Lecturas del día




Lectura del libro de la Sabiduría
2, 233, 9

Dios creó al hombre para que fuera incorruptible
y lo hizo a imagen de su propia naturaleza,
pero por la envidia del demonio
entró la muerte en el mundo,
y los que pertenecen a él tienen que padecerla.

Las almas de los justos están en las manos de Dios,
y no los afectará ningún tormento.
A los ojos de los insensatos parecían muertos;
su partida de este mundo fue considerada una desgracia
y su alejamiento de nosotros, una completa destrucción;
pero ellos están en paz.
A los ojos de los hombres, ellos fueron castigados,
pero su esperanza estaba colmada de inmortalidad.
Por una leve corrección, recibirán grandes beneficios,
porque Dios los puso a prueba
y los encontró dignos de Él.
Los probó como oro en el crisol
y los aceptó como un holocausto.
Por eso brillarán cuando Dios los visite,
y se extenderán como chispas por los rastrojos.
Juzgarán a las naciones y dominarán a los pueblos,
y el Señor será su rey para siempre.
Los que confían en Él comprenderán la verdad
y los que le son fieles permanecerán junto a Él en el amor.
Porque la gracia y la misericordia son para sus elegidos.

Palabra de Dios.


El telón de fondo de esta lectura es la suerte que corren los justos y si es igual que la de los impíos. Un primer apunte del distinto final para unos y para otros lo encontramos en el libro de los  Macabeos donde se nos habla de la resurrección de los justos. Pero es aquí donde se nos dice con claridad qué será de los justos: “A los ojos de los hombres, ellos fueron castigados; pero su esperanza estaba colmada de inmortalidad. Por una breve corrección, recibirán grandes beneficios”. Jesús, nuestro Maestro y Señor, llena de luz nuestros interrogantes sobre el destino final de sus seguidores. “Yo soy la resurrección y la vida, el que cree en mí aunque muera vivirá; y todo el que cree en mí no morirá para siempre”. Nuestra meta final no es la muerte, el fracaso, la nada… es la vida y la vida en plenitud. Estamos enrolados en una historia de salvación y no de perdición, en una historia que termina bien, en el gozo de la total felicidad.



SALMO RESPONSORIAL                            33, 2-3. 16-19

R.    ¡Bendeciré al Señor en todo tiempo!

Bendeciré al Señor en todo tiempo,
su alabanza estará siempre en mis labios.
Mi alma se gloría en el Señor:
que lo oigan los humildes y se alegren. R.

Los ojos del Señor miran al justo
y sus oídos escuchan su clamor;
pero el Señor rechaza a los que hacen el mal
para borrar su recuerdo de la tierra. R.

Cuando ellos claman, el Señor los escucha,
y los libra de todas sus angustias.
El Señor está cerca del que sufre
y salva a los que están abatidos. R.




   Evangelio de nuestro Señor Jesucristo
según san Lucas
17, 7-10

Jesús dijo a sus discípulos:
Supongamos que uno de ustedes tiene un servidor para arar o cuidar el ganado. Cuando éste regresa del campo, ¿acaso le dirá: «Ven pronto y siéntate a la mesa»? ¿No le dirá más bien: «Prepáreme la cena y recógete la túnica para servirme hasta que yo haya comido y bebido, y tú comerás y beberás después»? ¿Deberá mostrarse agradecido con el servidor porque hizo lo que se le mandó?
Así también ustedes, cuando hayan hecho todo lo que se les mande, digan: «Somos simples servidores, no hemos hecho más que cumplir con nuestro deber».

Palabra del Señor.


¿Qué me quieres decir, Señor? ¿Cómo puedo hacer realidad este evangelio en mi vida?

 Es verdad que todos necesitamos “palmaditas en la espalda”, que sea reconocido y agradecido nuestro trabajo. Sin embargo, no podemos trabajar y comprometernos para obtener premios y regalos, como los niños. Pedimos a Dios que nos conceda amar sin esperar nada a cambio, gratuitamente

A veces queremos “ajustar las cuentas” con Dios, nos parece que no nos paga lo suficiente, le exigimos que nos compense nuestros desvelos y tareas. No tiene sentido. Dios nos lo ha dado todo, antes de que nosotros lo hubiéramos pedido, nos ha dado mucho más de lo que podríamos merecer. Por eso, tenemos que decir: “Somos unos pobres siervos, hemos hecho lo que teníamos que hacer.

Señor, ¿merece la pena decir la verdad?
¿trae cuenta renunciar a caprichos?
¿tiene sentido ser generoso y compartir?
¿qué voy a recibir por ser buen cristiano?
¿qué me vas a dar por seguirte?

A veces siento, Señor, que no merece la pena,
que es mejor buscar únicamente mi interés
dejar de sentir los problemas de los demás
y vivir la vida alegremente, sin renunciar a nada.
Así lo siento... y no me gusta esta sensación.

Sé qué tú das el ciento o el mil por uno,
incluso el cien por cero o el mil por nada,
que tú pagas sin saber si vas a recibir algo;
pero a veces no lo siento así, Señor,
y te pido que me ayudes a experimentarlo.

Señor, ayúdame a comprender y a sentir
que amar y servir a los demás es un regalo,
que vivir en la verdad es una gracia tuya,
que Tú haces posible mi esfuerzo y mi renuncia,
que seguirte y estar a tu lado es el mejor don,
que somos pobres siervos y sólo hemos hecho lo que debíamos.

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