DOMINGO 23° DURANTE EL AÑO


 


 

Lectura del libro de Isaías

35, 4-7a

 

Digan a los que están desalentados:

«¡ Sean fuertes, no teman:

ahí está su Dios!

Llega la venganza, la represalia de Dios:

Él mismo viene a salvarlos».

 

Entonces se abrirán los ojos de los ciegos

y se destaparán los oídos de los sordos,

entonces el tullido saltará como un ciervo

y la lengua de los mudos gritará de júbilo.

Porque brotarán aguas en el desierto

y torrentes en la estepa;

el páramo se convertirá en un estanque

y la tierra sedienta en manantiales.

 

Palabra de Dios.

 


Pablo precisa los conceptos expresados en el himno, aplicándolos a la situación de los colosenses. Fueron en otro tiempo, extraños y enemigos, gente que estaba lejos de Dios en su visión de la vida y en sus obras. Si el pasado corresponde a la lejanía, el presente coincide con la reconciliación, con el abrazo de Dios. El medio de esa transformación es «el cuerpo carnal de su Hijo, entregado a la muerte»; esto remite al motivo de fondo de esta exhortación: ser santos e inmaculados, ofrecer sacrificios en nuestro propio cuerpo mortal, con obras buenas que deben sustituir a las malas de otro tiempo. Así, el cristiano hace actual en el hoy de su propia fe el sacrificio salvífico del Señor, orientando toda su existencia a «la esperanza transmitida por la buena noticia», a la victoria definitiva sobre el mal por medio de la resurrección.



 

SALMO RESPONSORIAL 145, 7-10

 

R.    ¡Alaba al Señor, alma mía!.

 

El Señor hace justicia a los oprimidos

y da pan a los hambrientos.

El Señor libera a los cautivos. R.

 

El Señor abre los ojos de los ciegos

y endereza a los que están encorvados.

El Señor ama a los justos,

y protege a los extranjeros. R.


Sustenta al huérfano y a la viuda;

y entorpece el camino de los malvados.

El Señor reina eternamente,

reina tu Dios, Sión, a lo largo de las generaciones. R.

 

 

 


 

Lectura de la carta de Santiago

2, 1-7

 

Hermanos, ustedes que creen en nuestro Señor Jesucristo glorificado, no hagan acepción de personas.

Supongamos que cuando están reunidos, entra un hombre con un anillo de oro y vestido elegantemente, y al mismo tiempo, entra otro pobremente vestido. Si ustedes se fijan en el que está muy bien vestido y le dicen: «Siéntate aquí, en el lugar de honor», y al pobre le dicen: «Quédate allí, de pie», o bien: «Siéntate a mis pies», ¿no están haciendo acaso distinciones entre ustedes y actuando como jueces malintencionados?

Escuchen, hermanos muy queridos: ¿Acaso Dios no ha elegido a los pobres de este mundo para enriquecerlos en la fe y hacerlos herederos del Reino que ha prometido a los que lo aman?

Y sin embargo, ¡ustedes desprecian al pobre! ¿No son acaso los ricos los que los oprimen a ustedes y los hacen comparecer ante los tribunales? ¿No son ellos los que blasfeman contra el Nombre tan hermoso que ha sido pronunciado sobre ustedes?

 

Palabra de Dios.

 

 

 


 

   Evangelio de nuestro Señor Jesucristo

según san Marcos

7, 31-37

 

Cuando Jesús volvía de la región de Tiro, pasó por Sidón y fue hacia el mar de Galilea, atravesando el territorio de la Decápolis.

Entonces le presentaron a un sordomudo y le pidieron que le impusiera las manos. Jesús lo separó de la multitud y, llevándolo aparte, le puso los dedos en las orejas y con su saliva le tocó la lengua; Después, levantando los ojos al cielo, suspiró y le dijo: «Efatá», que significa: «Ábrete». Y en seguida se abrieron sus oídos, se le soltó la lengua y comenzó a hablar normalmente.

Jesús les mandó insistentemente que no dijeran nada a nadie, pero cuanto más insistía, ellos más lo proclamaban y, en el colmo de la admiración, decían: «Todo lo ha hecho bien: hace oír a los sordos y hablar a los mudos».

 

Palabra del Señor.



Oración introductoria
Aunque ni sordo ni mudo, frecuentemente pareciera que lo soy, porque no te escucho, Señor, y no hablo a los demás de la experiencia de tu amor. Inspira esta oración para que de ella saque la fuerza de voluntad y sea siempre un testigo fiel de tu amor.

Petición
Jesús, confío en tu infinito amor, haz mi corazón semejante al tuyo.

Meditación del Papa Francisco
Pensemos en los muchos que Jesús ha querido encontrar, sobre todo, personas afectadas por la enfermedad y la discapacidad, para sanarles y devolverles su dignidad plena. Es muy importante que justo estas personas se conviertan en testigos de una nueva actitud, que podemos llamar cultura del encuentro […]

Aquí están las dos culturas opuestas. La cultura del encuentro y la cultura de la exclusión, la cultura del prejuicio, porque se perjudica y se excluye. La persona enferma y discapacitada, precisamente a partir de su fragilidad, de su límite, puede llegar a ser testigo del encuentro: el encuentro con Jesús, que abre a la vida y a la fe, y el encuentro con los demás, con la comunidad. En efecto, sólo quien reconoce la propia fragilidad, el propio límite puede construir relaciones fraternas y solidarias, en la Iglesia y en la sociedad.

Y ahora miremos a la Virgen. En ella se dio el primer encuentro: el encuentro entre Dios y la humanidad. Pidamos a la Virgen que nos ayude a ir adelante en esta cultura del encuentro. Y nos dirigimos a Ella con el Ave María.» (Discurso de S.S. Francisco, 29 de marzo de 2014).

Reflexión
"Ve y dile que los ciegos ven, los sordos oyen, y que ha llegado la liberación a los cautivos". Así resume su misión Cristo, porque ha sido enviado a curar a todos los enfermos y a traer la paz a los hombres.

¿Cómo quisiéramos que se nos dijera que todo lo hemos hecho bien? La vanidad y la envidia nos entran cuando vemos que otros son alabados por algo en lo que nosotros tuvimos mucho que ver. Nos enojamos y desearíamos que se nos alabara, por eso nace la competitividad entre los hombres.

Pero si todo es por vanidad, cuando lo obtengas, ¿serás feliz eternamente? Ya decía San Juan Crisóstomo al citar el Qoelet: "Vanidad de vanidades, todo es vanidad". Y lo decía con verdad, porque lo único que tiene que importarnos no son las alabanzas, sino el hacer bien las cosas por amor a Dios. Todo lo demás sale sobrando.

Propósito
Que mi manera de actuar y tratar a los demás revele el amor de Dios Padre.

 

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