Si no somos capaces de escuchar a los demás, no vamos a escuchar a Dios

 Tenemos que comenzar a ejercitarnos en el plano humano para llegar a escuchar a Dios.




¿Cómo podemos escuchar a Dios? Inquietante planteamiento para el que anhelamos una respuesta. Se convierte en una de las principales preguntas en la vida cristiana. Uno siente la necesidad de sentir la voz de Dios, de estar convencidos de que se trata de la voz de Dios que nos habla al corazón y no de nuestras imprecisiones, nuestro fanatismo y subjetividad.

Cuando uno pide consejo se suele preguntar de buena fe y de manera sincera cómo escuchar la voz de Dios porque quisiera uno conocerlo más; constatamos en nuestro interior el deseo de Dios y queremos abarcarlo todo, además porque llega el momento de tomar decisiones importantes, estar convencidos que este camino que hemos elegido es el correcto y por lo tanto queremos asegurarnos que no son nuestras propias voces sino la voz de Dios la que habla al corazón.

La respuesta a esta pregunta sincera que planteamos puede ser muy amplia, de acuerdo a las tradiciones y a los caminos de la vida espiritual que nos han mostrado los santos. Es una respuesta que nos puede llevar toda la vida ya que los santos nos han dejado distintos criterios y muchos caminos para que recorriéndolos estemos seguros que estamos escuchando la voz de Dios.

Dado que por ahora no podemos situar todo este gran recorrido en la espiritualidad cristiana, quisiera por lo menos señalar algunos presupuestos que nos permitan aprovechar mejor la riqueza de los diversos caminos de espiritualidad.

Uno puede especular y presumir aires místicos, pero hay que comenzar a decirlo de manera concreta: si no somos capaces de escuchar a los demás, no vamos a escuchar a Dios. Y no porque Dios se comporte de la misma manera, sino porque eso denota que hay una falla estructural en nuestra vida: no nos interesa la vida de los demás, no le damos importancia a la vida de nuestros semejantes. No queremos que nos quiten el tiempo ni que las necesidades de los demás nos distraigan en nuestros quehaceres.



Si no tienes la sensibilidad ni la atención ni el tiempo para escuchar a los demás, cómo vas a escuchar a Dios que muchas veces se manifiesta por medio de las personas. Por allí debemos empezar. Si algo nos están enseñando estos tiempos difíciles es que, cómo se necesita estar dispuestos para escuchar a los demás; todos tenemos historias que contar, sufrimientos que compartir.

A veces sin que estemos preparados para una respuesta profesional, cuánto bien hace simplemente saber escuchar, que las personas sepan que uno les dedica tiempo y les pone uno atención. Y aunque se trate de cosas que para el mundo pueden ser superfluas, que uno les haga ver que son cosas importantes, íntimas y dignas de considerarse para que de esta forma comience la recuperación en sus vidas.

Una persona que no sabe escuchar denota que ha crecido mucho en su ego y entre más ego menos Cristo, entre más crece el ego menos Cristo tiene peso en nuestra vida porque el criterio sigue siendo la misma persona, más que lo que Cristo pueda decirnos al oído.

En segundo lugar, tener presente cómo ha repercutido en nosotros el mundo que estamos viviendo. Podemos ser personas religiosas y sensibles a lo sagrado, pero nos falta tener el hábito de la vida íntima con Dios y esa cuesta un poco más. Uno puede venir a misa, rezar el rosario y leer la Biblia, pero tener una vida de intimidad cuesta un poco más porque nos ha pasado factura la cultura, el ambiente en el que vivimos.

Nos cuesta trabajo profundizar en una relación, eso lo vemos en las relaciones humanas. Cuánto nos cuesta profundizar en una relación y eso mismo pasa en la relación con Dios. Nos cuesta trabajo profundizar en la relación con Dios.


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Por eso en estos caminos de espiritualidad siempre se nos aconseja ser disciplinados, constantes y perseverantes. En el caso de las personas que se alejaron mucho tiempo de Dios y de repente tienen deseos de Dios, necesidad de Dios, para esas personas se necesita un aprendizaje, comenzar una vida diferente y disciplinarse para que poco a poco se vayan abriendo los sentidos internos.

Y en los casos más difíciles, no sólo cuando hemos estado lejos de Dios sino cuando venimos de historias verdaderamente de pecado, se necesita un effetá, que el Señor abra nuestros oídos y nos suelte la lengua, para que abiertos los sentidos internos podamos escuchar y alabar al Señor.

Uno por lo menos intenta escuchar a Dios, pero nos cuesta más alabar a Dios. No tomamos conciencia de la necesidad de alabar a Dios, de decirle todo lo que significa para nosotros y confesarle nuestro amor, exactamente como se hace en una relación humana cuando uno les dice a las personas que las queremos, las extrañamos y nos hacen falta en la vida. Hace falta que se suelte la lengua para que uno aprenda a alabar a Dios y la alabanza a Dios sea espontánea, que vaya con la profesión de nuestra fe.

Tenemos que comenzar a ejercitarnos en el plano humano para llegar a escuchar a Dios. Y por el condicionamiento que nos ha dejado el ambiente en el que vivimos hace falta pedirle a Jesús que abra y toque nuestros sentidos internos para que podamos escuchar y alabar el bendito nombre del Señor.


Por: Pbro. José Juan Sánchez Jácome | Fuente: Alégrate

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