«Confianza en Dios y buen humor»

 



La confianza en Dios es el secreto del buen humor. 

Las causas del mal humor suelen ser las preocupaciones, las inquietudes, los problemas que no podemos resolver, porque nos provocan desasosiego, tensión, falta de paz. Si conseguimos abandonar todo eso en las manos de nuestro Padre, nos quedamos tranquilos y vemos las cosas de otra manera: apreciamos su lado positivo, nos reímos de nosotros mismos, de nuestra limitación, recibimos con buen humor una broma o una contrariedad, y así damos paz y hacemos la vida agradable a quienes conviven con nosotros. 

También nos ponemos de mal humor cuando algo no sale a nuestro gusto. Pero si pensamos que ese “disgusto” es algo que Dios permite para purificarnos, para que se lo ofrezcamos por nuestra salvación y la de todos, las cosas cambian. Cambian tanto que, en lugar de quejarnos, le damos gracias por las pequeñas o grandes dificultades que encontramos en la vida. Y nos reímos, porque nos damos cuenta de que “no es para tanto”, y que el Señor sabe muy bien lo que hace. 

Una fuente del mal humor es dar vueltas y vueltas en la cabeza a los pequeños problemas, que de ese modo se convierten en tragedias que nos amargan la existencia. En el fondo, lo que hacemos es girar y girar en torno a nosotros mismos. Tenemos que parar el “tiovivo” de nuestra imaginación, romper el egocentrismo, centrarnos en los demás y en Dios, y dejarlo todo en sus manos. 

Otra causa del mal humor, o de falta de sentido del humor, es creerse importante. ¿No conocéis a una de esas personas que se creen el ombligo del mundo y adoptan una actitud grave, miran por encima del hombro, todo se lo toman con gran seriedad, no entienden una broma, y parece que nunca se han reído? Aquí tenéis magistralmente retratada a una de ellas:

«Es directivo de una gran industria, ha cumplido los sesenta, todas las mañanas se levanta a las seis, sea verano o invierno, a las siete está ya en la fábrica, donde permanece hasta las ocho de la tarde o más. Hasta los domingos va a trabajar, aunque el establecimiento y las oficinas estén vacíos; pero una hora más tarde, lo que considera casi un vicio. Es un hombre serio por excelencia, raramente se ríe, nunca se ríe. En verano se concede, aunque no siempre, una semana de vacaciones en la villa a orillas del lago. No conoce debilidades de ningún género, no fuma, no toma café, no bebe alcohol, no lee novelas. Tampoco tolera debilidades en los demás. Se cree importante. Es importante. Es importantísimo. Dice cosas importantes. Tiene amigos importantes. Solo hace llamadas telefónicas importantes. Hasta sus bromas en familia son muy importantes. Se cree indispensable. Es indispensable. El cortejo fúnebre partirá mañana a las 14.30 horas desde la casa del difunto» (Dino Buzzati, Las noches difíciles).

Un hijo de Dios no se da importancia, se ríe de sí mismo, que es el secreto del sentido del humor. Toda su importancia está en ser ¡hijo de Dios! Si soy hijo de Dios, ya tengo el tesoro más grande que se puede tener, ya soy lo más grande que se puede ser. Entonces, me puedo reír de mis defectos, de mi falta de inteligencia, de mi debilidad, porque todo eso tiene una importancia muy relativa. 

Esto hay que meditarlo y, sobre todo, pedirle a Dios que nos conceda esta gracia, porque es muy fácil decir: “Hay que reírse de uno mismo”, pero es difícil vivirlo de verdad. Basta con pensar en cómo reaccionamos cuando alguien nos dice que nos enfadamos por tonterías, que somos vanidosos o que tenemos cualquier otro defecto. Y no digo nada si nos hacen ver que no tenemos capacidad para realizar determinas funciones. ¡Cuánto nos cuesta aceptarlo! Es precisamente entonces cuando tenemos que pensar en cuánto valemos para Dios, reírnos y quedarnos en paz.

¡Cómo facilita la convivencia el buen humor! Necesitamos vivir en un ambiente alegre, en el que no haya tragedias ni peleas por bobadas, en el que podamos expresarnos con sencillez y naturalidad, en el que los demás nos comprendan y tomen nuestros fallos con sentido del humor. 

Dios tiene buen humor, Dios se ríe, Dios baila de alegría con sus hijos. 

«¡Hay tanta gente que juzga a Dios aburrido!», le dice el Señor a Gabrielle Bossis. 

La gente que juzga a Dios aburrido es aburrida, o piensa que hace mal cuando se ríe y se divierte. 

En la vida de Jesús hay momentos muy dolorosos, muy duros: el Huerto, la Cruz. Pero también hay momentos agradables, divertidos, de bromas. En Nazaret, con José y María, con sus abuelos, con sus primos y amigos. Y más tarde, en tantas conversaciones con los Apóstoles, que no han quedado recogidas en los Evangelios. 

Hay un pasaje de la vida de Jesús que, en mi opinión, no se entiende bien sin tener en cuenta su sentido del humor. Quizá algún escriturista se ría de mí, y eso sería un logro, pues no es fácil conseguir que un escriturista se ría. Los Apóstoles van en la barca, en medio de una buena marejada, y ven a Jesús, pero piensan que es un fantasma, a pesar de que les dice que no, que es Él: «Tened confianza, soy yo, no tengáis miedo». Y Pedro se atreve a pedirle que, si es Él, le mande ir sobre las aguas. Si Jesús no tuviera sentido del humor, le diría a Pedro: “Déjate de tonterías, Pedro. No hace ninguna falta que te pongas a andar sobre las aguas. Quédate donde estás y no hagas cosas raras”. Pero el Señor le dice que sí, que venga, que ande sobre el mar. Y pienso que se lo dice con una sonrisa, y que también se ríe cuando lo ve hundirse y le da la mano para levantarlo, mientras le llama «hombre de poca fe», y le pregunta por qué ha dudado (cf. Mt 14, 22ss). Le da una lección de confianza, pero con buen humor.

Los cristianos hemos reflejado, a veces, en nuestros rostros y palabras, a un Jesús serio, que no sabe reír. Como si reír fuese algo malo, indigno de Dios. 

Si es Dios quien ha creado la risa y nos la ha dado a los hombres como un distintivo específicamente humano para que nos parezcamos más a Él… 

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