La protección del Altísimo escrito por Pbro. Tomás Trigo

 


El salmo 91 es una maravillosa exhortación a la confianza total en Dios. 

«Tú que habitas al amparo del Altísimo, que vives a la sombra del Omnipotente, di al Señor: “Refugio mío, alcázar mío, Dios mío, confío en ti”». 

El salmista nos invita a hacer un acto de abandono en las manos de Dios. Y a continuación nos promete que ningún mal nos va a suceder: 

«Él te librará de la red del cazador, de la peste funesta. Te cubrirá con sus plumas, bajo sus alas te refugiarás; su brazo es escudo y armadura». 

Nada tiene que temer el que en Dios confía, ni «el espanto nocturno, ni la flecha que vuela de día, ni la peste que se desliza en las tinieblas, ni la epidemia que devasta a mediodía». Si el Señor está con nosotros, ¿qué mal nos puede suceder? Con Él superaremos el temor, cuando nuestra vida parezca una noche oscura. 

Tal vez no veamos nada, pero sabemos que nos lleva de la mano y no nos deja. Con Él no tendremos miedo a las flechas que vuelan de día, a los ataques de quienes se oponen a Cristo y a la Iglesia. Y seremos fieles, aunque el mal, como una epidemia o una peste, intente penetrar en nuestros corazones.

«No se te acercará la desgracia, ni la plaga llegará hasta tu tienda, porque a sus ángeles ha dado órdenes para que te guarden en tus caminos; te llevarán en sus palmas, para que tu pie no tropiece en la piedra; caminarás sobre áspides y víboras, pisotearás leones y dragones». 

Dios ha puesto a nuestro lado un ángel y le ha dado órdenes explícitas de que nos proteja y custodie en todo momento. Es nuestro amigo, poderoso y sabio, que guarda nuestro corazón para que sea siempre del Señor. 

A lo largo del nuestro camino en la tierra hay muchas piedras –tentaciones– en las que podemos tropezar, víboras que intentan morder a traición, y leones que atacan con furia. No pasa nada. Nuestro ángel nos ayuda, nos protege, nos advierte. Basta con que seamos dóciles a sus consejos.

El salmo termina con una promesa divina: 

«Se puso junto a mí: lo libraré; lo protegeré porque conoce mi nombre, me invocará y lo escucharé. Con él estaré en la tribulación, lo defenderé, lo glorificaré, lo saciaré de largos días y le haré ver mi salvación». 

Después de esta vida, si hemos confiado en Él, si no nos hemos soltado de su mano poderosa, veremos para siempre la salvación de Dios.

El siguiente comentario de san Bernardo nos puede ayudar a confiar más en nuestro Padre:

«Señor, ¿qué es el hombre para que le des importancia, para que te ocupes de él? Porque te ocupas ciertamente de él, demuestras tu solicitud y tu interés para con él. Llegas hasta enviarle a tu Hijo único, le infundes tu Espíritu. Incluso le prometes la visión de tu rostro. Y para que ninguno de los seres celestiales deje de tomar parte en esta solicitud por nosotros, envías a los espíritus bienaventurados para que nos sirvan y nos ayuden, los constituyes nuestros guardianes, mandas que sean nuestros ayos».

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