DOMINGO 27° DEL TIEMPO ORDINARIO




Lectura de la profecía de Habacuc
1, 2-3; 2, 2-4

¿Hasta cuándo, Señor, pediré auxilio
sin que Tú escuches,
clamaré hacia ti: «¡Violencia»,
sin que Tú salves?
¿Por qué me haces ver la iniquidad
y te quedas mirando la opresión?
No veo más que saqueo y violencia,
hay contiendas y aumenta la discordia.

El Señor me respondió y dijo:
Escribe la visión,
grábala sobre unas tablas
para que se la pueda leer de corrido.
Porque la visión aguarda el momento fijado,
ansía llegar a término y no fallará;
si parece que se demora, espérala,
porque vendrá seguramente, y no tardará.
El que no tiene el alma recta, sucumbirá,
pero el justo vivirá por su fidelidad.

Palabra de Dios.


Habacuc expresa sus quejas ante el Señor, recurre a él con la misma confianza con que se recurre a un amigo, un buen amigo que además lo puede solucionar todo.  ¡Cuándo aprenderemos a recurrir a Jesús del mismo modo! A Jesús que no dudó un momento en dar su vida por nosotros. A Jesús que es el Primogénito del Padre Eterno, el Creador de cielos y tierra, el Supremo Juez de todos los hombres... Enséñanos a orar, te dijeron un día tus discípulos. Ahora también nosotros te lo decimos. Enséñanos a orar, a tratarte con una gran confianza, enséñanos a levantar nuestros ojos hasta los tuyos, conectar nuestras miradas, la tuya con la nuestra, cuando se nos cargue el corazón de sombras y de lágrimas. Dios responde al profeta, como responde siempre al que recurre confiadamente a la fuerza de su amor. Todo esto que sucede ahora tiene su final. Entonces se verá todo con claridad, entonces se explicarán muchas cosas que ahora aparecen como absurdas y hasta contradictorias.




SALMO RESPONSORIAL                                                    94, 1-2. 6-9

R.    ¡Ojalá hoy escuchen la voz del Señor!

¡Vengan, cantemos con júbilo al Señor,
aclamemos a la Roca que nos salva!
¡Lleguemos hasta Él dándole gracias,
aclamemos con música al Señor!  R.

¡Entren, inclinémonos para adorarlo!
¡Doblemos la rodilla ante el Señor que nos creó!
Porque Él es nuestro Dios,
y nosotros, el pueblo que Él apacienta,
      las ovejas conducidas por su mano.  R.

Ojalá hoy escuchen la voz del Señor:
«No endurezcan su corazón como en Meribá,
      como en el día de Masá, en el desierto,
cuando sus padres me tentaron y provocaron,
aunque habían visto mis obras».  R.






Lectura de la segunda carta del Apóstol san Pablo
a Timoteo
1, 6-8. 13-14

Querido hijo:
Te recomiendo que reavives el don de Dios que has recibido por la imposición de mis manos. Porque el Espíritu que Dios nos ha dado no es un espíritu de temor, sino de fortaleza, de amor y de sobriedad.
No te avergüences del testimonio de nuestro Señor, ni tampoco de mí, que soy su prisionero. Al contrario, comparte conmigo los sufrimientos que es necesario padecer por el Evangelio, animado con la fortaleza de Dios.
Toma como norma las saludables lecciones de fe y de amor a Cristo Jesús que has escuchado de mí. Conserva lo que se te ha confiado, con la ayuda del Espíritu Santo que habita en nosotros.

Palabra de Dios.


Este consejo que da san Pablo a Timoteo, nos lo da también a cada uno de nosotros. No debemos actuar nunca con cobardía, sino con amor y con templanza. Hagamos hoy el propósito de actuar siempre con humildad y con amor, con fortaleza y con templanza. No siempre será fácil conseguirlo, pero no olvidemos nunca que tenemos con nosotros la fuerza de Cristo y la ayuda del Espíritu Santo que habita en nosotros. El Espíritu Santo es “nuestro dulce huésped del alma”.





    Evangelio de nuestro Señor Jesucristo
según san Lucas
17, 3b-10

Dijo el Señor a sus discípulos: «Si tu hermano peca, repréndelo, y si se arrepiente, perdónalo. Y si peca siete veces al día contra ti, y otras tantas vuelve a ti, diciendo: "Me arrepiento", perdónalo».
Los Apóstoles dijeron al Señor: «Auméntanos la fe». Él respondió: «Si ustedes tuvieran fe del tamaño de un grano de mostaza, y dijeran a esa morera que está ahí: "Arráncate de raíz y plántate en el mar", ella les obedecería.
Supongamos que uno de ustedes tiene un servidor para arar o cuidar el ganado. Cuando éste regresa del campo, ¿acaso le dirá: "Ven pronto y siéntate a la mesa"? ¿No le dirá más bien: "Prepárame la cena y recógete la túnica para servirme hasta que yo haya comido y bebido, y tú comerás y beberás después"? ¿Deberá mostrarse agradecido con el servidor porque hizo lo que se le mandó?
Así también ustedes, cuando hayan hecho todo lo que se les mande, digan: "Somos simples servidores, no hemos hecho más que cumplir con nuestro deber"».

Palabra del Señor.



 El justo vivirá por su fe. 

En la primera lectura escuchamos el lamento del profeta Habacuc, que se queja ante Dios de las desgracias que suceden a su alrededor y del escándalo que produce el silencio de Dios ante éstas. El profeta acude a Dios pidiéndole auxilio ante las injusticias y la violencia. Sin embargo, la respuesta de Dios no ofrece una solución a sus problemas, como el profeta espera, sino que le invita a perseverar en la fe. Dios no permanece indiferente ante los sufrimientos de los hombres, sino que anuncia un castigo para los injustos, mientras que “el justo vivirá por su fe”. Por tanto, Dios no es injusto permaneciendo alejado de la realidad del hombre, sino que promete una justicia. La justificación, la salvación, tal como anuncia Dios al profeta Habacuc, no viene por cumplir una serie de leyes y preceptos, como pensaban los judíos, sino que es la fe la que salva al creyente. Una fe que es confianza en Dios y que proviene del amor de Cristo. Muchas veces hemos oído expresiones tales como: “Yo tengo mucha fe a tal santo o a tal imagen de Cristo o de la Virgen”. Es hermoso tener devoción a un santo o a una advocación de María. Pero la fe no es un sentimiento o una devoción particular, sino que la fe implica la vida entera, es un encuentro con Cristo, con la misericordia de Dios. No podemos decir que tenemos fe si nuestra vida no cambia según nos enseña el Evangelio. Por esto, la respuesta de Dios a Habacuc no es la solución de sus problemas, sino la confianza en un Dios que ama y que está al lado del que sufre.

Señor, auméntanos la fe. Siguiendo con este mismo tema, en el Evangelio de hoy encontramos la petición que los discípulos hacen a Jesús: Auméntanos la fe. Los discípulos reconocen que su fe es débil, pobre. Que han escuchado a Jesús predicar y hacer milagros muchas veces, que lo siguen de verdad, pero que en el fondo de su corazón no tienen todavía esta confianza plena en un Dios que quiere que le entreguemos toda nuestra vida. La respuesta de Jesús es una invitación a no preocuparse por la cantidad de fe, o de su tamaño, sino a buscar una fe verdadera, auténtica, que concuerde con nuestras palabras y acciones. Por eso le dice que aunque su fe sea pequeña como un grano de mostaza, una semilla diminuta que es fácil de perder, si es auténtica serán capaces de mandar a una morera arrancarse de su lugar y plantarse en el mar. No es la cantidad de fe lo que importa, sino la autenticidad. Y Jesús explica a continuación, con el ejemplo del señor y del criado, que la fe consiste no en esperar que Dios haga lo que nosotros le pedimos o le mandamos, sino en servir a Dios con sencillez, reconociéndolo como Señor de nuestra vida y de nuestra historia.

 Toma parte en los duros trabajos del Evangelio. Así, la fe es servicio. Como Jesucristo ha hecho con nosotros, lavándonos los pies y dando su vida por nosotros en la cruz, así hemos de hacer también nosotros. La fe nos lleva a reconocernos no como señores que pueden mandar y pedir a Dios lo que deseamos, como muchas veces hacemos los cristianos, sino como siervos que escuchan la voz del Señor y que cumplen sus mandatos, poniendo la confianza en Él, que nunca se olvida de los que le aman. Así, san Pablo, en la segunda lectura, le exhorta a Timoteo a que no se avergüence de Dios cuando hay dificultades, como hacía el profeta Habacuc al principio de la primera lectura, sino que tome parte en los trabajos por el Evangelio. Es Dios quien nos da la fuerza, le recuerda san Pablo, pues la fe es también reconocer que no son nuestras fuerzas, no somos nosotros los que somos capaces, sino que es Dios quien da su fuerza a los que tienen fe, una fuerza capaz de mover una morera hasta plantarla en el mar sólo con la palabra.
En esta Eucaristía, cada uno de nosotros, como los discípulos, le pedimos a Dios que aumente nuestra fe. Reconocemos que muchas veces nos falta la confianza en Dios. Una confianza no en que Él hará lo que le pedimos, sino la confianza de saber que nuestra vida está en sus manos, y que Él quiere hacer de nosotros instrumentos suyos. Como el criado al llegar a casa de su señor, pongámonos también nosotros ante Dios y ofrezcámosle nuestra vida para que Él haga de nosotros instrumentos que lleven su palabra allá donde vayamos, como auténticos misioneros de su Evangelio.

Francisco Javier Colomina Campos
www.betania.es


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