Lecturas de hoy/ MIÉRCOLES SANTO

  



 


 

Lectura del libro de Isaías

50, 4-9a

 

El mismo Señor me ha dado

una lengua de discípulo,

para que yo sepa reconfortar al fatigado

con una palabra de aliento.

Cada mañana, él despierta mi oído

para que yo escuche como un discípulo.

El Señor abrió mi oído

y yo no me resistí ni me volví atrás.

Ofrecí mi espalda a los que me golpeaban

y mis mejillas a los que me arrancaban la barba;

no retiré mi rostro

cuando me ultrajaban y escupían.

Pero el Señor viene en mi ayuda:

por eso, no quedé confundido;

por eso, endurecí mi rostro como el pedernal,

y sé muy bien que no seré defraudado.

Está cerca el que me hace justicia:

¿quién me va a procesar?

¡Comparezcamos todos juntos!

¿Quién será mi adversario en el juicio?

¡Que se acerque hasta mí!

Sí, el Señor viene en mi ayuda:

¿quién me va a condenar?

 

Palabra de Dios.



El tercer y muy desgarrador monólogo del «Siervo Sufriente», desarrolla el tema de su aparente fracaso, que preludia la muerte y la glorificación (y que anticipa así el posterior cuarto “cántico”: Cfr. Is 52, 13-53, 12). La persecución viene aceptada por él intrépidamente –ya que mantiene una confianza inquebrantable en el Señor– que está en relación con su llamada a la fidelidad. En una visión profética, Isaías contempla y describe esta persecución desatada contra el inocente. En ella podemos entrever ya, de distintas formas, las diferentes etapas de la pasión de Jesús.



 

 

SALMO RESPONSORIAL                                  68, 8-10. 21-22. 31. 33-34

 

R.    ¡Señor, Dios mío,

por tu gran amor, respóndeme!

 

Por ti he soportado afrentas

y la vergüenza cubrió mi rostro;

me convertí en un extraño para mis hermanos,

fui un extranjero para los hijos de mi madre:

porque el celo de tu Casa me devora,

y caen sobre mí los ultrajes de los que te agravian. R.

 

La vergüenza me destroza el corazón,

y no tengo remedio.

Espero compasión y no la encuentro,

en vano busco un consuelo:

pusieron veneno en mi comida,

y cuando tuve sed me dieron vinagre. R.

 

Así alabaré con cantos el nombre de Dios,

y proclamaré su grandeza dando gracias;

que lo vean los humildes y se alegren,

que vivan los que buscan al Señor:

porque el Señor escucha a los pobres

y no desprecia a sus cautivos. R.

 

 

 


   Evangelio de nuestro Señor Jesucristo

según san Mateo

26, 14-25

 

Uno de los Doce, llamado Judas Iscariote, fue a ver a los sumos sacerdotes y les dijo: «¿Cuánto me darán si se lo entrego?» Y resolvieron darle treinta monedas de plata. Desde ese momento, Judas buscaba una ocasión favorable para entregarlo.

El primer día de los Ácimos, los discípulos fueron a preguntar a Jesús: «¿Dónde quieres que te preparemos la comida pascual?»

Él respondió: «Vayan a la ciudad, a la casa de tal persona, y díganle: "El Maestro dice: Se acerca mi hora, voy a celebrar la Pascua en tu casa con mis discípulos"».

Ellos hicieron como Jesús les había ordenado y prepararon la Pascua.

 

Al atardecer, estaba a la mesa con los Doce y, mientras comían, Jesús les dijo: «Les aseguro que uno de ustedes me entregará».

Profundamente apenados, ellos empezaron a preguntarle uno por uno: «¿Seré yo, Señor?»

Él respondió: «El que acaba de servirse de la misma fuente que Yo, ése me va a entregar. El Hijo del hombre se va, como está escrito de él, pero ¡ay de aquel por quien el Hijo del hombre será entregado: más le valdría no haber nacido!»

Judas, el que lo iba a entregar, le preguntó: «¿Seré yo, Maestro?» «Tú lo has dicho», le respondió Jesús.

 

Palabra del Señor.



¿Soy yo acaso, Señor?

Una historia, la del evangelio de hoy, que seguramente preferimos mirar desde “fuera”. Es muy fuerte este relato para dejarse tocar por él en nuestro interior. Por eso quizá se han generado a lo largo de la historia tantas hipótesis en torno a la persona de Judas. Desde esta mirada externa podemos sentir el mismo asombro que en la primera lectura ante el trato que Jesús recibe.

Judas ha vivido con él tres años y no sólo no ha entendido nada (tampoco los demás apóstoles) sino que ya no espera nada del proyecto de Jesús. Mejor acabar con todo ya. Tal vez consideraba que él tenía una visión más acertada de la realidad y de cómo había que afrontarla… el hecho definitivo es que lo traiciona y lo entrega. No podemos entrar en el misterio de la vida de Judas.

Sí podemos y debemos entrar en nuestro propio misterio personal, y plantearnos a fondo esa misma pregunta de los discípulos en la Cena ¿soy yo acaso, Señor?

Nuestro deseo es seguirle, pero ¿no habrá momentos, actitudes, acciones u omisiones que signifiquen que le estamos traicionando, dando la espalda, prescindiendo de él? Les ocurrió a todos los que le acompañaban en la Cena. El peligro, el miedo, la fragilidad humana… Nosotros no somos diferentes.

Lo que sí tenemos siempre es la posibilidad de “volver”, de reencontrarle, de pedir perdón… Jesús nos ha mostrado un Dios que está siempre, que nos espera siempre, que nos concede siempre una nueva oportunidad. ¡Esa es nuestra gran suerte!

GotzoneHna. Gotzone Mezo Aranzibia O.P.Congregación Romana de Santo DomingoEnviar comentario al autor/a

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