bendito sea el Señor!
Él me mostró las maravillas de su amor
en el momento del peligro.
¡Qué grande es tu bondad, Señor! R.

En mi turbación llegué a decir:
«He sido arrojado de tu presencia».
Pero Tú escuchaste la voz de mi súplica,
cuando yo te invocaba. R.

Amen al Señor, todos sus fieles,
porque Él protege a los que son leales
y castiga con severidad a los soberbios.
¡Sean fuertes los que esperan en el Señor! R.





Evangelio de nuestro Señor Jesucristo
según san Marcos
5, 1-20

Jesús y sus discípulos llegaron a la otra orilla del mar, a la región de los gerasenos. Apenas Jesús desembarcó, le salió al encuentro desde el cementerio un hombre poseído por un espíritu impuro. Él habitaba en los sepulcros, y nadie podía sujetarlo, ni siquiera con cadenas. Muchas veces lo habían atado con grillos y cadenas, pero él había roto las cadenas y destrozado los grillos, y nadie podía dominarlo. Día y noche, vagaba entre los sepulcros y por la montaña, dando alaridos e hiriéndose con piedras.
Al ver de lejos a Jesús, vino corriendo a postrarse ante Él gritando con fuerza: «¿Qué quieres de mí, Jesús, Hijo de Dios, el Altísimo? ¡Te conjuro por Dios, no me atormentes!» Porque Jesús le había dicho: «¡Sal de este hombre, espíritu impuro!» Después le preguntó: «¿Cuál es tu nombre?» Él respondió: «Mi nombre es Legión, porque somos muchos». Y le rogaba con insistencia que no lo expulsara de aquella reglan.
Había allí una gran piara de cerdos que estaba paciendo en la montaña. Los espíritus impuros suplicaron a Jesús: «Envíanos a los cerdos, para que entremos en ellos». Él se lo permitió. Entonces los espíritus impuros salieron de aquel hombre, entraron en los cerdos, y desde lo alto del acantilado, toda la piara -unos dos mil animales- se precipitó al mar y se ahogó.
Los cuidadores huyeron y difundieron la noticia en la ciudad y en los poblados. La gente fue a ver qué había sucedido. Cuando llegaron adonde estaba Jesús, vieron sentado, vestido y en su sano juicio, al que había estado poseído por aquella Legión, y se llenaron de temor. Los testigos del hecho les contaron lo que había sucedido con el endemoniado y con los cerdos. Entonces empezaron a pedir a Jesús que se alejara de su territorio.
En el momento de embarcarse, el hombre que había estado endemoniado !e pidió que lo dejara quedarse con Él. Jesús no se lo permitió, sino que le dijo: «Vete a tu casa con tu familia, y anúnciales todo lo que el Señor hizo contigo al compadecerse de ti». El hombre se fue y comenzó a proclamar por la región de la Decápolis lo que Jesús había hecho por él, y todos quedaban admirados.

Palabra del Señor.


¿Qué me quieres decir, Señor? ¿Cómo puedo hacer realidad este evangelio en mi vida?

Jesús pone en el nivel más alto de importancia a las personas. Por eso, no duda en curar a aquel endemoniado, aunque a cambio tenga que morir una piara de cerdos.
            “Gracias Señor por querernos y valorarnos tanto”

Sin embargo, para los habitantes de aquel pueblo, los cerdos eran más importantes que aquel pobre desgraciado. Los cerdos están por encima de las personas; en el fondo, el dinero es superior a Dios y a su Reino.

En la vida hay momentos en los que ayudar a los demás es una gozada. Nadie sale perdiendo. Todos ganan. Pero en otras ocasiones, ayudar a los demás pasa por privarme de caprichos, perder dinero, dejar de ejercer mis derechos... Y entonces surge la duda ¿vale la pena o no? ¿la gente merece que me sacrifique? ¿no es mejor vivir la vida sin complicármela?
¿Qué te dice Dios? ¿Qué le dices?
            “Perdona y cura, Señor, nuestro egoísmo”
            “Gracias por las personas que aman sin calcular”
            “Danos fuerza para ser fieles a tu Evangelio, aunque cueste”

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