Liturgia - Lecturas del día




 Lectura del libro de Jeremías

15, 10. 16-21

 

¡Qué desgracia, madre mía,

que me hayas dado a luz,

a mí, un hombre discutido y controvertido

por todo el país!

Yo no di ni recibí nada prestado,

pero todos me maldicen.

 

Cuando se presentaban tus palabras, yo las devoraba,

tus palabras eran mi gozo y la alegría de mi corazón,

porque yo soy llamado con tu Nombre,

Señor, Dios de los ejércitos.

 

Yo no me senté a disfrutar

en la reunión de los que se divierten;

forzado por tu mano, me mantuve apartado,

porque Tú me habías llenado de indignación.

¿Por qué es incesante mi dolor,

por qué mi llaga es incurable, se resiste a sanar?

¿Serás para mí como un arroyo engañoso,

de aguas inconstantes?

 

Por eso, así habla el Señor:

«Si tú vuelves, yo te haré volver,

tú estarás de pie delante de mí,

si separas lo precioso de la escoria,

tú serás mi portavoz.

 

Ellos se volverán hacia ti,

pero tú no te volverás hacia ellos.

Yo te pondré frente a este pueblo

como una muralla de bronce inexpugnable.

Te combatirán, pero no podrán contra ti,

porque Yo estoy contigo

para salvarte y librarte -oráculo del Señor-.

Yo te libraré de la mano de los malvados

y te rescataré del poder de los violentos».

 

Palabra de Dios.

 

 

SALMO RESPONSORIAL                                                                     58, 2-4. 10-11. 17-18

 

R.    ¡Tú eres mi refugio en el peligro, Señor!

 

Líbrame de mis enemigos, Dios mío,

defiéndeme de los que se levantan contra mí;

líbrame de los que hacen el mal

y sálvame de los hombres sanguinarios. R.

 

Mira cómo me están acechando:

los poderosos se conjuran contra mí;

sin rebeldía ni pecado

de mi parte, Señor. R.

 

Yo miro hacia ti, fuerza mía,

porque Dios es mi baluarte;

Él vendrá a mi encuentro con su gracia

y me hará ver la derrota de mis enemigos. R.

 

Yo cantaré tu poder,

y celebraré tu amor de madrugada,

porque Tú has sido mi fortaleza

y mi refugio en el peligro. R.

 

¡Yo te cantaré, fuerza mía,

porque Tú eres mi baluarte,

mi refugio en el peligro,

Dios de misericordia! R.

 

 

Qué Jesús y el Reino del Padre sean nuestro tesoro y nuestra piedra preciosa. 


 

   Evangelio de nuestro Señor Jesucristo

según san Mateo

13, 44-46

 

Jesús dijo a la multitud:

El Reino de los Cielos se parece a un tesoro escondido en un campo; un hombre lo encuentra, lo vuelve a esconder, y lleno de alegría, vende todo lo que posee y compra el campo.

El Reino de los Cielos se parece también a un negociante que se dedicaba a buscar perlas finas; y al encontrar una de gran valor, fue a vender todo lo que tenía y la compró.

 

Palabra del Señor.



Jesús habla del reino de los Cielos, o del reino de Dios. En este caso el Reino es comparado con dos objetos sumamente valiosos: un tesoro escondido y una perla fina. Es curioso como Jesús siempre utiliza parábolas para hablar del reino de Dios: una realidad presente y escondida, pero que una vez descubierta cambia profundamente la vida de la persona: lo vende todo, lo deja todo por el tesoro descubierto o la perla de gran valor. La llegada o el descubrimiento del reino de Dios pide un cambio profundo. Por un lado se trata de dejarse transformar y, por otro, de una decisión personal para construir la vida tal y como la quiere Dios. Jesús nos propone un estilo de vida en consonancia con la voluntad de Dios: Es una conversión personal que no se queda en el individuo, sino que lleva a una nueva forma de vivir y comportarse en la familia, con los vecinos, en el trabajo, en la comunidad, en la sociedad. Hoy como ayer, quienes se deciden a entrar en la dinámica del Reino de Dios, experimentan la Vida en abundancia. Por eso quien encuentra este tesoro, lo vende todo, pues la fuerza salvadora de Dios ya está actuando en medio de nosotros.

A la luz del evangelio de hoy nos podemos preguntar: Tesoro escondido, ¿lo has encontrado alguna vez? ¿Has vendido todo para comprarlo? ¿Qué te ayuda a encontrarlo?

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