DOMINGO 24° DURANTE EL AÑO



 

Lectura del libro de Isaías

50, 5-9a

 

El Señor abrió mi oído

y yo no me resistí ni me volví atrás.

Ofrecí mi espalda a los que me golpeaban

y mis mejillas a los que me arrancaban la barba;

no retiré mi rostro

cuando me ultrajaban y escupían.

Pero el Señor viene en mi ayuda:

por eso, no quedé confundido;

por eso, endurecí mi rostro como el pedernal,

y sé muy bien que no seré defraudado.

Está cerca el que me hace justicia:

¿quién me va a procesar?

¡Comparezcamos todos juntos!

¿Quién será mi adversario en el juicio?

¡Que se acerque hasta mí!

Sí, el Señor viene en mi ayuda:

¿quién me va a condenar?

 

Palabra de Dios.



Pablo confiesa su esperanza fundamental, la de la misericordia de Dios. Cuenta las maravillas que Dios ha obrado en él. No dice cosas que haya oído, sino que comunica su propia experiencia. De este modo sus palabras, se vuelven vivas y comprometedoras. La historia de la salvación no es una historia de ideas, sino de salvaciones personales, de conversiones, de experiencias reales de salvación. Por eso se muestra tan vivo cuando habla y escribe: habla de cosas que ha probado, de hechos que le han desconcertado y transformado. La consecuencia no puede ser más que la alabanza, el estupor admirado, la contemplación agradecida y exultante de una acción divina que tiende a usar de la misericordia y a salvar a los pecadores.



 

 

SALMO RESPONSORIAL 114, 1-6. 8-9

 

R.    Caminaré en presencia del Señor.

 

Amo al Señor, porque Él escucha

el clamor de mi súplica,

porque inclina su oído hacia mí,

cuando yo lo invoco. R.

 

Los lazos de la muerte me envolvieron,

me alcanzaron las redes del Abismo,

caí en la angustia y la tristeza;

entonces invoqué al Señor:

«¡Por favor, sálvame la vida!» R.

 

El Señor es justo y bondadoso,

nuestro Dios es compasivo;

el Señor protege a los sencillos:

yo estaba en la miseria y me salvó. R.

 

Él libró mi vida de la muerte,

mis ojos de las lágrimas y mis pies de la caída.

Yo caminaré en la presencia del Señor,

en la tierra de los vivientes. R.

 

 




 

Lectura de la carta de Santiago

2, 14-18

 

¿De qué le sirve a uno, hermanos míos, decir que tiene fe, si no tiene obras? ¿Acaso esa fe puede salvarlo? ¿De qué sirve si uno de ustedes, al ver a un hermano o una hermana desnudos o sin el alimento necesario, les dice: «Vayan en paz, caliéntense y coman», y no les da lo que necesitan para su cuerpo? Lo mismo pasa con la fe: si no va acompañada de las obras, está completamente muerta.

Sin embargo, alguien puede objetar: «Uno tiene la fe y otro, las obras». A ése habría que responderle: «Muéstrame, si puedes, tu fe sin las obras. Yo, en cambio, por medio de las obras, te demostraré mi fe».

 

Palabra de Dios.

 

 

 


 

    Evangelio de nuestro Señor Jesucristo

según san Marcos

8, 27-35

 

Jesús salió con sus discípulos hacia los poblados de Cesarea de Filipo, y en el camino les preguntó: «¿Quién dice la gente que soy Yo?»

Ellos le respondieron: «Algunos dicen que eres Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, alguno de los profetas».

«Y ustedes, ¿quién dicen que soy Yo?»

Pedro respondió: «Tú eres el Mesías».

Jesús les ordenó terminantemente que no dijeran nada acerca de Él. Y comenzó a enseñarles que el Hijo del hombre debía sufrir mucho y ser rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas; que debía ser condenado a muerte y resucitar después de tres días; y les hablaba de esto con toda claridad.

Pedro, llevándolo aparte, comenzó a reprenderlo. Pero Jesús, dándose vuelta y mirando a sus discípulos, lo reprendió, diciendo: «¡Retírate, ve detrás de mí, Satanás! Porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres».

Entonces Jesús, llamando a la multitud, junto con sus discípulos, les dijo: «El que quiera venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con sus cruz y me siga. Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí y por la Buena Noticia, la salvará».

 

Palabra del Señor.



Reflexión


La página del Evangelio de hoy es verdaderamente apasionante. Me imagino a Jesús alrededor de un fogón, rodeado de sus amigos y dándose tiempo para charlas de coas importantes.

Y Jesús que hace dos preguntas. La primera es “quién dice la gente que soy yo”. Y la respuesta sale fácil. Juan el Batusita, Elías, algún profeta. Porque es una pregunta generalizada. Es una pregunta al montón. Es como pedirle que recojan las cosas que van escuchando en las plazas, las esquinas, las casas, las conversaciones entre varones y mujeres. Esa respuesta sale fácil.

Pero la segunda pregunta complica. Y complica porque ya no es una pregunta de las sencillas y al tuntún. Es una pregunta de las hondas. Jesús se planta frente a sus amigos y les pregunta: “Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?”

Claro. Ya no se trata de repetir lo que escucharon de otros. Jesús va al fondo del corazón y exige una respuesta sincera. Mi imagino que se habrá hecho un gran silencio y al instante el cabeza dura de Pedro hace su confesión de fe: “Vos sos el Mesías”. Y nos recuerda que capítulos antes, cuando muchos de sus discípulos se fueron después de compartir en comunidad panes y peces, confesaron también: “Señor… ¿adónde vamos a ir? Sólo vos tenés palabras de vida eterna.”

A nosotros hoy nos puede pasar un poco lo mismo. Podemos hablar de Jesús desde lo que lo otros dicen, escriben, meditan. Podemos hablar de Jesús por boca de otro. Podemos relacionarnos con Jesús por la experiencia que hizo otra persona. No en vano las librerías católicas están plagadas de libritos de espiritualidad. No digo que no sirvan. Pero de ninguna manera no pueden reemplazar el encuentro personal con Jesús.

Otra excusa puede ser la de responder la pregunta de Jesús desde sus títulos: Hijo de Dios, segunda Persona de la Santísima Trinidad que se hace hombre en el vientre virginal de María, Cordero de Dios, Palabra hecha carne… Pero no basta el título. Tenemos que ir al fondo. Bien al fondo. Y hacer experiencia.

No puede haber verdadero cristianismo sin el conocimiento íntimo, personal y vinculante con la persona de Jesús de Nazaret, el obrero de las periferias que entendió que todos los hombres somos iguales e hijos de un mismo Dios, hizo de esto su prédica y su acción y entregó por amor su vida en la Cruz para salvarnos del pecado y reconciliarnos con en Padre, entre nosotros, con nosotros mismos y con la Casa Común.

Por eso, quizás convenga responder hoy a esa pregunta desde este tipo de experiencia y decirle a Jesús: “vos sos el sentido de mi vida”; “vos sos mi Salvador”; “vos sos el que me hiciste el aguante cuando nadie daba un mango por mí”; “vos sos el que pasó por alto mi pecado y me dio fuerte en el corazón”; “vos sos el que me invitaste a pensar la vida de otra manera”; “vos sos el que me regala su Espíritu y me da fuerzas para luchar día a día por un mundo más justo, más fraterno y más solidario”; “vos sos el Dios que se esconde en el rostro de los pobres…”

Por eso te invito a que hoy te hagas esa pregunta: “y vos… ¿quién decís que es Jesús?” Y ojalá respondas no con teorías, no con títulos, no con meras palabras, sino desde la intimidad, de la profundidad, de la hondura; de corazón a Corazón.

En ese Corazón de Jesús te mando un abrazo. Que tengas un lindo domingo lleno de la luz de Jesús Resucitado. Y será, si Dios quiere, hasta el próximo evangelio.

 






Comentarios

Entradas populares de este blog

LA NATIVIDAD DE LA SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA Fiesta

Feliz Aniversario sacerdotal