Lecturas del día



Lectura de la primera carta del Apóstol san Pablo
a los cristianos de Corinto
2, 1-5

Hermanos:
Cuando los visité para anunciarles el misterio de Dios, no llegué con el prestigio de la elocuencia o de la sabiduría. Al contrario, no quise saber nada, fuera de Jesucristo, y Jesucristo crucificado.
Por eso, me presenté ante ustedes débil, temeroso y vacilante.
Mi palabra y mi predicación no tenían nada de la argumentación persuasiva de la sabiduría humana, sino que eran demostración del poder del Espíritu, para que ustedes no basaran su fe en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios.

Palabra de Dios.


Suele recurrir Pablo a sus propias vivencias para probar algunas de sus afirmaciones, y en este caso, las referidas a la sabiduría de la cruz en la vida creyente. Abandona la gran retórica para proclamar con sencillez la desnudez del amor de Dios expresado en la cruz de su Hijo Jesús; el evangelio no se apoya, en la oratoria persuasiva ni en la finura de los mejores argumentos humanos, sino en la fuerza del Espíritu, y esto conviene no sea olvidado ni por los seguidores de Jesús ni por nuestras comunidades. Nos asustan los signos de carencia y debilidad que ostentamos a título personal, pero recordemos cómo los corintios, tan pagados de sí mismos como nosotros, fueron capaces de crear una comunidad fecunda en torno a la sabiduría de la cruz, para que tengamos presente que nuestra fe no es un logro personal ni se debe a supuestos méritos propios o ajenos, sino al regalo de la gracia, que cuenta con nuestra limitación e indigencia. Por eso, nuestra creencia nunca puede ser logro personal sino manifestación amorosa de nuestro Padre Dios que acepta y sublima los estrechos límites de cada uno de sus hijos.



SALMO RESPONSORIAL                              118, 97-102

R.    ¡Cuánto amo tu ley, Señor!

¡Cuánto amo tu ley,
todo el día la medito!
Tus mandamientos me hacen más sabio que mis enemigos,
porque siempre me acompañan. R.

Soy más prudente que todos mis maestros,
porque siempre medito tus prescripciones.
Soy más inteligente que los ancianos,
porque observo tus preceptos. R.

Yo aparto mis pies del mal camino,
para cumplir tu palabra.
No me separo de tus juicios,
porque eres Tú el que me enseñas. R.





    Evangelio de nuestro Señor Jesucristo
según san Lucas
4, 16-30

Jesús fue a Nazaret, donde se había criado; el sábado entró como de costumbre en la sinagoga y se levantó para hacer la lectura. Le presentaron, el libro del profeta Isaías y, abriéndolo, encontró el pasaje donde estaba escrito:

"El Espíritu del Señor está sobre mí,
porque me ha consagrado por la unción.
Él me envió a llevar la Buena Noticia a los pobres,
a anunciar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos,
a dar la libertad a los oprimidos
y proclamar un año de gracia del Señor".

Jesús cerró el Libro, lo devolvió al ayudante y se sentó. Todos en la sinagoga tenían los ojos fijos en Él. Entonces comenzó a decirles: «Hoy se ha cumplido este pasaje de la Escritura que acaban de oír».

Todos daban testimonio a favor de Él y estaban llenos de admiración por las palabras de gracia que salían de su boca. Y decían: «¿No es éste el hijo de José?»
Pero Él les respondió: «Sin duda ustedes me citarán el refrán: "Médico, sánate a ti mismo". Realiza también aquí, en tu patria, todo lo que hemos oído que sucedió en Cafarnaúm».
Después agregó: «Les aseguro que ningún profeta es bien recibido en su tierra. Yo les aseguro que había muchas viudas en Israel en el tiempo de Elías, cuando durante tres años y seis meses no hubo lluvia del cielo y el hambre azotó a todo el país. Sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elías, sino a una viuda de Sarepta, en el país de Sidón. También había muchos leprosos en Israel, en el tiempo del profeta Eliseo, pero ninguno de ellos fue sanado, sino Naamán, el sirio».
Al oír estas palabras, todos los que estaban en la sinagoga se enfurecieron y, levantándose, lo empujaron fuera de la ciudad, hasta un lugar escarpado de la colina sobre la que se levantaba la ciudad, con intención de despeñarlo. Pero Jesús, pasando en medio de ellos, continuó su camino.

Palabra del Señor.



¿Qué me quieres decir, Señor? ¿Cómo puedo hacer realidad este evangelio en mi vida?

Jesús fue a su pueblo, a Nazaret. Tuvo que ser un día emocionante para él. Va a anunciar su mensaje a sus amigos, a su familia, a los vecinos... Jesús se presenta como las palabras del profeta Isaías: El Espíritu Santo está sobre mí, me ha enviado a dar la buena noticia a los pobres...


El Espíritu Santo está también sobre ti. Lo has recibido en tu bautismo y en la confirmación; lo recibes cada vez que le abres tu corazón. Y has recibido el Espíritu de Jesús para dar la buena noticia, para curar, para liberar... Pero en muchas ocasiones no somos conscientes de la presencia del Espíritu en nuestra vida, no acabamos de creer en su fuerza...

¿Qué te dice Dios? ¿Que le dices?


Los que habían sido sus vecinos primero reaccionan con admiración, pero después comienzan a cerrarse: ¿No es éste el hijo de José? Aquel día Jesús cosechó uno de los fracasos más sonoros y dolorosos. Nos cuesta acoger la Palabra de Dios cuando el heraldo es un conocido, un amigo, un familiar...

Los nazarenos perdieron una gran oportunidad para conocer mejor a Dios, para vivir con más esperanza, con más alegría, con más sentido. 

"Hoy se cumple esta Escritura". Es lo que pasa cada día, en nuestra escucha de las lecturas bíblicas. No se nos proclaman para que nos enteremos de lo que pasó (lo solemos saber ya), sino porque Dios quiere renovar su gracia salvadora, la del AT y la del NT, hoy y aquí para nosotros. Es lo que nuestra meditación personal debe buscar: actualizar en nuestras vidas lo que Dios nos ha dicho en su Historia de Salvación.

¿Qué te dice Dios? ¿Qué le dices?

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