Lunes Santo




 PRIMERA LECTURA

Del libro de Isaías 42, 1-7

Miren a mi siervo, a quien sostengo; mi elegido, en quien me complazco. He puesto mi espíritu sobre él, manifestará la justicia a las naciones. No gritará, no clamará, no voceará por las calles. La caña cascada no la quebrará, la mecha vacilante no la apagará. Manifestará la justicia con verdad. No vacilará ni se quebrará, hasta implantar la justicia en el país. En su ley esperan las islas. Esto dice el Señor, Dios, que crea y despliega los cielos, consolidó la tierra con su vegetación, da el respiro al pueblo que la habita y el aliento a quienes caminan por ella: “Yo, el Señor, te he llamado en mi justicia, te tome de la mano, te formé e hice de ti alianza de un pueblo y luz de las naciones, para que abras los ojos de los ciegos, saques a los cautivos de la cárcel, de la prisión a los que habitan en tinieblas”.

Palabra de Dios.


Los tres primeros días de la Semana Santa la liturgia nos ofrece la posibilidad de meditar en la figura del «Siervo del Señor», descrita por el profeta Isaías (Cfr. Capítulos 49-55). En ella –ya desde los inicios– los cristianos han vislumbrado la imagen y el destino de Jesús. Este enviado del Señor será manso, humilde y amigo de los pobres. Pero será, también y a la vez, fuerte y constante. No se desanimará ante las contradicciones y hará triunfar en el mundo la justicia. De su muerte brotará la vida y de su abajamiento la suprema glorificación.


SALMO RESPONSORIAL
Salmo 26
R. El Señor es mi luz y mi salvación.

•  El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré? El Señor es la defensa de mi vida, ¿quién me hará temblar? R/.


• Cuando me asaltan los malvados para devorar mi carne, ellos, enemigos y adversarios, tropiezan y caen. R/.

• Si un ejército acampa contra mí, mi corazón no tiembla; si me declaran la guerra, me siento tranquilo. R/.

• Espero gozar de la dicha del Señor en el país de la vida. Espera en el Señor, sé valiente, ten ánimo, espera en el Señor. R/.

 

EVANGELIO

Del santo Evangelio según san Juan 12, 1-11

Seis días antes de la Pascua, fue Jesús a Betania, donde vivía Lázaro, a quien había resucitado de entre los muertos. Allí le ofrecieron una cena; Marta servía, y Lázaro era uno de los que estaban con Él a la mesa. María tomó una libra de perfume de nardo, auténtico y costoso, le ungió a Jesús los pies y se los enjugó con su cabellera. Y la casa se llenó de la fragancia del perfume. Judas Iscariote, uno de sus discípulos, el que lo iba a entregar, dice: “¿Por qué no se ha vendido este perfume por trescientos denarios para dárselos a los pobres?”. Esto lo dijo no porque le importasen los pobres, sino porque era un ladrón; y como tenía la bolsa, se llevaba de lo que iban echando. Jesús dijo: “Déjala; lo tenía guardado para el día de mi sepultura; porque a los pobres los tienen siempre con ustedes, pero a mí no siempre me tienen”. Una muchedumbre de judíos se enteró de que estaba allí y fueron no solo por Jesús, sino también para ver a Lázaro, al que había resucitado de entre los muertos. Los sumos sacerdotes decidieron matar también a Lázaro, porque muchos judíos, por su causa, se les iban y creían en Jesús.

Palabra del Señor.



“A mí no me tendrán siempre”

Lunes Santo. Intentemos rescatar la fragancia, el perfume que tenemos que percibir en este tiempo de reflexión y acompañamiento a Jesús, recordando su historia final en la tierra. Vendrá luego la resurrección. Pero tendrá que pasar por la cruz. Por eso el detalle de la fragancia es sugestivo para envolvernos en la atmósfera de algo mayor, más pleno, que trasciende contiendas y opiniones, grupos y estandartes. El perfume de la vida que Jesús nos ha dejado es el sello ambiental del Evangelio. Cada uno de nosotros sabrá de qué se trata a partir del encuentro personal que hemos tenido con él. Aún estamos a tiempo. Tenemos tiempo, tenemos la posibilidad de hacerlo en estos días.




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