Liturgia - Lecturas del día

 



Lectura de la primera carta del Apóstol san Pablo

a Timoteo

3, 14-16

Querido hijo:

Aunque espero ir a verte pronto, te escribo estas cosas por si me atraso. Así sabrás cómo comportarte en la casa de Dios, es decir, en la Iglesia del Dios viviente, columna y fundamento de la verdad.

En efecto, es realmente grande el misterio de la fe:

Él se manifestó en la carne,

fue justificado en el Espíritu,

contemplado por los ángeles,

proclamado a los paganos,

creído en el mundo

y elevado a la gloria.

 

Palabra de Dios.



El evangelio solo puede vivirse conjuntamente, en comunidad. Sin “asamblea de Iglesia”, la fe se debilita muy pronto, deduciéndose a una vaga religiosidad ocasional. Hoy se tiende a disminuir la importancia de la práctica dominical regular: sin embargo, de hecho, es la única “columna” de una fe sólida. Quien no se nutre a  menudo de la Palabra de Dios y del Pan de Dios...acaba por vivir sin Dios. Pablo para definir la función y el ser de Jesucristo, utilizara un  himno litúrgico, una especie de credo primitivo, muy sencillo. He ahí lo principal de nuestra fe.



 

 

SALMO RESPONSORIAL                                         110, 1-6

 

R.    ¡Grandes son las obras del Señor!

 

Doy gracias al Señor de todo corazón,

en la reunión y en la asamblea de los justos.

Grandes son las obras del Señor:

los que las aman desean comprenderlas. R.

 

Su obra es esplendor y majestad,

su justicia permanece para siempre.

Él hizo portentos memorables,

el Señor es bondadoso y compasivo. R.

 

Proveyó de alimento a sus fieles

y se acuerda eternamente de su alianza.

Manifestó a su pueblo el poder de sus obras,

dándole la herencia de las naciones. R.

 

 

 



 

   Evangelio de nuestro Señor Jesucristo

según san Juan

19, 25-27

 

Junto a la cruz de Jesús, estaba su madre, con su hermana María, mujer de Cleofás, y María Magdalena.

Al ver a su madre y cerca de ella al discípulo a quien Él amaba, Jesús le dijo: “Mujer, aquí tienes a tu hijo”. Y Luego dijo al discípulo: “Aquí tienes a tu madre”. Y desde aquel momento, el discípulo la recibió en su casa.

 

Palabra del Señor.



Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)

Jesús, te doy gracias de todo corazón por todo lo que me has dado, en especial, este momento de intimidad contigo. Vengo ante ti con todo lo que soy y tengo. Bien sabes que en mi corazón hay tristezas y alegrías; en mi vida diaria, dificultades y bonanzas… pero no hay nada que no proceda de ti. Todo lo bueno que tengo procede de tus manos amorosas. Gracias, Jesús. Enséñame a recibir todo lo que Tú me quieras regalar.




Medita lo que Dios te dice en el Evangelio

Hoy, Jesús, me demuestras el amor tan exagerado que me tienes: luego de haberme entregado todo lo que tenías, cuando ya no te quedaba nada más que dejarme, me regalas a María, tu mamá, para que también sea mi mamá.

Le dices a la Virgen: «mujer, allí tienes a tu hijo». En la persona de Juan, la Iglesia siempre se ha visto como heredera de ese gran tesoro que es María… pero ¿y la Virgen qué siente?, ¿qué pensamientos recorren ese corazón de madre que ve morir a su Hijo en una cruz y recibe a toda la humanidad como hijos?

Jesús, Tú has muerto por mí, he sido yo quien te ha crucificado con y por mis pecados Te ha entregado al escarnio y a la muerte… ¡Y Tú me regalas a tu mamá! ¡Tú le pides a la Virgen que me adopte a mí, un verdugo tuyo! ¿Cómo acercarme a María si acabo de crucificarte?, ¿con la misma mano que te abofeteó y te clavó acariciaré su mejilla? ¿Cómo la misma boca que hace poco gritaba: «crucifícalo» ahora se atreverá a decirle a la Virgen: «Madre, te quiero»?

¡Es una locura! Y sin embargo, María me mira con sus purísimos ojos bañados en llanto y me dice: «Hijito, si Jesús te ha perdonado todo lo que le hiciste, yo también te perdono. Ven. No tengas ni miedo ni vergüenza. No voy a reclamarte ni a reprocharte nada. Sólo te pido una cosa: No dejes que la sangre de mi Hijo sea en vano. Él ha muerto por ti con la esperanza de que tú lo amarías. Si no sabes cómo hacerlo, ven y yo te enseñaré. Yo también te amo y sólo quiero que la sangre de mi Jesús te dé la vida eterna».

«En el Gólgota no retrocedió ante el dolor, sino que permaneció ante la cruz de Jesús y, por su voluntad, se convirtió en Madre de la Iglesia; después de la Resurrección, animó a los Apóstoles reunidos en el cenáculo en espera del Espíritu Santo, que los transformó en heraldos valientes del Evangelio. A lo largo de su vida, María ha realizado lo que se pide a la Iglesia: hacer memoria perenne de Cristo. En su fe, vemos cómo abrir la puerta de nuestro corazón para obedecer a Dios; en su abnegación, descubrimos cuánto debemos estar atentos a las necesidades de los demás; en sus lágrimas, encontramos la fuerza para consolar a cuantos sufren. En cada uno de estos momentos, María expresa la riqueza de la misericordia divina, que va al encuentro de cada una de las necesidades cotidianas».
(Homilía de S.S. Francisco, 8 de octubre de 2016).

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