Liturgia - Lecturas del día

 


 


 

Lectura del libro de Isaías

25, 6-10a

 

El Señor de los ejércitos

ofrecerá a todos los pueblos sobre esta montaña

un banquete de manjares suculentos,

un banquete de vinos añejados,

de manjares suculentos, medulosos,

de vinos añejados, decantados.

Él arrancará sobre esta montaña

el velo que cubre a todos los pueblos,

el paño tendido sobre todas las naciones.

Destruirá la muerte para siempre;

el Señor enjugará las lágrimas

de todos los rostros,

y borrará sobre toda la tierra

el oprobio de su pueblo,

porque lo ha dicho Él, el Señor.

y se dirá en aquel día:

«Ahí está nuestro Dios,

de quien esperábamos la salvación:

es el Señor, en quien nosotros esperábamos;

¡alegrémonos y regocijémonos de su salvación!»

 

Porque la mano del Señor se posará sobre esta montaña.

 

Palabra de Dios.



La imagen del banquete es uno de los símbolos para expresar la comunión, el diálogo, la fiesta, la victoria. El banquete anunciado por el profeta para el final de los tiempos celebra la victoria de Dios sobre los poderes que esclavizan al hombre, proclamando su realeza universal. El lugar, abierto a todos los pueblos, es Sion, lugar simbólico de la elección de Israel. En él, el Rey ofrece regalos a los invitados, a la usanza de los reyes al ser entronizados. El primero es su presencia, su manifestación a los pueblos que antes caminaban como ciegos. A este don sigue otro más llamativo: aniquilará la muerte. A continuación Dios, enjugará las lágrimas de todos los rostros, consolará a todos de su dolor. Esta esperanza estriba exclusivamente en la promesa de Dios y no en las conjeturas del hombre sobre su futuro.


 

 

SALMO RESPONSORIAL                        22, 1-6

 

R.    Habitaré por siempre en la Casa del Señor

 

El Señor es mi pastor,

nada me puede faltar.

Él me hace descansar en verdes praderas,

me conduce a las aguas tranquilas y repara mis fuerzas. R.

 

Me guía por el recto sendero, por amor de su Nombre.

Aunque cruce por oscuras quebradas, no temeré ningún mal,

porque Tú estás conmigo:

tu vara y tu bastón me infunden confianza. R.

 

Tú preparas ante mí una mesa,

frente a mis enemigos;

unges con óleo mi cabeza

y mi copa rebosa. R.

 

Tu bondad y tu gracia me acompañan

a lo largo de mi vida;

y habitaré en la Casa del Señor,

por muy largo tiempo. R.

 

 

 


 

    Evangelio de nuestro Señor Jesucristo

según san Mateo

15, 29-37

 

Jesús llegó a orillas del mar de Galilea y, subiendo a la montaña, se sentó. Una gran multitud acudió a Él, llevando paralíticos, lisiados, ciegos, mudos y muchos otros enfermos. Los pusieron a sus pies y Él los sanó. La multitud se admiraba al ver que los mudos hablaban, los inválidos quedaban sanos, los paralíticos caminaban y los ciegos recobraban la vista. Y todos glorificaban al Dios de Israel.

Entonces Jesús llamó a sus discípulos y les dijo: «Me da pena esta multitud, porque hace tres días que están conmigo y no tienen qué comer. No quiero despedirlos en ayunas, porque podrían desfallecer en el camino».

Los discípulos le dijeron: «¿Y dónde podríamos conseguir en este lugar despoblado bastante cantidad de pan para saciar a tanta gente?»

Jesús les dijo: «¿Cuántos panes tienen?»

Ellos respondieron: «Siete y unos pocos pescados».

Él ordenó a la multitud que se sentara en el suelo; después, tomó los panes y los pescados, dio gracias, los partió y los daba a los discípulos, y ellos los distribuían entre la multitud.

Todos comieron hasta saciarse, y con los pedazos que sobraron llenaron siete canastas.

 

Palabra del Señor.

 

 

Reflexión


Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)

Señor, Tú sabes lo que necesito; todo que llevo dentro y por ello…, confío.



Medita lo que Dios te dice en el Evangelio

Se puede andar por el mundo pensando que sólo cuando pienso en Dios Él piensa en mí; que sólo cuando le hablo Él me escucha; que sólo cuando me acerco Él abre sus brazos, en fin…, se puede andar por el mundo pensado que el de la iniciativa soy yo.

Jesús observa, se preocupa; se adelanta y se compadece, como nos narra el Evangelio de hoy. No le es indiferente el malestar de las personas que le rodean; no le es indiferente el cansancio que padecen, el hambre que sienten y, por lo tanto, actúa. Él piensa en mí, me escucha, se acerca, pues para Él no soy indiferente.

Mis necesidades, enfermedades, preocupaciones las hace suyas y es ahí donde da una respuesta…

Respuesta que puede salir de un lugar que nadie esperaba; respuesta que se puede evidenciar mediante la curación de una enfermedad; respuesta que simplemente puede ser dada en la fe de saber que Él está conmigo…, que Dios se compadece; que en realidad mi vida, mis alegrías, mis sufrimientos, mis necesidades, no le son indiferentes.

«En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó. Dios nos amó primero; él nos ha dado la vida por amor, ha dado la vida y a su Hijo por amor. Por eso cuando encontramos a Dios, siempre hay una sorpresa: es él quien nos espera primero: es él quien nos encuentra. Esa gente lo seguía para escucharlo, porque hablaba como uno que tiene autoridad, no como los escribas. Pero él miraba a esa gente e iba más allá. Precisamente porque amaba, dice el Evangelio, se compadeció de ellos, que no es lo mismo que tener pena».
(Homilía de S.S. Francisco, 8 de enero de 2016, en santa Marta).


 

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