Liturgia - Lecturas del día




 Lectura del libro de Jeremías

1, 1. 4-10

 

Palabras de Jeremías, hijo de Jilquías, uno de los sacerdotes de Anatot, en territorio de Benjamín.

La palabra del Señor llegó a mí en estos términos:

«Antes de formarte en el vientre materno, Yo te conocía; antes de que salieras del seno, Yo te había consagrado, te había constituido profeta para las naciones».

Yo respondí:

«¡Ah, Señor! Mira que no sé hablar,

porque soy demasiado joven».

El Señor me dijo:

«No digas: "Soy demasiado joven",

porque tú irás adonde Yo te envíe

y dirás todo lo que Yo te ordene.

No temas delante de ellos,

porque Yo estoy contigo para librarte

-oráculo del Señor-».

El Señor extendió su mano,

tocó mi boca y me dijo:

«Yo pongo mis palabras en tu boca.

Yo te establezco en este día

sobre las naciones y sobre los reinos,

para arrancar y derribar,

para perder y demoler,

para edificar y plantar».

 

Palabra de Dios.



Jeremías es testigo de la más grande tragedia de su pueblo: la destrucción del templo y la deportación masiva. En estos acontecimientos la alianza del Sinaí, las promesas de David, el mismo Dios, parecen tambalearse; y sale a la luz todo lo superficial y supersticioso, lo falso de la religión y los intereses creados al amparo de la teología de las promesas. Interpretar el desastre significaba desenmascarar mucha falsedad y desengañar mucha buena gente; y enfrentarse a los reyes y príncipes de Judá, a los sacerdotes y a los poderosos. Jeremías siente su impotencia y presiente su fracaso. Mas Dios, que le envía, se le ofrece como refugio, roca y fortaleza: su confianza y su esperanza. Y Jeremías se somete y obedece a la palabra divina. El profeta está hecho de obediencia y fidelidad.

 

 

SALMO RESPONSORIAL                                     70, 1-4a. 5-6b. 15ab. 17

 

R.    ¡Mi boca anunciará tu salvación, Señor!

 

Yo me refugio en ti, Señor,

¡que nunca tenga que avergonzarme!

Por tu justicia, líbrame y rescátame,

inclina tu oído hacia mí, y sálvame. R.

 

Sé para mí una roca protectora,

Tú que decidiste venir siempre en mi ayuda,

porque Tú eres mi Roca y mi fortaleza.

¡Líbrame, Dios mío, de las manos del impío! R.

 

Porque Tú, Señor, eres mi esperanza

y mi seguridad desde mi juventud.

En ti me apoyé desde las entrañas de mi madre;

desde el seno materno fuiste mi protector. R.

 

Mi boca anunciará incesantemente

tus actos de justicia y salvación.

Dios mío, Tú me enseñaste desde mi juventud,

y hasta hoy he narrado tus maravillas. R.

 

 

 



 

   Evangelio de nuestro Señor Jesucristo

según san Mateo

13, 1-9

 

Jesús salió de la casa y se sentó a orillas del mar. Una gran multitud se reunió junto a Él, de manera que debió subir a una barca y sentarse en ella, mientras la multitud permanecía en la costa. Entonces Él les habló extensamente por medio de parábolas.

Les decía: «El sembrador salió a sembrar. Al esparcir las semillas, algunas cayeron al borde del camino y los pájaros las comieron. Otras cayeron en terreno pedregoso, donde no había mucha tierra, y brotaron en seguida, porque la tierra era poco profunda; pero cuando salió el sol, se quemaron y, por falta de raíz, se secaron. Otras cayeron entre espinas, y éstas, al crecer, las ahogaron. Otras cayeron en tierra buena y dieron fruto: unas cien, otras sesenta, otras treinta.

¡EI que tenga oídos, que oiga!»

 

Palabra del Señor.




Hoy sólo destacaremos la actitud generosa del sembrador, quien no busca sembrar en el mejor de los terrenos para asegurarse la mejor de las cosechas. Porque ha venido para que todos «tengan vida y la tengan en abundancia», no escatima en desparramar puñados generosos de semillas, sea a lo largo del camino, como en el pedregal, o entre abrojos, y finalmente en tierra buena. Así hemos recibido la semilla en la tierra de nuestra vida.

A veces somos camino; otras veces piedra; otras veces, espinos; otras veces, tierra buena. Yo ¿qué soy? En nuestra comunidad ¿qué somos? La Palabra de Dios, ¿qué fruto está produciendo en mi vida, en mi familia y en nuestra comunidad: treinta, sesenta, o cien?


Te pido Señor que tu Palabra encuentre en mi vida un

 terreno que quiera ser fecundo y dar frutos para el bien.


 

 

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