Liturgia - Lecturas del día




Lectura de la carta del Apóstol san Pablo
a los cristianos de Colosas
1, 242, 3

Hermanos:
Me alegro de poder sufrir por ustedes, y completo en mi carne lo que falta a los padecimientos de Cristo, para bien de su Cuerpo, que es la Iglesia. En efecto, yo fui constituido ministro de la Iglesia, porque de acuerdo con el plan divino, he sido encargado de llevar a su plenitud entre ustedes la Palabra de Dios, el misterio que estuvo oculto desde toda la eternidad y que ahora Dios quiso manifestar a sus santos. A ellos les ha revelado cuánta riqueza y gloria contiene para los paganos este misterio, que es Cristo entre ustedes, la esperanza de la gloria.
Nosotros anunciamos a Cristo, exhortando a todos los hombres e instruyéndolos en la verdadera sabiduría, a fin de que todos alcancen su madurez en Cristo. Por esta razón, me fatigo y lucho con la fuerza de Cristo que obra en mí poderosamente.
Sí, quiero que sepan qué dura es la lucha que sostengo por ustedes, por los de Laodicea y por tantos otros que no me conocen personalmente.
Mi deseo es que se sientan animados y que, unidos estrechamente en el amor, adquieran la plenitud de la inteligencia en toda su riqueza. Así conocerán el misterio de Dios, que es Cristo, en quien están ocultos todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento.

Palabra de Dios.


El amor que Pablo siente por Cristo le lleva al sufrimiento por la Iglesia, Cuerpo Místico de Cristo, y el anhelo de que todos, por el amor mutuo, puedan captar, el misterio de Dios que es Cristo. En muchas ocasiones, este misterio es causa de sufrimiento para Pablo, pero sufre con gozo por la Iglesia, con ella y para ella sufre en su carne lo que falta a la pasión de Cristo. No es que en la persona de Cristo la pasión fuera incompleta. Está hablando de la Iglesia, cuerpo místico de Cristo, que, unido a El sigue participando de sus sufrimientos para participar también de su gloria. Piensa, en los problemas y el daño que algunos movimientos filosóficos (al parecer los gnósticos), están causando a la Iglesia de su tiempo y quiere poner por encima a Cristo, de quien todo procede y que es superior a todo. Hoy, que hay quien dice “Creo en Dios, pero no creo en la Iglesia” podemos recomendar la lectura de esta carta. Cristo es cabeza de la Iglesia fundada por Él, aunque sus miembros somos pecadores, la santidad de Cristo circula por toda la Iglesia así, a pesar de nuestras debilidades participamos de su gloria.




SALMO RESPONSORIAL                         61, 6-7. 9


R   ¡Mi salvación y mi gloria están en el Señor!

Sólo en Dios descansa mi alma,
de Él me viene la esperanza.
Solo Él es mI Roca salvadora,
Él es mi baluarte: nunca vacilaré. R.

Confíen en Dios constantemente,
ustedes, que son su pueblo,
desahoguen en Él su corazón,
porque Dios es nuestro refugio. R.





    Evangelio de nuestro Señor Jesucristo
según san Lucas
6, 6-11

Un sábado, Jesús entró en la sinagoga y comenzó a enseñar. Había allí un hombre que tenía la mano derecha paralizada. Los escribas y los fariseos observaban atentamente a Jesús para ver si sanaba en sábado, porque querían encontrar algo de qué acusarlo. Pero Jesús, conociendo sus intenciones, dijo al hombre que tenía la mano paralizada: «Levántate y quédate de pie delante de todos». Él se levantó y permaneció de pie.
Luego les dijo: «Yo les pregunto: ¿Está permitido en sábado, hacer el bien o el mal, salvar una vida o perderla?» y dirigiendo una mirada a todos, dijo al hombre: «Extiende tu mano». Él la extendió y su mano quedó sana.
Pero ellos se enfurecieron, y deliberaban entre sí para ver qué podían hacer contra Jesús.

Palabra del Señor.




¿Qué me quieres decir, Señor? ¿Cómo puedo hacer realidad este evangelio en mi vida?

Jesús cura a las personas necesitadas de salud, sea lunes o sábado. Los fariseos podrían alegrarse, pero les corroe la envidia, se ponen furiosos y le acusan de no respetar la ley que prohíbe trabajar en sábado. Para Jesús, en cambio, el bien de las personas está por encima de la ley.

También a nosotros nos cuesta valorar lo positivo que hacen nuestros “adversarios”, la competencia... Nos duelen los éxitos de los compañeros si nosotros quedamos por debajo. Pedimos perdón y fuerza para superar la envidia:

Señor, sabemos que la envidia perjudica a todos,
al que es envidiado y al que envidia;
pero, a veces nos cuesta mucho evitarla.

Envidiamos un puesto de trabajo, un coche, una casa,
un buen marido o una buena mujer,
el carisma, el físico, la inteligencia, la fama...
Nos parece que si no poseemos lo que envidiamos
no podemos triunfar ni ser felices del todo.

Haznos comprender los peligros de la envidia.
"De la envidia nacen el odio y la calumnia,
la alegría causada por el mal del prójimo
y la tristeza causada por su prosperidad”
La envidia nos arma unos contra otros
y debilita desde dentro a las familias,
a las comunidades y a toda la sociedad.

Danos luz y fuerza para superar la envidia,
para valorar nuestras posibilidades y capacidades;
para agradecer las personas que nos quieren,
los pequeños logros que alcanzamos en la vida,
las montañas y los ríos, los animales y las plantas,
las cosas que nos hacen más agradable la vida.

Danos luz y fuerza para superar la envidia,
para ver en cada persona a un hermano,
para no considerarlas competidoras ni enemigas;
para admirar, alegrarme y dar gracias de corazón
con los talentos y los éxitos de los demás,
para saber pedir con humildad lo que necesito
y compartir con generosidad lo que tengo. Amén.


Jesús predica y cura. Y así manifiesta a todos el amor misericordioso del Padre, aunque sea criticado, lo amenacen, o su vida corra peligro. ¿Estamos dispuestos sus discípulos a correr estos riesgos, o sólo ayudamos a los demás cuando no vamos a tener ningún problema?

¿Qué te dice Dios? ¿Qué le dices?

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