SÁBADO DESPUÉS DE CENIZA



 


 

Lectura del libro de Isaías

 

58, 9b-14

 

Así habla el Señor:

Este es el ayuno que Yo amo:

Si eliminas de ti todos los yugos,

el gesto amenazador y la palabra maligna;

si ofreces tu pan al hambriento

y sacias al que vive en la penuria,

tu luz se alzará en las tinieblas

y tu oscuridad será como el mediodía.

El Señor te guiará incesantemente,

te saciará en los ardores del desierto

y llenará tus huesos de vigor;

tú serás como un jardín bien regado,

como una vertiente de agua,

cuyas aguas nunca se agotan.

Reconstruirás las ruinas antiguas,

restaurarás los cimientos seculares,

y te llamarán "Reparador de brechas",

"Restaurador de moradas en ruinas".

 

Si dejas de pisotear el sábado,

de hacer tus negocios en mi día santo;

si llamas al sábado "Delicioso"

y al día santo del Señor "Honorable";

si lo honras absteniéndote de traficar,

de entregarte a tus negocios y de hablar ociosamente,

entonces te deleitarás en el Señor;

Yo te haré cabalgar sobre las alturas del país

y te alimentaré con la herencia de tu padre Jacob,

porque ha hablado la boca del Señor.

 

Palabra de Dios.



Los israelitas han regresado del exilio y Jerusalén está en plena reconstrucción. Isaías – después de haber recordado la importancia de no olvidarse de los necesitados y menesterosos– introduce ahora un tema estrictamente religioso: el de la observancia del «sábado». Observando este día de reposo, el hombre reconoce y celebra nada menos que la presencia de Dios en el mundo y en el tiempo. Al rendir el debido culto a su Creador, sea individual que comunitariamente, el creyente vive ya un anticipo de eternidad y una privilegiada experiencia que evoca la memoria del primitivo Edén.


 

 

SALMO RESPONSORIAL                                         85, 1-6

 

R.    ¡Enséñame tu camino, Señor!

 

Inclina tu oído, Señor, respóndeme,

porque soy pobre y miserable;

protégeme, porque soy uno de tus fieles,

salva a tu servidor que en ti confía. R.

 

Tú eres mi Dios: ten piedad de mí, Señor,

porque te invoco todo el día;

reconforta el ánimo de tu servidor,

porque a ti, Señor, elevo mi alma. R.

 

Tú, Señor, eres bueno e indulgente,

rico en misericordia con aquéllos que te invocan:

¡atiende, Señor, a mi plegaria,

escucha la voz de mi súplica! R.

 

 

 


 

   Evangelio de nuestro Señor Jesucristo

según san Lucas

 

5, 27-32

 

Jesús salió y vio a un publicano llamado Leví, que estaba sentado junto a la mesa de recaudación de impuestos, y le dijo: «Sígueme». Él, dejándolo todo, se levantó y lo siguió.

Leví ofreció a Jesús un gran banquete en su casa. Había numerosos publicanos y otras personas que estaban a la mesa con ellos. Los fariseos y sus escribas murmuraban y decían a los discípulos de Jesús: «¿Por qué ustedes comen y beben con publicanos y pecadores?»

Pero Jesús tomó la palabra y les dijo: «No son los sanos los que tienen necesidad del médico, sino los enfermos. Yo no he venido a llamar a justos, sino a pecadores, para que se conviertan».

 

Palabra del Señor.



"No son los sanos los que tienen

 necesidad del médico, sino los

 enfermos"


A Jesús lo mueve un amor profundamente compasivo, tierno, que perdona y que recrea la vida de las personas con las que se encuentra. Es un amor gratuito que traspasa el pecado. Esto lo experimentó Leví, una persona considerada públicamente pecadora y por lo tanto despreciada. Tal vez fue la primera vez que alguien lo miró con ojos de misericordia, que miró lo profundo de su corazón herido por el pecado, pero ya no para juzgarlo, sino para sanarlo y habilitarlo a una nueva vida. A los fariseos y escribas los mueve la soberbia y el egoísmo de creerse justos y mejores que los demás por conocer la Ley. Murmuran, cuestionan y juzgan la actitud de Jesús por acercarse a los últimos y despreciados. Jesús mira con misericordia y sana los corazones enfermos. Los fariseos y escribas miran con desprecio y juzgan a los demás.  

 




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