Lecturas de hoy / Semana 8ª durante el año

 



Lectura del libro del Eclesiástico

42, 15-25

 

Ahora voy a recordar las obras del Señor;

lo que yo he visto, lo voy a relatar:

por las palabras del Señor existen sus obras.

El sol resplandeciente contempla todas las cosas,

y la obra del Señor está llena de su gloria.

No ha sido posible a los santos del Señor

relatar todas sus maravillas,

las que el Señor todopoderoso estableció sólidamente

para que el universo quedara afirmado en su gloria.

Él sondea el abismo y el corazón,

y penetra en sus secretos designios,

porque el Altísimo posee todo el conocimiento

y observa los signos de los tiempos.

El anuncia el pasado y el futuro,

y revela las huellas de las cosas ocultas:

ningún pensamiento se le escapa,

ninguna palabra se le oculta.

Él dispuso ordenadamente las grandes obras de su sabiduría,

porque existe desde siempre y para siempre;

nada ha sido añadido, nada ha sido quitado,

y El no tuvo necesidad de ningún consejero.

¡Qué deseables son todas sus obras!

¡Y lo que vemos es apenas una chispa!

Todo tiene vida y permanece para siempre,

y todo obedece a un fin determinado.

Todas las cosas van en pareja, una frente a otra,

y Él no ha hecho nada incompleto:

una cosa asegura el bien de la otra.

¿Quién se saciará de ver su gloria?

 

Palabra de Dios.


Invitación a la alabanza de Dios creador, el Dios de Israel. El Dios que vela por Israel es el Dios creador, cuyas obras son grandiosas y dependen de su voluntad. Son tan inenarrables que nadie las ha podido contar, ni siquiera ahora, en pleno siglo XXI, pero Dios las conoce todas, igual que a cada uno de nosotros, nuestras palabras y nuestros pensamientos. ¿Quién puede cansarse de contemplar su gloria? Todas las cosas son de dos en dos, como luz y tiniebla, frío y calor, y Dios está por encima de las dos.


 

 

SALMO RESPONSORIAL                         32, 2-9

 

R.    La palabra del Señor hizo el cielo.

 

Alaben al Señor con la cítara,

toquen en su honor el arpa de diez cuerdas;

entonen para Él un canto nuevo,

toquen con arte, profiriendo aclamaciones. R.

 

Porque la palabra del Señor es recta

y Él obra siempre con lealtad;

Él ama la justicia y el derecho,

y la tierra está llena de su amor. R.

 

La palabra del Señor hizo el cielo,

y el aliento de su boca, los ejércitos celestiales;

Él encierra en un cántaro las aguas del mar

y pone en un depósito las olas del océano. R.

 

Que toda la tierra tema al Señor,

y tiemblen ante Él los habitantes del mundo;

porque Él lo dijo, y el mundo existió,

Él dio una orden, y todo subsiste. R.

 

 

 


  Evangelio de nuestro Señor Jesucristo

según san Marcos

10, 46-52

 

Cuando Jesús salía de Jericó, acompañado de sus discípulos de una gran multitud, el hijo de Timeo -Bartimeo, un mendigo ciego- estaba sentado junto al camino. Al enterarse de que pasaba Jesús, el Nazareno, se puso a gritar: «¡Jesús, Hijo de David, ten piedad de mí!» Muchos lo reprendían para que se callara, pero él gritaba más fuerte: «¡Hijo de David, ten piedad de mí!»

Jesús se detuvo y dijo: «Llámenlo».

Entonces llamaron al ciego y le dijeron: «¡Ánimo, levántate! Él te llama».

Y el ciego, arrojando su manto, se puso de pie de un salto y fue hacia Él. Jesús le preguntó: «¿Qué quieres que haga por ti?»

Él le respondió: «Maestro, que yo pueda ver».

Jesús le dijo: «Vete, tu fe te ha salvado». En seguida comenzó a ver y lo siguió por el camino.

 

Palabra del Señor.



«Maestro, que yo pueda ver»


Jesús cura al ciego Bartimeo. Es un relato muy sencillo, pero lleno de detalles, y un símbolo claro de la ceguera humana espiritual, que también puede ser curada. Esta vez Marcos dice el nombre del ciego: se ve que tenía testimonios de primera mano, o que el buen hombre, que «recobró la vista y le seguía por el camino», se convirtió luego tal vez en un discípulo conocido.

La gente primero reacciona perdiendo la paciencia con el pobre que grita. Jesús sí le atiende y manda que se lo traigan. El ciego, soltando el manto, de un salto se acerca a Jesús, que después de un breve diálogo en que constata su fe, le devuelve la vista.

La ceguera de este hombre es en el evangelio de Marcos el símbolo de otra ceguera espiritual e intelectual más grave. Sobre todo porque sitúa el episodio en medio de escenas en que aparece subrayada la incredulidad de los judíos y la torpeza de entendederas de los apóstoles.

Como cuando vamos al oculista a hacernos un chequeo de nuestra vista, hoy podemos reflexionar sobre cómo va nuestra vista espiritual. ¿No se podría decir de nosotros que estamos ciegos, porque no acabamos de ver lo que Dios quiere que veamos, o que nos conformamos con caminar por la vida entre penumbras, cuando tenemos cerca al médico, Jesús, la Luz del mundo? Hagamos nuestra la oración de Bartimeo: «Maestro, que pueda ver». Soltemos el manto y demos un salto hacia él: será buen símbolo de la ruptura con el pasado y de la acogida de la luz nueva que es él.

También podemos dejarnos interpelar por la escena del evangelio en el sentido de cómo tratamos a los ciegos que están a la vera del camino, buscando, gritando su deseo de ver. Jóvenes y mayores, muchas personas que no ven, que no encuentran sentido a la vida, pueden dirigirse a nosotros, los cristianos, por si les podemos dar una respuesta a sus preguntas. ¿,Perdemos la paciencia como los discípulos, porque siempre resulta incómodo el que pide o formula preguntas? ¿o nos acercamos al ciego y le conducimos a Jesús, diciéndole amablemente: «ánimo, levántate, que te llama»?

Cristo es la Luz del mundo. Pero también nos encargó a nosotros que seamos luz y que la lámpara está para alumbrar a otros, para que no tropiecen y vean el camino. ¿A cuántos hemos ayudado a ver, a cuántos hemos podido decir en nuestra vida: «ánimo, levántate, que te llama»?

 

J. Aldazabal

Enséñame tus Caminos

 

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