DOMINGO 23° DEL TIEMPO ORDINARIO



Lectura del libro de la Sabiduría
9, 13-18

¿Qué hombre puede conocer los designios de Dios
o hacerse una idea de lo que quiere el Señor?
Los pensamientos de los mortales son indecisos
y sus reflexiones, precarias,
porque un cuerpo corruptible pesa sobre el alma
y esta morada de arcilla oprime a la mente
con muchas preocupaciones.
Nos cuesta conjeturar lo que hay sobre la tierra,
y lo que está a nuestro alcance lo descubrimos con esfuerzo;
pero ¿quién ha explorado lo que está en el cielo?
¿Y quién habría conocido tu voluntad
si Tú mismo no hubieras dado la Sabiduría
y enviado desde lo alto tu santo espíritu?
Así se enderezaron los caminos de los que están sobre la tierra, 
así aprendieron los hombres lo que te agrada y,
por la Sabiduría, fueron salvados.

Palabra de Dios.


Los sabios de todos los tiempos han buscado la verdad y el sentido de la vida. Los astrólogos han buscado en los astros el destino de los hombres. Hoy se ha puesto de moda descubrir el propio futuro acudiendo al horóscopo o al adivino de turno que descifra la carta astral. Son estafadores que se aprovechan de la ingenuidad y de la falta de seguridad que sufren muchos hombres y mujeres de nuestro tiempo. También en el siglo I un judío de Alejandría se pregunta ¿quién rastreará las cosas del cielo? El sabio, llega a la conclusión de que nuestros razonamientos son falibles, que apenas conocemos las cosas terrenas. Dios es el que nos concede la auténtica sabiduría, iluminando nuestra oscuridad. Cuando descubrimos la verdad aprendemos lo que Dios quiere de nosotros y alcanzamos la felicidad (la salvación). Fue el gran anhelo de San Agustín "Señor, que yo te conozca a Ti que me conoces. Que yo te conozca como soy conocido por Ti". Encontró, después de una larga búsqueda, la verdad y, con la verdad, encontró la felicidad: "La búsqueda de Dios es la búsqueda de la felicidad. El encuentro con Dios es la felicidad misma".




SALMO RESPONSORIAL                                                    89, 3-6. 12-14. 17

R.    ¡Señor, Tú has sido nuestro refugio!

Tú haces que los hombres vuelvan al polvo,
con sólo decirles: «Vuelvan, seres humanos».
Porque mil años son ante tus ojos como el día de ayer, que ya pasó,
      como una vigilia de la noche.  R.

Tú los arrebatas, y son como un sueño,
como la hierba que brota de mañana:
por la mañana brota y florece,
y por la tarde se seca y se marchita.  R.

Enséñanos a calcular nuestros años,
para que nuestro corazón alcance la sabiduría.
¡Vuélvete, Señor! ¿Hasta cuándo...?
Ten compasión de tus servidores.  R.

Sácianos en seguida con tu amor,
y cantaremos felices toda nuestra vida.
Que descienda hasta nosotros la bondad del Señor;
que el Señor, nuestro Dios,
      haga prosperar la obra de nuestras manos.  R.




Lectura de la carta del Apóstol san Pablo
a Filemón
9b-10. 12-17

Querido hermano:
Yo, Pablo, ya anciano y ahora prisionero a causa de Cristo Jesús, te suplico en favor de mi hijo Onésimo, al que engendré en la prisión.
Te lo envío como si fuera una parte de mi mismo ser. Con gusto lo hubiera retenido a mi lado, para que me sirviera en tu nombre mientras estoy prisionero a causa del Evangelio. Pero no he querido realizar nada sin tu consentimiento, para que el beneficio que me haces no sea forzado, sino voluntario.
Tal vez, él se apartó de ti por un instante, a fin de que lo recuperes para siempre, no ya como un esclavo, sino como algo mucho mejor, como un hermano querido. Si es tan querido para mí, cuánto más lo será para ti, que estás unido a él por lazos humanos y en el Señor.
Por eso, si me consideras un amigo, recíbelo como a mí mismo.

Palabra de Dios.




   Evangelio de nuestro Señor Jesucristo
según san Lucas
14, 25-33

Junto con Jesús iba un gran gentío, y Él, dándose vuelta, les dijo: Cualquiera que venga a mí y no me ame más que a su padre ya su madre, a su mujer ya sus hijos, a sus hermanos y hermanas, y hasta a su propia vida, no puede ser mi discípulo. El que no carga con su cruz y me sigue, no puede ser mi discípulo.
¿Quién de ustedes, si quiere edificar una torre, no se sienta primero a calcular los gastos, para ver si tiene con qué terminarla? No sea que una vez puestos los cimientos, no pueda acabar y todos los que lo vean se rían de él, diciendo: "Este comenzó a edificar y no pudo terminar".
¿Y qué rey, cuando sale en campaña contra otro, no se sienta antes a considerar si con diez mil hombres puede enfrentar al que viene contra él con veinte mil? Por el contrario, mientras: el otro rey está todavía lejos, envía una embajada para negociar la paz. De la misma manera, cualquiera de ustedes que no renuncie a todo lo que posee, no puede ser mi discípulo.

Palabra del Señor. 


¿Qué me quieres decir, Señor? ¿Cómo puedo hacer realidad este evangelio en mi vida?

Hay una condición clara para seguir a Jesús: amar a Jesús más que a cualquier persona y, por supuesto, más que a cualquier cosa. Parece inhumano en la teoría, pero en la práctica vivir así es camino de salvación, de felicidad.

Cuando amamos a Jesús sobre todas las cosas, amamos más y mejor a las personas, las respetamos más, no les pedimos más de lo que pueden dar, potenciamos su libertad...

Cuando amamos a Jesús sobre todo, las cosas ocupan su lugar justo, no nos dominan, somos señores de las cosas y las utilizamos en nuestro bien, en bien de los hermanos.

¿Qué te dice Dios? ¿Qué le dices?

Amo Señor tu sendas, y me es suave la carga
Que en mis hombros pusiste;

Pero a veces encuentro que la jornada es larga,
Que el cielo ante mis ojos de tinieblas se viste,
Que el agua del camino es amarga, es amarga,
Que se enfría este ardiente corazón que me diste;

Y una sombría y honda desolación me embarga,
Y siento el alma triste y hasta la muerte triste...

El espíritu es débil y la carne cobarde,
Lo mismo que el cansado labriego, por la tarde,
De la dura fatiga quisiera reposar...


Más entonces me miras... y se llena de estrellas,
Señor, la oscura noche; y detrás de tus huellas,
Con la cruz que llevaste, me es dulce caminar.

Blanco Vega

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