Liturgia - Lecturas del día




 

Lectura de la primera carta del Apóstol san Pablo

a los cristianos de Corinto

15, 12-20

 

Hermanos:

Si se anuncia que Cristo resucitó de entre los muertos, ¿cómo algunos de ustedes afirman que los muertos no resucitan?

¡Si no hay resurrección, Cristo no resucitó! Y si Cristo no resucitó, es vana nuestra predicación y vana también la fe de ustedes. Incluso, seríamos falsos testigos de Dios, porque atestiguamos que Él resucitó a Jesucristo, lo que es imposible, si los muertos no resucitan. Porque si los muertos no resucitan, tampoco Cristo resucitó. Y si Cristo no resucitó, la fe de ustedes es inútil y sus pecados no han sido perdonados. En consecuencia, los que murieron con la fe en Cristo han perecido para siempre.

Si nosotros hemos puesto nuestra esperanza en Cristo solamente para esta vida, seríamos los hombres más dignos de lástima.

Pero no, Cristo resucitó de entre los muertos, el primero de todos.

 

Palabra de Dios.




"¿Cómo algunos afirman que los muertos no resucitan?". Para el pensamiento griego es impensable que el cuerpo, al que desprecian y al que consideran como la cárcel del alma, pueda ser transformado para una vida nueva. Ayer, reafirmaba la verdad central de la fe, que Cristo ha resucitado. Ahora prosigue el razonamiento: nuestro destino es el mismo que el suyo. Está tan íntimamente unida nuestra suerte a la de Cristo, que si no vamos a resucitar, entonces tampoco resucitó Cristo. Pero eso es absurdo: si Cristo no resucitó, todo se derrumba y no vale la pena seguir por este camino. Las dos cosas están inseparablemente unidas: "si nuestra esperanza en Cristo es solamente para esta vida, somos dignos de lastima". La parte central de nuestro credo y de la Buena Noticia, es la que da sentido y llena de esperanza nuestra vida: Cristo resucitó, triunfando de la muerte, y nosotros estamos destinados, a la vida eterna, como él y con él.



 

 

SALMO RESPONSORIAL                                    16, 1. 6-7. 8b. 15

 

R.    ¡Me saciaré de tu presencia, Señor!

 

Escucha, Señor, mi justa demanda,

atiende a mi clamor;

presta oído a mi plegaria,

porque en mis labios no hay falsedad. R.

 

Yo te invoco, Dios mío, porque Tú me respondes:

inclina tu oído hacia mí y escucha mis palabras.

Muestra las maravillas de tu gracia,

Tú que salvas de los agresores

a los que buscan refugio a tu derecha. R.

 

Escóndeme a la sombra de tus alas,

y por tu justicia, contemplaré tu rostro,

y al despertar,

me saciaré de tu presencia. R.

 

 

 


    Evangelio de nuestro Señor Jesucristo

según san Lucas

8, 1-3

 

Jesús recorría las ciudades y los pueblos, predicando y anunciando la Buena Noticia del Reino de Dios. Lo acompañaban los Doce y también algunas mujeres que habían sido sanadas de malos espíritus y enfermedades: María, llamada Magdalena, de la que habían salido siete demonios; Juana, esposa de Cusa, intendente de Herodes, Susana y muchas otras, que los ayudaban con sus bienes.

 

Palabra del Señor.

 

Reflexión


¿Qué me quieres decir, Señor? ¿Cómo puedo hacer realidad este evangelio en mi vida?

Las mujeres también están muy cerca de Jesús. Quizá a nosotros no nos llame la atención. Pero era algo extraordinario en aquella época. Jesús no discrimina a la mujer, no discrimina a nadie. Los cristianos tendríamos que luchar contra toda discriminación, sea por la razón que sea.
¿Qué te dice Dios? ¿Qué le dices?

Señor, hoy queremos hacer memoria agradecida de muchas mujeres que se dejaron transformar por tu Espíritu de Vida:

Recordamos a Sara, quien con Abraham contestó a tu llamada de dejar su tierra natal y poner su fe en una alianza con el Señor. Gracias por su fe.

Recordamos a Esther y Débora, que gracias a su valor e inteligencia salvaron la nación. Gracias por su compromiso personal en favor de muchos.

Recordamos con especial cariño a la Virgen María, siempre atenta para escuchar tu voz y la de los hermanos, siempre dispuesta hacer vida tu voluntad, con confianza y generosidad. Gracias por su amor de madre.

Recordamos a María Magdalena y las otras mujeres que siguieron a Jesús, también cuando fue crucificado. Ellas fueron las primeras personas que se encontraron con Jesús Resucitado. Gracias por su fidelidad en el amor a Jesucristo.

Recordamos a Febe y a Priscila y a las otras mujeres que fueron líderes de la iglesia primitiva. Gracias porque supieron difundir el Evangelio en momentos difíciles para la Iglesia.

Recordamos a Santa Águeda y a todas las mártires que supieron mantener su fe y sus ideales más nobles. Gracias por su testimonio.

Recordamos a Santa Teresa de Ávila y Santa Catalina de Siena, que vivieron su fe con autenticidad y lucharon contra la corrupción de la propia comunidad cristiana. Damos gracias a Dios por su valentía y su amor a la Iglesia.

Recordamos a nuestras madres y abuelas, a todas las mujeres importantes para nosotros, cuya entrega ha hecho que hoy podamos disfrutar de una vida mejor. Gracias por su generosidad.

Recordamos las mujeres que hoy en día son las primeras en descubrir compromisos al servicio de la justicia, de la paz, de las mujeres maltratadas... Señor, que su trabajo siga dando buenos frutos.

Acuérdate de las mujeres que son víctimas de la violencia en sus hogares y fuera de ellos. Señor, dales fuerza para vencer el temor y buscar soluciones.

Te pedimos por aquellas mujeres que se enfrentan a una vida de pobreza.
Dales el don de la esperanza, para trabajar juntas, con los hombres de buena voluntad, por un mundo más justo y solidario.

Te pedimos también por nuestras hijas y nietas. Para que crezcan, con tu ayuda, fuertes y sensibles, creyentes y comprometidas, libres y felices. Amén.


Ayudaban a Jesús con sus bienes. Compartir los bienes es un signo de mucho amor, de mucha solidaridad. Nos cuesta desprendernos de ellos.
¿A qué dedicamos nuestros bienes, nuestro dinero?
¿Qué te dice Dios? ¿Que le dices?

 

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