Lecturas del día



Lectura del primer libro de Samuel
9, 1-6. 10. 17-19; 10, 1ª

Había un hombre de Benjamín llamado Quis, hijo de Abies, hijo de Seror, hijo de Becorat, hijo de Afiaj, hijo de un benjaminita. El hombre estaba en muy buena posición, y tenía un hijo llamado Saúl, que era joven y apuesto. No había entre los israelitas otro más apuesto que él; de los hombros para arriba, sobresalía por encima de todos los demás.
Una vez, se le extraviaron las asnas a Quis, el padre de Saúl. Quis dijo entonces a su hijo Saúl: «Lleva contigo a uno de los servidores y ve a buscar las asnas». Ellos recorrieron la montaña de Efraím y atravesaron la región de Salisá, sin encontrar nada. Cruzaron por la región de Saalém, pero no estaban allí. Recorrieron el territorio de Benjamín, y tampoco las hallaron.
Cuando llegaron a la región de Suf, Saúl dijo al servidor que lo acompañaba: «Volvámonos, no sea que mi padre ya no piense más en las asnas y esté inquieto por nosotros». Pero el servidor le respondió: «En esta ciudad hay un hombre de Dios. Es un hombre muy respetado: todo lo que él dice sucede infaliblemente. Vamos allá; a lo mejor él nos indica el camino que debemos tomar». Saúl dijo a su servidor: «Está bien, vamos». Y se fueron a la ciudad donde estaba el hombre de Dios.
Cuando Samuel divisó a Saúl, el Señor le advirtió: «Éste es el hombre de quien te dije que regirá a mi pueblo».
Saúl se acercó a Samuel en medio de la puerta de la ciudad, y le dijo: «Por favor, indícame dónde está la casa del vidente».
«El vidente soy yo, respondió Samuel a Saúl; sube delante de mí al lugar alto. Hoy ustedes comerán conmigo. Mañana temprano te dejare partir y responderé a todo lo que te preocupa».
Samuel tomó el frasco de aceite y lo derramó sobre la cabeza de Saúl. Luego lo besó y dijo: «¡El Señor te ha ungido como jefe de su herencia!»

Palabra de Dios.


La vocación es un misterio. Dios elige a personas fuertes y a personas débiles. Muchas veces depende del temperamento y de la actitud de apertura o de cerrazón de esas personas, el que cumplan bien la misión que se les encomienda. Saúl, pertenecía a la tribu más pequeña, la de Benjamín. Por otra parte, era un buen mozo, alto y fuerte. Es lo que el pueblo pedía, sobre todo en vistas a la lucha contra los filisteos. Pero luego falló, porque su temperamento no le acompañaba, ni él se esforzó en ser fiel. Dios sigue llamando. Se sirve de pequeños acontecimientos o de palabras que parecen intrascendentes para sembrar su vocación. A Saúl, a quien su padre había enviado a recuperar unas asnas que se les habían extraviado, le esperaba Dios para ungirle como rey. Todo depende de cómo sepamos responder y si alguien nos sabe decir la palabra amiga y certera que nos guíe en el reconocimiento de la voz de Dios y en la maduración de nuestras cualidades.


SALMO RESPONSORIAL                                      20, 2-7

R.    ¡EI rey se regocija por tu fuerza, Señor!

Señor, el rey se regocija por tu fuerza,
¡y cuánto se alegra por tu victoria!
Tú has colmado los deseos de su corazón,
no le has negado lo que pedían sus labios. R.

Porque te anticipas a bendecirlo con el éxito
y pones en su cabeza una corona de oro puro.
Te pidió larga vida y se la diste:
días que se prolongan para siempre. R.

Su gloria se acrecentó por tu triunfo,
Tú lo revistes de esplendor y majestad;
le concedes incesantes bendiciones,
lo colmas de alegría en tu presencia. R.




    Evangelio de nuestro Señor Jesucristo
según san Marcos
2, 13-17

Jesús salió nuevamente a la orilla del mar; toda la gente acudía a Él, y Él les enseñaba. Al pasar vio a Leví, hijo de Alfeo, sentado a la mesa de recaudación de impuestos, y le dijo: «Sígueme». Él se levantó y lo siguió.
Mientras Jesús estaba comiendo en su casa, muchos publicanos y pecadores se sentaron a comer con Él y sus discípulos; porque eran muchos los que lo seguían. Los escribas del grupo de los fariseos, al ver que comía con pecadores y publicanos, decían a los discípulos: «¿Por qué come con publicanos y pecadores?»
Jesús, que había oído, les dijo: «No son los sanos los que tienen necesidad del médico, sino los enfermos. Yo no he venido a llamar a justos, sino a pecadores».

Palabra del Señor.


¿Qué me quieres decir, Señor? ¿Cómo puedo hacer realidad este evangelio en mi vida?

De nuevo Jesús se acerca a nuestra vida y nos dice «sígueme». Hasta el endemoniado de Cafarnaún se preguntaba «¿qué quieres de nosotros, Jesús Nazareno?». Y tú, ¿te preguntas cada día qué quiere Dios de ti?

Leví (Mateo) era un cobrador de impuestos y un pecador público, un publicano, es decir, un judío puesto al servicio de Roma para extorsionar a su pueblo y ganar dinero usando de la estafa y la usura, prohibida por la Ley. Jesús lo mira lleno de ternura y con su amor lo dignifica. Jesús pone en él su confianza y lo hace un discípulo suyo. Mateo «se levantó», quizás porque Jesús lo sacó de aquella vida arrastrada. Un hombre en pié es alguien con dignidad, o al menos con orgullo. Mateo se alegra de saber que alguien puede amarle a pesar de todo. Así es Jesús y así hemos de ser también nosotros. Aquel feliz encuentro acaba en fiesta, en cena. La comida implica compartir la vida. Nadie sienta a su mesa a alguien con quien no comparte absolutamente nada o a quien desprecia. Mateo y Jesús cenan juntos y, con ellos, los discípulos de Jesús y un buen grupo de pecadores acusados por la ortodoxia judía (fariseos). Los buenos oficiales no entran a cenar con pecadores públicos, sino que se quedan fuera criticando. Dios sí que comparte y prepara su mesa para los pecadores. Jesús viene a curar a los enfermos, no a los sanos, por eso busca a todos los excluidos sociales, también a los pecadores públicos. ¿Y tú, eres de los que entras a cenar con pecadores o te quedas fuera criticando? A los cristianos nos falta con frecuencia abrazar el mundo con sus luces y sus sombras, con su dolor y su pecado, con la misma ternura que lo abrazaba Jesús. ¿Y en tu vida, sobran sentencias y falta misericordia? Pide perdón por tus condenas y críticas. Da gracias porque Jesús nos ama siempre, a pesar de nuestro pecado.

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