Liturgia - Lecturas del día




 Lectura de la carta del Apóstol san Pablo

a Timoteo

1, 15-17

 

Querido hijo:

Es doctrina cierta y digna de fe que Jesucristo vino al mundo para salvar a los pecadores, y yo soy el peor de ellos. Si encontré misericordia, fue para que Jesucristo demostrara en mí toda su paciencia, poniéndome como ejemplo de los que van a creer en Él para alcanzar la Vida eterna.

¡Al Rey eterno y universal, al dios incorruptible, invisible y único, honor y gloria por los siglos de los siglos! Amén.

 

Palabra de Dios.



Pablo confiesa su esperanza fundamental, la de la misericordia de Dios. Cuenta las maravillas que Dios ha obrado en él. No dice cosas que haya oído, sino que comunica su propia experiencia. De este modo sus palabras, se vuelven vivas y comprometedoras. La historia de la salvación no es una historia de ideas, sino de salvaciones personales, de conversiones, de experiencias reales de salvación. Por eso se muestra tan vivo cuando habla y escribe: habla de cosas que ha probado, de hechos que le han desconcertado y transformado. La consecuencia no puede ser más que la alabanza, el estupor admirado, la contemplación agradecida y exultante de una acción divina que tiende a usar de la misericordia y a salvar a los pecadores.

 



 

SALMO RESPONSORIAL                            112, 1-5a. 6.7

 

R.    ¡Bendito sea el Nombre del Señor!

 

Alaben, servidores al Señor,

alaben el Nombre del Señor.

Bendito sea el Nombre del Señor,

desde ahora y para siempre. R.

 

Desde la salida del sol hasta su ocaso,

sea alabado el Nombre del Señor.

El Señor está sobre todas las naciones,

su gloria se eleva sobre el cielo. R.

 

¿Quién es como el Señor, nuestro Dios,

que se inclina para contemplar el cielo y la tierra?

El levanta del polvo al desvalido,

alza al pobre de su miseria. R.

 

 

 


    Evangelio de nuestro Señor Jesucristo

según san Lucas

6, 43-49

 

Jesús decía a sus discípulos:

No hay árbol bueno que dé frutos malos, ni árbol malo que dé frutos buenos: cada árbol se reconoce por su fruto. No se recogen higos de los espinos ni se cosechan uvas de las zarzas.

 

El hombre bueno saca el bien del tesoro de bondad que tiene en su corazón. El malo saca el mal de su maldad, porque de la abundancia del corazón habla su boca.

 

¿Por qué ustedes me llaman: "Señor, Señor", y no hacen lo que les digo? Yo les diré a quién se parece todo aquél que viene a mí, escucha mis palabras y las practica. Se parece a un hombre que, queriendo construir una casa, cavó profundamente y puso los cimientos sobre la roca. Cuando vino la inundación, las aguas se precipitaron con fuerza contra esa casa, pero no pudieron derribarla, porque estaba bien construida.

 

En cambio, el que escucha la Palabra y no la pone en práctica se parece a un hombre que construyó su casa sobre tierra, sin cimientos. Cuando las aguas se precipitaron contra ella, en seguida se derrumbó, y el desastre que sobrevino a esa casa fue grande.

 

Palabra del Señor.




La Palabra me dice


¿Fruto de qué árbol soy? ¿Me identifican como buen o mal fruto? ¿Cuál es el tesoro que hay en mi corazón? ¿De qué habla mi boca? Son algunas de las preguntas que podríamos hacernos al leer esta Palabra, a leerla pero con el corazón. Jesús siempre tiene una invitación para hacernos cuando leemos la Palabra. La Palabra es dinámica y desafiante, no es para tibios, hoy nos invita a una vida radical, a una vida coherente… estamos cansados de mentiras, de falsas promesas, de contradicciones. Construyamos nuestra vida con buenos cimientos, sobre la roca una vida bien construida. Hoy Jesús nos hace una invitación fuerte y clara: ¡escuchémoslo! 


A la Palabra, le digo


Hoy Jesús acepto tu desafío, quiero tomarme un ratito del día para leer la Palabra, para dejarme tocar por ella, para rumiarla y para vivirla. Enviáme tu Espíritu Santo para descubrir cuál es la Palabra que me invitás a hacerla vida de manera personal y que ella se transforme en el sostén de mi vida,  para que ella me forme y me ayude a madurar como buen fruto.




 

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