Liturgia - Lecturas del día




 Lectura del primer libro de Samuel

1, 10-20

 

Ana, con el alma llena de amargura, oró al Señor y lloró desconsoladamente. Luego hizo este voto: «Señor de los ejércitos, si miras la miseria de tu servidora y te acuerdas de mí, si no te olvidas de tu servidora y le das un hijo varón, yo lo entregaré al Señor para toda su vida, y la navaja no pasará por su cabeza».

Mientras ella prolongaba su oración delante del Señor, el sacerdote Elí miraba atentamente su boca. Ana oraba en silencio; sólo se movían sus labios, pero no se oía su voz.

Elí pensó que estaba ebria, y le dijo: «¿Hasta cuándo te va a durar la borrachera? ¡Ve a que se te pase el efecto del vino!»

Ana respondió: «No, mi señor; yo soy una mujer que sufre mucho. No he bebido vino ni nada que pueda embriagar; sólo me estaba desahogando delante del Señor. No tomes a tu servidora por una mujer cualquiera; si he estado hablando hasta ahora, ha sido por el exceso de mi congoja y mi dolor».

«Vete en paz, le respondió Elí, y que el Dios de Israel te conceda lo que tanto le has pedido».

Ana le dijo entonces: «¡Que tu servidora pueda gozar siempre de tu favor!» Luego la mujer se fue por su camino, comió algo y cambió de semblante.

A la mañana siguiente, se levantaron bien temprano y se postraron delante del Señor; luego regresaron a su casa en Ramá. Elcaná se unió a su esposa Ana, y el Señor se acordó de ella. Ana concibió, y a su debido tiempo dio a luz un hijo, al que puso el nombre de Samuel, diciendo: "Se lo he pedido al Señor".

 

Palabra de Dios.



Samuel, es hijo de la súplica. Ana aparece como modelo de piadosa mujer israelita. Oprimida por la aflicción del oprobio que le supone ser mujer estéril, derrama su corazón afligido ante Yahveh. Siempre la aflicción será una escuela de oración. No es la de Ana oración propiamente de palabras de labios, sino de palabras que salen ardientes del corazón y van a Yahveh, en cuya mano sabe que están todos los aconteceres. Acompañado de la súplica sincera, va un voto respecto al hijo anhelado y suplicado para el caso de obtenerlo: destinarlo al peculiar servicio de Yahveh. Dios siempre escucha y responde a ese tipo de oración, aunque no siempre sea de manera inteligible para el hombre. En este caso, la respuesta divina a la oración fue del todo inteligible en la realidad del hijo conseguido.


 

 

SALMO RESPONSORIAL                             1 Sam 2, 1. 4-8

 

R.    ¡Mi corazón se regocija en el Señor!

 

Mi corazón se regocija en el Señor,

tengo la frente erguida gracias a mi Dios.

Mi boca se ríe de mis enemigos,

porque tu salvación me ha llenado de alegría. R.

 

El arco de los valientes se ha quebrado,

y los vacilantes se ciñen de vigor;

los satisfechos se contratan por un pedazo de pan,

y los hambrientos dejan de fatigarse;

la mujer estéril da a luz siete veces,

y la madre de muchos hijos se marchita. R.

 

El Señor da la muerte y la vida,

hunde en el Abismo y levanta de él.

El Señor da la pobreza y la riqueza,

humilla y también enaltece. R.

 

Él levanta del polvo al desvalido

y alza al pobre de la miseria,

para hacerlos sentar con los príncipes

y darles en herencia un trono de gloria. R.

 

 

 


   Evangelio de nuestro Señor Jesucristo

según san Marcos

1, 21-28

 

Jesús entró en Cafarnaúm, y cuando llegó el sábado, fue a la sinagoga y comenzó a enseñar. Todos estaban asombrados de su enseñanza, porque les enseñaba como quien tiene autoridad y no como los escribas.

Y había en la sinagoga un hombre poseído de un espíritu impuro, que comenzó a gritar: «¿Qué quieres de nosotros, Jesús Nazareno? ¿Has venido para acabar con nosotros? Ya sé quién eres: el Santo de Dios».

Pero Jesús lo increpó, diciendo: «Cállate y sal de este hombre». El espíritu impuro lo sacudió violentamente y, dando un alarido, salió de ese hombre.

Todos quedaron asombrados y se preguntaban unos a otros: «¿Qué es esto? ¡Enseña de una manera nueva, llena de autoridad; da órdenes a los espíritus impuros, y éstos le obedecen!» Y su fama se extendió rápidamente por todas partes, en toda la región de Galilea.

 

Palabra del Señor.


 


Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)

Jesús mío, enséñame a escuchar tu palabra como fiel discípulo para que aprenda a amar como Tú amas y a confiar en que sólo Tú eres mi roca donde puedo refugiarme de las asechanzas del mal.




Medita lo que Dios te dice en el Evangelio

Hoy la Palabra nos presenta una faceta de Jesús que pocas veces nos detenemos a reflexionar, Jesús maestro que transforma a quien lo escucha hablar.

Jesús no se presenta a sí mismo como un transmisor de conocimientos aprendidos de memoria y repetidos hasta el cansancio, como los fariseos; él simplemente deja asombrados a quienes lo escuchan porque habla con la autoridad de quien vive el mensaje que predica. Jesús maestro nos enseña con su misma vida, nos revela el amor de su corazón y nos forma para ser sus apóstoles.

El deseo más ardiente del corazón de Jesús es que intentemos, con todo nuestro ser, amarle como Él nos ama. Ésa es la mayor enseñanza de vida que nos puede dar. Sólo en la medida en que crezca nuestro amor hacia Él, seremos capaces de amar verdaderamente a nuestro prójimo, y sólo por este crecimiento en el amor tendremos la fuerza para combatir las asechanzas del mal.

La enseñanza de Jesús no es algo que se quede en el papel, porque Él nos da las herramientas para combatir contra las fuerzas del mal: La oración, la Eucaristía y la confesión. Cuando las caídas son muchas y creemos que no podemos tener una verdadera relación con el Señor, Él actúa a través de su perdón, su cuerpo y su sangre para sanar nuestras heridas y expulsar el mal de nuestro corazón. Por último, y no por eso menos importante, la oración nos da la fortaleza para arrancar de raíz el mal, porque la oración es el contacto directo y personal con el Amado.

Jesús maestro quiere tomar tu corazón en sus manos laceradas, para transformarlo y que tú también lleves su enseñanza de amor a quienes más lo necesiten.

«¿Qué significa «con autoridad»? Quiere decir que en las palabras humanas de Jesús se sentía toda la fuerza de la Palabra de Dios, se sentía la misma autoridad de Dios, inspirador de las Sagradas Escrituras. Y una de las características de la Palabra de Dios es que realiza lo que dice. Porque la Palabra de Dios corresponde a su voluntad. En cambio, nosotros con frecuencia pronunciamos palabras vacías, sin raíz, o palabras superfluas, palabras que no corresponden a la verdad».
(Homilía de S.S. Francisco, 1 de febrero de 2015).


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