Lecturas del día


Lectura de la carta a los Hebreos
2, 14-18

Hermanos:
Ya que los hijos tienen una misma sangre y una misma carne, Jesús también debía participar de esa condición, para reducir a la impotencia, mediante su muerte, a aquél que tenía el dominio de la muerte, es decir, al diablo, y liberar de este modo a todos los que vivían completamente esclavizados por el temor de la muerte.
Porque El no vino para socorrer a los ángeles, sino a los, descendientes de Abraham. En consecuencia, debió hacerse semejante en todo a sus hermanos, para llegar a ser un Sumo Sacerdote misericordioso y fiel en el servicio de Dios, a fin de expiar los pecados del pueblo.
Y por haber experimentado personalmente la prueba y el sufrimiento, Él puede ayudar a aquéllos que están sometidos a la prueba.

Palabra de Dios


Los hombres de ciencia, han conseguido prolongar nuestra vida muchos años. Hoy, en los países adelantados, muchas personas llegan a los 80, 90, 100 años. Pero la ciencia humana no puede ir más allá. La muerte sigue siendo una barrera infranqueable. Sólo Jesús, que además de hombre es Dios, puede aniquilar y vencer a la muerte. “Yo soy la resurrección y la vida, el que cree en mí aunque muera vivirá y vivirá para siempre”. Con ello nos ha librado de ser esclavos de la muerte y de todas las esclavitudes que la muerte trae. Jesús rompe la barrera del “todo se acaba”, del “todo tiene fecha de caducidad”, la barrera de la limitación que acecha a todo lo humano e introduce la era de la plenitud, de la plenitud de todo lo bueno, bello, justo… la plenitud del amor. “Liberó a todos los que vivian completamente esclavizados por el temor de la muerte”.


SALMO RESPONSORIAL                                                    104, 1-4. 6-9

R.    El Señor se acuerda eternamente de su Alianza.

¡Den gracias al Señor, invoquen su Nombre,
hagan conocer entre los pueblos sus proezas;
canten al Señor con instrumentos musicales,
pregonen todas sus maravillas! R.

¡Gloríense en su santo Nombre,
alégrense los que buscan al Señor!
¡Recurran al Señor ya su poder,
busquen constantemente su rostro! R.

Descendientes de Abraham, su servidor,
hijos de Jacob, su elegido:
el Señor es nuestro Dios,
en toda la tierra rigen sus decretos. R.

El se acuerda eternamente de su Alianza,
de la palabra que dio por mil generaciones,
del pacto que selló con Abraham,
del juramento que hizo a Isaac. R.




  Evangelio de nuestro Señor Jesucristo
según san Marcos
1, 29-39

Jesús fue con Santiago y Juan a casa de Simón y Andrés. La suegra de Simón estaba en cama con fiebre, y se lo dijeron de inmediato. Él se acercó, la tomó de la mano y la hizo levantar. Entonces ella no tuvo más fiebre y se puso a servirlos.
Al atardecer, después de ponerse el sol, le llevaron a todos los enfermos y endemoniados, y la ciudad entera se reunió delante de la puerta. Jesús sanó a muchos enfermos, que sufrían de diversos males, y expulsó a muchos demonios; pero a éstos no los dejaba hablar, porque sabían quién era Él.
Por la mañana, antes que amaneciera, Jesús se levantó, salió y fue a un lugar desierto; allí estuvo orando. Simón salió a buscarla con sus compañeros, y cuando lo encontraron, le dijeron: «Todos te andan buscando».
Él les respondió: «Vayamos a otra parte, a predicar también en las poblaciones vecinas, porque para eso he salido».
Y fue por toda la Galilea, predicando en las sinagogas de ellos y expulsando demonios.

Palabra del Señor.


¿Qué me quieres decir, Señor? ¿Cómo puedo hacer realidad este evangelio en mi vida?

Jesús tuvo su residencia en Cafarnaún la mayor parte de su vida pública. Allí tuvo una intensa actividad y, junto al Mar de Galilea, llamó a sus primeros discípulos. Ahora aparece curando a la suegra de Pedro. Es curioso: Jesús nos cura de nuestras dolencias físicas o morales no para adornar nuestras vidas con su gracia, sino para que sirvamos a los demás. Por eso a la suegra de Pedro «se le pasó la fiebre y se puso a servirles», porque amor con amor se paga. ¿Quién no es lo suficientemente agradecido para perdonar a los demás si Dios nos perdona tanto a nosotros? ¿Quién no podría amar a los demás si Jesús mismo se arrodilla y te sirve, sale a tu encuentro cada mañana, se regala en los sacramentos, te infunde fortaleza y confianza, si te muestra tu propia verdad y cura tus heridas con su amor? Ahora pregúntate, ¿respondo yo al amor de Dios como debo o soy descuidado y olvidadizo? ¿Cómo agradecer todo el bien recibido con actos de amor y compromisos concretos?

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