Lecturas de hoy / Viernes de la 5ª de Cuaresma

 



PRIMERA LECTURA

Del libro de Jeremías 20, 10-13

En aquel tiempo, dijo Jeremías: “Yo oía la acusación de la gente: ‘Pavor en torno, delátenlo, vamos a delatarlo’. Mis amigos acechaban mi traspié: ‘A ver si, engañado, lo sometemos y podemos vengarnos de él’. Pero el Señor es mi fuerte defensor: me persiguen, pero tropiezan impotentes. Acabarán avergonzados de su fracaso, con sonrojo eterno que no se olvidará. Señor del universo, que examinas al honrado y sondeas las entrañas y el corazón, ¡que yo vea tu venganza sobre ellos, pues te he encomendado mi causa! Canten al Señor, alaben al Señor, que libera la vida del pobre de las manos de gente perversa”.

Palabra de Dios.


En la actualidad, vivimos en una sociedad en la que ser cristiano no está de moda. Una sociedad que, al igual que Israel, vive de espaldas a Dios. Los creyentes, por el bautismo, también somos profetas enviados para dar una palabra de parte del Señor. Tampoco lo tenemos fácil. Sufrimos esta soledad en muy diversos ambientes, algunos en el trabajo, otros en su misma familia o en sus centros de estudio. La tentación de ser aceptados y queridos por nuestro entorno la tenemos muy presente. Al igual que Jeremías necesitamos fortalecer nuestra relación personal con el Señor. Sin su Gracia, que nos capacita, sin su amor, que nos seduce, no podemos sostenernos.


SALMO RESPONSORIAL
Salmo 17
R. En el peligro invoqué al Señor, y Él me escuchó.

• Yo te amo, Señor; tú eres mi fortaleza; Señor, mi roca, mi alcázar, mi libertador. R/.


• Dios mío, peña mía, refugio mío, escudo mío, mi fuerza salvadora, mi baluarte. Invoco al Señor de mi alabanza y quedo libre de mis enemigos. R/.

• Me cercaban olas mortales, torrentes destructores me aterraban, me envolvían las redes del abismo; me alcanzaban los lazos de la muerte. R/.

• En el peligro invoqué al Señor, grité a mi Dios: desde su templo Él escuchó mi voz, y mi grito llegó a sus oídos. R/.

 

EVANGELIO

Del santo Evangelio según san Juan 10, 31-42

En aquel tiempo, cuando Jesús terminó de hablar, los judíos agarraron piedras para apedrear a Jesús. Él les replicó: “Les he hecho ver muchas obras buenas por encargo de mi Padre: ¿por cuál de ellas me quieren apedrear?”. Los judíos le contestaron: “No te queremos apedrear por una obra buena, sino por una blasfemia: porque tú, siendo un hombre, te haces Dios”. Jesús les replicó: “¿No está escrito en su ley: ‘Yo les digo: ustedes son dioses’? Si la Escritura llama dioses a aquellos a quienes vino la palabra de Dios, y no puede fallar la Escritura, a quien el Padre consagró y envió al mundo, ¿dicen ustedes: ‘¡Blasfemas!’ Porque he dicho: ‘Soy Hijo de Dios’? Si no hago las obras de mi Padre, no me crean, pero si las hago, aunque no me crean a mí, crean a las obras, para que comprendan y sepan que el Padre está en mí, y yo en el Padre”. Intentaron de nuevo detenerlo, pero se les escabulló de las manos. Se marchó de nuevo al otro lado del Jordán, al lugar donde antes había bautizado Juan, y se quedó allí. Muchos acudieron a Él y decían: “Juan no hizo ningún signo; pero todo lo que Juan dijo de este era verdad”. Y muchos creyeron en Él allí.

Palabra del Señor.



Te apedreamos porque, siendo hombre, te haces Dios

(...) En el texto que hoy escuchamos, se diría que ni siquiera se interesan ya por las acciones a las que Jesús les remite. Da lo mismo lo que haga. Merece ser apedreado porque siendo hombre se declara Dios. ¡Aquí están los defensores de Dios! ¡Y cuántos a lo largo de la historia! ¡y entre nosotros…!

¡Qué difícil para el ser humano asumir que Dios no es como nosotros lo suponemos, pensamos, imaginamos…! ¡Qué necesidad de principios inamovibles que nos den seguridad! Nuestras pretensiones insensatas tienen como resultado que nos “vamos quedando sin Dios” y encerrando en una burbuja sin contenido ni sentido.

Sin embargo los que se abrieron a la acción de Jesús, aquellos que el evangelio de hoy nos dice que le siguieron a la otra orilla del Jordán y creyeron en Él, experimentaron la salvación y pudieron intuir lo que estaba vedado a todos aquellos que no podían ir más allá de sus convicciones: no es que Jesús siendo hombre pretendiera declararse Dios, es que siendo Dios había querido hacerse hombre, ser uno de nosotros, traernos la salvación de Dios.

Hna. Gotzone Mezo Aranzibia O.P.

Hna. Gotzone Mezo Aranzibia O.P.
CongregaciónRomana de Santo Domingo


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